LIBROS
«Manuel Rivas viene a decir una cosa tan sencilla que casi da vergüenza repetirla: hay que mirar a la tierra, al horizonte y al cielo»
Manuel Rivas
Zona a defender
ALFAGUARA, 2020
Texto: CÉSAR PRIETO.
Un árbol es una criatura perfecta, ética y estéticamente irrebatible. Surge de la tierra, de su movimiento lento, de su cocción de milenios. Su forma, sus ramas, el perfil, parecen ser los únicos posibles. Uno contempla un árbol y ve toda la historia, todo el tiempo y todas las matemáticas. Desde luego, no divisado desde la autopista donde florecen escuálidos en las medianas y se nos cruzan a 120 por hora, ni desde la sierra donde estamos preparando la barbacoa; sino sentados, en comunicación. Lo que hice yo tras leer el libro de Manolo Rivas. Así se nos revelan como zona a defender, en el sentido primigenio de la expresión, que es moderno, al fin y al cabo: espacios que no deben ser profanados por megaproyectos urbanísticos, que en el mejor de los casos pueden quedar abandonados. ¿Cómo pueden las empresas que los destrozan hablar de sostenibilidad?
Hay un trasvase en los escritores que no resulta fácil. Un autor de ficción no tiene porque ser un buen ensayista o articulista; sin embargo, en el ámbito hispano, los cauces entre géneros parecen ser más fáciles. Brillantes autores de relatos son sólidos periodistas, y al revés. Quizá la escasa remuneración de un género hace que se tengan que pasar también al otro, y el asunto ha creado escuela, una escuela de la que Manuel Rivas es uno de sus maestros, capaz de narraciones llenas de melancolía rabiosa y de artículos llenos de rabia melancólica.
El axioma que guía estos artículos puede ser compartido por el lector o no, pero es implacable: uno ha de querer la revolución por dignidad. La revolución es oponerse al maltrato animal, a convertir el mar en un vertedero, al desprecio por el otro si es pobre o mujer. Estos son los tres retos axiales del conjunto de artículos, pero hay más. Habla de que los hombres —el sexo masculino— han perdido capacidad de enfrentarse a lo cultural o lo solidario, del Sahara o de los negacionistas, a los que siempre en este país se les ha llamado cascarrabias.
Habla de los móviles, por ejemplo, y no es apocalíptico: ve el peligro, pero también ve las ventajas; habla de las series televisivas y no les retira el visto bueno, pero observa con curiosidad que, en ellas, nadie lee un libro. Y, sobre todo, habla de naturaleza y el mundo moderno. La escena más desoladora es la de la niebla. Un grupo de ingenieros estudia el terreno en los montes de Mondoñedo. Van a construir una autopista que será la vía más rápida de Galicia, hacia el norte, hacia el mar. Los paisanos que se les cruzan ya les avisan: «Tened cuidado, que nosotros a veces no vemos ni las vacas», unas vacas que conducen del ramal a un metro de ellos. Los ingenieros desprecian tanto a la niebla como a los paisanos: «¿Qué nos está contando esta gente?». No va con ellos. Conclusión: la autopista está cortada la mitad del año. Nada ni nadie ha conseguido hacerla visible, a pesar de haber convertido la calzada en un plató apropiado para rodar Black Mirror.
Manuel Rivas viene a decir una cosa tan sencilla que casi da vergüenza repetirla: hay que mirar a la tierra, mirar al horizonte y mirar al cielo. Solo entonces podremos llevar adelante nuestras vidas. Déjenme que cierre con mi imagen preferida del libro: una pequeña barca, una dorna, que en las Misiones Pedagógicas llevaba libros a las costas gallegas, casi inaccesibles por tierra. Se guiaban por el horizonte, el cielo y la tierra.
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Anterior crítica de libros: Irene y el aire, de Alberto Olmos.