Y Madrid quiso comerse a besos a un Sabina imperial

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«Fue el Sabina de las grandes noches. Inspirado en el fraseo. Dueño de una voz rotunda y bronca»

 

Tres años después, Joaquín Sabina regresa a un escenario crucial: el WiZink Center de Madrid, donde ha actuado dos noches dentro de su gira Contra todo pronóstico. Allí estuvo, el jueves 25, Julio Valdeón, autor de Sabina. Sol y sombra.

 

Texto: JULIO VALDEÓN.
Fotos: RAFAEL DE LA CÁMARA.

 

Con un sombrero y chaqueta a rayas. Entre vítores dignos de un héroe, bajo la sonrisa de una banda entregada, con el WiZink consagrado a la adoración del mito. Así arrancó ayer noche Joaquín Sabina el segundo de sus conciertos en Madrid. Unos recitales con algo de exorcismo. Convocados para romper el maleficio que parece acompañarle en la ciudad que nutre algunas de sus mejores canciones desde hace casi medio siglo. Para frustración de envidiosos y enemigos, el Sabina que vimos fue el de las grandes noches. Inspirado en el fraseo. Dueño de una voz rotunda y bronca. Comprometido con unos textos que exprime hasta la última letra. Dispuesto a poner boca arriba el pabellón sin regatear la sangre, el cuajo y el oficio.

El concierto, con un repertorio fijo a lo largo de toda la gira (tampoco estaría de más que de vez en cuando introduzca alguna sorpresa, digo), arranca con la bellísima “Cuando era más joven”. A continuación enlaza con dos composiciones recientes, escritas a medias con Leiva, “Sintiéndolo mucho” y “Lo niego todo”. La primera más fronteriza, con sabor a Ry Cooder; la segunda, a pesar de ese estribillo con cierto deje a baladón melódico, luce un texto asombroso. Una apasionante declaración de principios, armada contra los tópicos adjudicados y los prolijos excesos sentimentales. Así deberían de escribir todos los compositores cuando llegan a viejos, a dos o tres palmos de los créditos. Con el visor enfocado al crepúsculo. Sin rastro de autocompasión. Sin tirar de botox ni simular que uno todavía puede jugar a ser joven. Toreando los penúltimos tragos, esquivando los oxidados pitones del tiempo, con sabiduría, sorna y mano izquierda.

A estas alturas, y apenas llevamos tres canciones, el público ruge extasiado. No sabemos cuántas veces podremos repetir el ritual. El gozo de encontrarnos a Sabina en el Foro. Un artista que viene de muchos años de altibajos creativos, pero que encontró las pilas que le faltaban, el combustible necesario, en su fructífera alianza con el que fuera colíder de Pereza (junto a nuestro amado Rubén Pozo). Prueba de ello es que los clásicos de siempre y las canciones más recientes se enhebran sin mayores altibajos. Resulta agradable recuperar “Mentiras piadosas”, que suena remozada, libre de los odiosos arreglos y sonidos plastificados propios de finales de los ochenta. “Lágrimas de mármol” es un trueno. Un rock and roll canónico, de coros como leones y versos como una ráfaga de metralleta. «Superviviente, sí, ¡maldita sea!, / nunca me cansaré de celebrarlo, / antes de que destruya la marea / las huellas de mis lágrimas de mármol. / Si me tocó bailar con la más fea, / viví para cantarlo». Sabina se resiste a que lo inhumen en una pirámide de viejas glorias, entre capitanes del pasado y momios célebres. Sabina, en canciones como esta, recuerda a todos que sigue fundiendo la alegría y el orgullo en una aleación de hierro colado que revienta el cielo de las ciudades por las que pasa.

 

«Toreando los penúltimos tragos, esquivando los oxidados pitones del tiempo, con sabiduría, sorna y mano izquierda»

 

Mención especial merece la banda, capitaneada por dos históricos como Antonio García de Diego, compositor de tantas joyas, y Jaime Asúa. Comandan un bólido que sabe remansarse, como en la escalofriante “Cuando aprieta el frío” (qué bien le sienta a Joaquín el menos es más, ese acordeón y esas guitarras acústicas; qué ganas de que algún día vuelva a girar por teatros) y sabe reventarnos el pecho con una interpretación canónica, tan sobria como rotunda, de “Por el bulevar de los sueños rotos”. También hubo tiempo para que varios de los integrantes del grupo cantasen, ofreciendo un necesario descanso al jefe.

El sprint final arrancó a media luz, con la estremecedora “Tan joven y tan viejo”, la brutal “A la orilla de la chimenea” (el “I´m your man” de Sabina) y la deliciosa “Una canción para la Magdalena”, tan sacrílega y romántica, tan sensible y cuajada hoy como entonces, a pesar de la policía de la moral y los viejos y nuevos curas. Lo que siguió luego fue una sucesión de infartos y lágrimas. Cayeron “19 días y 500 noches”, con Bambino sonriendo desde algún tablao fantasmagórico y golfo, y luego, sin tiempo para remontar desde la lona, la dylanesca “Peces de ciudad”, la sombría y estremecida “Y sin embargo”, y también “Princesa”, y “Contigo”, “Noches de boda”, “Y nos dieron las diez”, “Pastillas para no soñar”… No, no hubo tiempo ni espacio para “Calle melancolía”, “Donde habita el olvido”, “Así estoy yo sin ti”, “Siete crisantemos”, “Dieguitos y Mafaldas”, “Cerrado por derribo”, “Conductores suicidas”, “Yo me bajo en Atocha”, “Caballo de cartón”, “Peor para el sol”, “Pongamos que hablo de Madrid”, “Por el túnel” o “¿Quién me ha robado el mes de abril?”. Lo de acumular títulos gloriosos al final de la crónica no es gratuito. Baste leer de corrido todo lo que dejó fuera, más lo mucho y bueno que sí interpretó, para recordar que estamos ante de uno de los gigantes de la canción en lengua española: ahí arriba, con los santos del tango, con José Alfredo y con muy pocos más. Un genio que ha logrado la más complicada de las hazañas, reinando a los dos lados del Atlántico y poniendo a cantar a varias generaciones, impactante y melancólico, brillante y hambriento, y que ayer, por enésima vez, demostró que talentos como el suyo son tan raros como preciosos.

Al terminar todo Sabina agradeció al respetable por el cariño. Pero éramos nosotros, rendidos, los que queríamos comerlo a besos. Por el concierto, magnífico, y por tantos años de lucidez, descreimiento y belleza.

 

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