“Amy Winehouse representó la cara masiva de un submundo que ha vuelto a su agujero oscuro”
Pasada la efeméride de su muerte, y para cerrar esta semana especial dedicada a Amy Winehouse, Eduardo Tébar reflexiona sobre el fenómeno que encumbró la diva del soul en nuestro país, y qué ha quedado tras su marcha.
Texto: EDUARDO TÉBAR.
Hubo dobles y triples lecturas de un título tan rotundo como “Back to black” en 2006. Negruras sentimentales. Revivalismo del soul. Y la consecuente proliferación del vinilo, formato asociado de manera íntima a al fetichismo de sonidos antiguos. Amy Winehouse ha sido la gran voz del soul en lo que llevamos de siglo. Qué cosas, una británica blanca. Pero, sobre todo, Amy fue un pedazo de realidad. En un sector de prefijos con neo y asunción del fleco estético. Estrella beoda. Compositora levantisca. Amante neurasténica. Sus malezas y jarales no resultaban más pavorosos que la biografía de Etta James. Le surgió una rival hoy invisible: Duffy. Allanó el paso de las Lilly Allen y Adele. Incluso creó tendencia en mercados periféricos como Italia, donde se empeñaron en vender a la maravillosa Nina Zilli como tibia réplica de la judía de Londres.
El boom de Amy también engancha con el fenómeno MySpace. ¿Alguien se acuerda? De repente, la información fluía sin entender de fronteras. La red social propició que japoneses como Osaka Monaurail, CBB Soulhour o la diva Tammi Kool sonaran en cabinas de música negra de Madrid. Hallazgos de sellos nipones tal que So Good Records llenaban las pistas de garitos como Danzz, Marula, El Junco o El Juglar. Discográficas alemanas especializadas en recrear soul añejo o el primer ska, bien Unique Records, bien Grover, fichaban a bandas españolas. Y esto ocurría mientras la casa Vampisoul lanzaba los recopilatorios “Groovadelia”, obra de Lobezno y Falconetti, que hace unos días echaban la persiana del club Afrodisia, templo internacional de la música negra en nuestro país, después de una trayectoria impecable desde 2001.
Amy Winehouse representó la cara masiva de un submundo que ha vuelto a su agujero oscuro. Al tiempo que ‘Rehab’ desgastaba suelas, España acogía con regularidad los conciertos de bandas como The Killer Meters, Coockin’ On 3 Burners, Kokolo, New Cool Collective, One Night Band, The New Mastersounds. Es posible que sin Amy nunca hubiesen aflorado talentos paralelos como Hannah Williams & The Tastemakers o Alice Rusell. Curiosamente, fue entre 2006 y 2011 cuando emergieron en la península proyectos de clasicismo militante y compromiso con el molde vetusto: The Pepper Pots, Sweet Vandals, Speak Low, Talk! & The Woohoos. O las visitas a las cabinas de gurús como Gerald Short (Jazzman Records), Eddie Piller (Acid Jazz), Hugo Méndez (Soundway), Florian Keller (Compost Records), Henry Storch (Unique Records), Nick (Records Kicks) o Ekkhart Fleishhammer (Sonorama).
Ya, ya. La vida y la muerte de Amy Winehouse poco o nada tienen que ver con esta fenomenología adyacente. O quizá sí. El auge del soul implicó un cambio de pautas. La gente comenzó a cambiar discotecas vampíricas por clubes para bailar. Para menear el cuerpo con esto tan cacareado del sonido vinilo. Ahora apena quedan clubes. Y los pocos que subsisten claudicaron ya en la ruleta rusa de la programación de conciertos. Así, pues, después de Amy, ¿qué?
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Anterior entrega de la Semana especial: Amy Winehouse: The tracks of my tears.