VEINTE ANIVERSARIO
«Domina el mensaje sin rodeos, el dardo lanzado sobre la marcha, como un cóctel Molotov, contra el poder en todas sus formas»
Fernando Ballesteros nos lleva al año 2000 para descubrir uno de los discos más contundentes de Primal Scream: XTRMNTR. Su gran salto a la electrónica y el mensaje más crítico contra el poder de toda su carrera.
Primal Scream
XTRMNTR
CREATION, 2020
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Vamos a empezar fuerte: no se me ocurre otro grupo que haya mezclado, con tanta maestría el rock y la electrónica. Han hecho mucho más, pero vaya esa frase por delante para poner las cosas en contexto. La de Primal Scream es una historia de prueba y, casi siempre, acierto, en la que han transitado por el rock y el pop en muchas de sus vertientes. Por el camino, los de Bobby Gillespie se permitieron el lujo de revolucionarlo todo uniendo dos mundos a priori distantes: el rock and roll y la pista de baile.
Lo hicieron en 1991 con Screamadelica, un trabajo en el que dejaron atrás la inocencia de sus inicios, el sonido C-86 y la herencia Byrds, para, de la mano de Andrew Weatherall, ofrecernos todo un tratado de psicodelia trufado de elementos procedentes de la cultura rave. Pero como lo suyo no ha sido nunca elegir la opción más fácil, cuando todo el mundo —la crítica, sobre todo— esperaba una nueva vuelta de tuerca, ellos apostaron por un disco que era pura esencia stone. Give out but don’t give up dejaba de lado la fusión y se decantaba por sonidos clásicos, lo que les supuso un aluvión de malas reseñas, de escribas airados que no habían visto respondidas sus expectativas. El tiempo, como casi siempre, terminaría haciendo justicia.
Aquel revés motivó marchas, alguna que otra duda y un siguiente movimiento, Vanishing point, en el que volvieron a abrazar algunos de los logros de Screamadelica. La banda, ya con el ex Stone Roses Mani en sus filas, volvió a cosechar elogios, y Bobby fue preparando el terreno para una nueva demostración de fuerza. Los escoceses iban a saludar al nuevo siglo con un tremendo artefacto sonoro, una barbaridad titulada XTRMNTR.
El salto definitivo
Ya hemos dicho que Primal Scream habían empezado a experimentar con sonidos de la emergente escena house una década antes, pero lo de XTRMNTR era otra historia. Aquello fue un salto a la electrónica a lo bestia. Todo en el disco era así, brutal. No cabían las medias tintas. No había ni rastro del hedonismo de trabajos precedentes. En su lugar, la consigna directa, política, lo invadía todo: la globalización y sus perniciosos efectos, el insaciable neoliberalismo… Nada escapaba del punto de mira de Gillespie, que no estaba de humor para elaborar grandes discursos. Aquí, de hecho, lo que domina es el mensaje sin rodeos, el dardo lanzado sobre la marcha, como un cóctel Molotov, contra el poder en todas sus formas. Dicho de otra manera, esto no es una conferencia en un salón, es una manifestación con carreras, gritos, cargas y alguna que otra barricada. En este clima antitodo, en esta vena abiertamente nihilista, se movían los Primal Scream del nuevo siglo.
Las canciones
El ataque frontal comienza con “Kill all hippies”. Definitivamente, Bobby no había llegado para cantarle a la paz y al amor universal. «Tú tienes el dinero, yo tengo el alma. No puedo ser comprado. No puedo ser poseído», nos suelta el vocalista como bienvenida, de forma insistente y sobre una base que suena rockera e industrial. Apabullante.
Los Primal han sentado las bases, con este primer envite, de lo que va a acontecer en el resto del álbum. Uno de sus puntos culminantes, “Swastika eyes”, había sido editado como single en 1999 y era un auténtico pelotazo, pero lanzado muy muy fuerte, un nuevo himno para el grupo que, en lo lírico, abordaba el conflicto palestino-israelí, tomando partido, de forma clara, por los primeros. Es tal el peso de la canción en el elepé que aparece en dos versiones distintas. En la primera, la mezcla corre a cargo de Jagz Kooner, mientras que de la segunda se encargan los Chemical Brothers.
Los furiosos Primal Scream del año 2000 se habían convertido en algo así como un indie all-stars. No solo contaban con el poderoso bajo de Mani, sino que Bobby también reclutó para su causa a Kevin Shields: el My Bloody Valentine trabajó en las mezclas del disco y acompañó a la banda en la posterior gira de presentación. Kevin, de hecho, era poco menos que un integrante más de la formacion, para Gillespie.
Todo rezuma agresividad en XTRMNTR y ese contador llega a uno de sus puntos más altos en una canción como “Accelerator”: escucharla es comprender los efectos inmediatos de otro de esos disparos que llaman a moverse, a salir, a gritar contra todo. La canción que da nombre al disco, y títulos como “Blood money” y “Shoot speed/ Kill light” que juegan con la psicodelia, rebajan algo la tensión, mientras que “Keep your dreams” es, esta sí, puro relax en el curso de la batalla, y “Pills” combate a ritmo de hip hop.
“Insect royalty” acelera el pulso. Puro frenesí en un viaje que tiene mucho que ver, también, con lo que estaba sucediendo en un mundo, el de las drogas, que nunca le ha sido ajeno al grupo. Los años dorados del britpop eran historia, se avecinaba la vuelta de las guitarras o eso decían… Daba igual, estos estaban en otra dimensión: la suya, mirando al pasado para constatar todo lo que había fracasado o estaba a punto de colapsar, y al futuro, para denunciar los excesos de un sistema que hacía aguas y que tardaría poco en darles la razón, con un proceso de resquebrajamiento al que, hoy día, seguimos asistiendo.
Uno termina la escucha de XTRMNTR, se detiene a pensar en los diferentes perfiles de Primal Scream, y llega a una conclusión casi paradójica: si tengo que elegir entre un sonido que le deba mucho a los Stones y cualquier cosa que tenga que ver con la electrónica, pónganme de lo de Jagger y compañía, por favor. Sin embargo, estos señores bordan esos sonidos de décadas pasadas, y no tengo dudas: me quedo con el Bobby Gillespie macarra y desatado que le da al tecno más marrullero y que pelea asomándose a la pista de baile.
El poso
El sexto disco de Primal, fue muy bien recibido por la crítica —esta vez sí— y por el público y, dos décadas después, podemos decir bien alto que o no ha envejecido, o lo ha hecho muy bien. Se trataba de un elepé tan explosivo que era casi inevitable rebajar un poco la apuesta en el siguiente paso. Y así lo hicieron, porque “Evil heat” se presentaba en 2002 como una continuación lógica y menor, que se movía, con bastante acierto, en parámetros similares a su antecesor.
El siguiente álbum, cuatro años más tarde, les volvía a situar en el campo de las guitarras y el clasicismo rock de Riot city blues, que, cuando acierta —“Country girl” y “Dolls” son oro— lo hace a lo grande, pero que, en su conjunto, no rasca el notable.
Y así transcurre la carrera de Primal Scream: imprevisible, entre trabajos menores que rebajan la ambición de la propuesta, como Beautiful future (2008) o su último Chaosmosis (2016), y discos audaces e inspirados como More light (2013), que nos recuerdan que pocos grupos han sido capaces de combinar la fórmula como ellos, para situarse a la vanguardia de su generación en momentos cruciales en la trayectoria de un artista. Lo hicieron en 1991, lo repitieron en el año 2000 y quizás lo vuelvan a hacer. ¿Quién sabe?
Ellos tienen las herramientas, la imaginación y las agallas para volver a ponerlo todo del revés. En el menos optimista de los casos, seguirán haciendo grandes canciones y, nosotros, disfrutando de una de las últimas bandas auténticas de rock que hay en el planeta. Lo dice Bobby, y no seré yo quien le lleve la contraria.
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Anterior entrega: Stories from the city, stories from the sea: Cuando PJ Harvey amansó a la fiera.