«La versión de Hendrix del himno nacional fue tan salvaje que el crítico del New York Post la definió como “el gran momento de los años 60”»
Se cumplen cincuenta años de la primera edición del festival Woodstock, el histórico festival que aunó a figuras como The Who, Santana, Joan Baez, Jimi Hendrix, The Band, Joe Cocker, Janis Joplin o CSN&Y delante de 400.000 personas en una granja de Sullivan County. Un hito del rock sobre el que escribe Javier Márquez Sánchez.
Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
La música popular y el rock en particular se convirtieron, en la segunda mitad de los sesenta, en la cabeza de puente de la contracultura estadounidense. No hablamos ya del movimiento folk de comienzos de la década, con los beatnicks como referentes intelectuales directos, sino de un fenómeno más amplio y popular, menos elitista. Una amplia parte de los jóvenes estadounidenses se revelaban contra la desmadejada idea de América que intentaban hacerles tragar. El colorido «American way of life» que vivieron sus padres tras la guerra mundial se teñía de grises con las noticias de las matanzas en Vietnam y las luchas callejeras en las poblaciones sureñas al paso del Movimiento por los Derechos Civiles. Por no hablar de las familias perfectas y sonrientes que escondían bajo la alfombra silencios eternos, amargas frustraciones y un alcoholismo galopante.
Los músicos encarnaron la quintaesencia de aquel fenómeno, que completaban con un elemento crucial: el espíritu de rebeldía. No era solo lo que cantaban, sino también su aspecto y su actitud; marcaban así la ruptura definitiva respecto al mundo sus padres. Y si bien la irrupción del rock a finales de los cincuenta ya trazó una línea clara en ese sentido, una década después el abismo generacional resultaba ya del todo insondable. «Todos han venido en busca de América», cantaban por aquellos días Simon & Garfunkel, y nada representó mejor aquel impulso que el Festival de Woodstock, celebrado en agosto de 1969.
Tras los pasos de Monterey
Durante el «verano del amor» de 1967 ya se celebró en California el Festival Monterey. Fue allí donde Jimi Hendrix quemó su guitarra, donde muchos descubrieron a Janis Joplin, donde Ravi Shankar tocó cuatro horas y The Who 25 minutos; y donde Otis Redding, en plena batalla por los derechos civiles contra la segregación, se metió en el bolsillo a un público mayoritariamente blanco. Como cita musical, por variedad y calidad de las actuaciones, ningún festival ha podido hacerle sombra a Monterey. Como espectáculo y experiencia, sin embargo, Woodstock llegó dos años después para hacer historia.
Frente a los 50.000 espectadores de Monterey, Woodstock convocó a más de 400.000 (algunas fuentes aseguran que se superó el medio millón). Se organizó en el otro extremo del país, en una granja de 240 hectáreas en el pueblo de Bethel, en el estado de Nueva York. El nombre proviene, sin embargo, de una localidad en el cercano condado de Ulster donde inicialmente iba a montarse el espectáculo. Allí, en Woostock, era donde un grupo de jóvenes, entre ellos Michael Lang, Artie Kornfeld y Joel Rosenman, quería montar un estudio de grabación, y para financiarlo decidieron organizar el festival. Sin embargo, los problemas de logística para hacerlo en aquel pueblo les llevó a trasladar la acción medio centenar de kilómetros al suroeste de Woodstock, hasta aquel campo de alfalfa propiedad del granjero Max Yasgur. A pesar de ello, conservaron el nombre original.
Michael Lang y sus amigos, con buenos contactos en el sector musical, lograron convocar a lo más granado del momento, artistas que en muchos casos repetían tras la experiencia de Monterey. The Who, Santana, Joan Baez, Jimi Hendrix, The Band, Joe Cocker, Janis Joplin, Grateful Dead, Creedence Clearwater Revival y Crosby, Still, Nash & Young fueron algunos de los «supernombres» que aceptaron participar. Por unas u otras razones, gente como Bob Dylan, The Byrds, Led Zeppelin, The Doors o los propios Beatles llegaron a mantener conversaciones con los organizadores, pero finalmente no se concretaron acuerdos. Pese a todo, era el cartel más granado y atractivo jamás convocado.
Una treintena de conciertos tuvo lugar en aquel escenario entre el 15 y el 17 de agosto de 1969, aunque algunas actuaciones fueron ya la madrugada del 18; Hendrix estaba aún en el escenario a las nueve de la mañana de aquel lunes. Fueron días lluviosos en los que, sin embargo, no llegó a suspenderse ninguna actuación. La lluvia y el barro fueron la guinda del pastel. La asistencia desbordó la más optimista de las predicciones. Los promotores esperaban superar Monterey y alcanzar los 60.000, quizás 100.000 espectadores. Pero el flujo de asistentes no dejó de crecer con el paso de las horas… y los días. Un volumen de personas que resultó imposible de gestionar.
«Zona desastrosa»
Ni los baños, ni la comida, ni los servicios de emergencia ni las medidas de acceso llegaban a cubrir la mitad si quiera de las necesidades. A pesar de que era un festival antibelicista, referente de la contracultura de los EE.UU. y en contra de la Guerra de Vietnam, la Armada estadounidense acabó interviniendo para enviar médicos y comida vía aérea. Al final, además de convertirse en la mayor leyenda de la música en directo, el Festival de Woodstock se saldó con dos muertes (una por sobredosis de heroína y otra por aplastamiento después de que un tractor pasase sobre un joven que dormía cubierto por una manta), ocho abortos involuntarios y varios nacimientos (aunque nunca hubo registros oficiales de ellos).
A los pocos días de concluir el evento, hecho el balance de sus consecuencias, aquel «festival de paz y música» parecía haber sido más bien una batalla campal. El gobernador del Estado, Nelson Rockefeller, declaró la granja de Bethel zona desastrosa, y el Departamento de Salud llegó a registrar 5.162 casos médicos, incluidos 797 por abuso de drogas. Económicamente tampoco resultó demasiado rentable dada la desorganización que acabó reinando. Los promotores de la cita habían invertido 3,1 millones de dólares y solo recaudaron 1,8. Cerca de una década tardaron en recuperar el montante, gracias sobre todo al triple álbum que editó Atlantic Records, así como a la película documental Woodstock. 3 days of peace & music, dirigida por Michael Wadleigh y estrenada en 1970. Además de ganar el Oscar al mejor documental, la cinta llegaría a recibir el título de «culturalmente significativa» por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y seleccionada para su conservación en el National Film Registry.
Para el broche final, los promotores habían pensado que el legendario vaquero cantante del cine Roy Rogers cerrara los tres días de música interpretando su mítico “Happy trails to you”. Sin embargo, en vista del cariz que fue adquiriendo la cita, el mánager de Rogers se negó a que actuase ante aquella pandilla de «melenudos drogados». Así pues, la actuación de Jimi Hendrix resultó la gran despedida. Empuñando su guitarra eléctrica, el músico interpretó una escalofriante versión del himno nacional, “The star spangled banner”, tan salvaje y atronadora que el crítico del New York Post llegó a definirla como «el gran momento de los años 60». Sin duda Hendrix representaba una América muy diferente de la que hubiese aplaudido a Roy Rogers; esa nueva nación, más espiritual que física, que toda su generación buscaba con anhelo a través del sexo, el rock y las drogas ante el desgaste inaceptable de la que heredaban de sus padres. Los tiempos habían cambiado definitivamente.