Willie Nelson: el amor inquebrantable ante el paso del tiempo

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COWBOY DE CIUDAD

«Uno de los contenidos más bellos y emocionantes de su vasta producción»

 

Javier Márquez Sánchez se enfrenta al enésimo reto de Willie Nelson: su nuevo disco de estudio. Una proeza más del legendario músico octogenario titulada First rose of spring.

 

Una sección de JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.

 

Este viernes, 3 de julio, sale a la venta el nuevo disco de Willie Nelson. Todos en pie, por favor. Se trata del álbum de estudio número setenta que publica en solitario —en directo o en compañía son como una veintena más—, de este señor nacido en Abbott, Texas, hace 87 Días de la Independencia. Y sobre este nuevo trabajo pueden afirmarse, con rotundidad y poco riesgo a generar controversia, dos hechos incuestionables: que tiene la que probablemente sea la imagen de portada más horrible de la carrera de Nelson —y 70 discos dan para mucho—, y que ofrece, por otro lado, uno de los contenidos más bellos y emocionantes de su vasta producción. De derramar lágrimas, oiga, con lo urban cowboy que es uno.

First rose of spring, que así se titula esta colección de canciones, iba a debutar el pasado 24 de abril, pero la cosa esta del virus nos ha obligado a esperar un par de meses para disfrutar de esta delicia que sigue la estela de la impresionante serie de discos que Nelson viene grabando para Legacy Recordings desde que estrechasen manos —entonces se podía— allá por febrero de 2012. Cosas de las sinergias: Legacy pertenece a Sony, que en los 80 adquirió Columbia, con quien Nelson grabó sus trabajos capitales de los 70, como el ya comentado en esta sección Red headed stranger (1975); y a la vejez, en esta nueva etapa, el viejo Willie se ha marcado con la casa ocho trabajos excepcionales, arrancando con el Heroes de 2012 y pasando por proyectos tan interesantes como To all the girls I loved before (2013), Django and Jimmie (junto a Merle Haggard, en 2015), Summertime: Willie Nelson sings Gershwin (2016) (Grammy al mejor álbum pop tradicional solista) o el tributo a Sinatra My way (2018) (Grammy al mejor álbum pop tradicional solista). Y en los últimos años ha dado forma a una exquisita trilogía —o eso pensábamos— sobre la vejez y el paso del tiempo, integrada por God’s problem child (2017), Last man standing (2018) y Ride me back home (2019). Pero al parecer, aún le quedaba por decir sobre el tema.

El nuevo disco de Willie Nelson sigue el camino abierto por estos últimos, pero coge el tema en cuestión y lo aborda con tal maestría, sencillez y emoción que logra con este First rose of spring la más exquisita y estremecedora de sus aproximaciones a esa cosa irremediable llamada muerte; que está ahí, lo queramos o no, y que como las ganas de ir al retrete, afecta por igual a pobres y a ricos. Y ante su proximidad, anima irremediablemente a las más diversas cavilaciones y valoraciones personales.

Como es habitual en los trabajos de Nelson, el disco se nutre de composiciones propias —firmadas al alimón con su amigo, guitarrista y productor Buddy Cannon— y otras piezas de diversa autoría y datadas a lo largo del último medio siglo. En el apartado instrumental, como no podía ser de otro modo, encontramos a habituales como Chad Cromwell a la batería, Mike Johnson en la steel guitar, Bobby Terry en las guitarras junto a Cannon, o el imprescindible Mickey Raphael, cuya armónica es tan característica e imprescindible en las grabaciones de Willie Nelson —llevan juntos desde comienzos de los 70— como el sonido de su inconfundible guitarra, Trigger.

 

Historias con y para el corazón

La canción que da título al disco abre la selección, una pieza firmada por Randy Houser, Allen Shamblin y Mark Beeson que ofrece una de esas narraciones románticas tan del gusto de Nelson. Con tan solo cinco sencillas estrofas logra evocar toda una vida compartida —un amor que floreció «como la primera rosa de primavera»— entre dos amantes que afrontan el inevitable desenlace que, sin embargo, no será capaz de poner fin a su amor. Además, es un arranque que nos sorprende porque escuchamos una voz más profunda y grave de lo habitual en el risueño pelirrojo, algo que volverá a ocurrir mediado el minutaje del disco. Y marcando la tónica del resto del conjunto, la armónica de Raphael y la guitarra de Nelson se encargan de añadir las notas justas de genuina melancolía country de la vieja escuela.

 

 

El segundo corte, “Blue star”, firmado por el cantante, revalida el primero y nos pone sobre aviso: este disco va sobre la vida observada por alguien que ha disfrutado de muchos y buenos años al lado de la persona amada, y desde esa atalaya nos ofrece diversas perspectivas. No es ya la reflexión de los discos anteriores sobre los días vividos; esta vez, más que en ningún otro trabajo, el amor y la vida en pareja juegan una baza especial. Así lo advertimos en esta canción, en la que de hecho se aguarda la muerte de ambos amantes con la satisfacción de saber que han vivido la mejor de las vidas posibles: una vida juntos. «Señora Custer, pasear a su lado por la vida ha sido un verdadero placer», le susurraba Errol Flynn a Olivia de Havilland en Morir con las botas puestas antes de besarla y partir hacia la muerte anunciada; bien pudieran esas imágenes ilustrar esta canción.

“I’ll break out again tonight” es uno de los temas más genuinamente country del paquete, con su steel guitar y su drama carcelario. Empieza sonando a parodia de los clásicos del género, pero acaba cogiendo uno de los muchos pellizcos en la chapa que no escatima este álbum. El protagonista escribe a su amada para contarle que los guardias de la prisión creen que él sigue allí cuando apagan las luces, pero ignoran que el recluso tiene su plan bien trazado y cada noche se ajusta un elegante traje azul para escapar de allí y estar con su chica.

El cuarto corte es uno de los leit motiv no solo de este sino también de la mayoría de los discos editados por el de Texas en las últimas dos décadas. “Don’t let the old man in” viene firmada nada menos que por Toby Keith uno de los artistas country más populares del nuevo milenio, con el que hay que apuntar que Nelson ha mantenido siempre una relación tácita: se miran, se sonríen, graban duetos tan cojonudos como “(Whisky for my men and) Beer for my horses”, pero lo tienen complicado cuando afloran cuestiones políticas, dado que ambos se encuentran alineados en los extremos más opuestos. Por suerte, eso no ha sido problema una vez más para que haya surgido magia entre ambos, inspirando a Nelson para dotar a esta composición de una relevancia imposible de alcanzar en la voz de Keith, varias décadas más joven. «No dejes que entre el viejo», advierte alegóricamente un texto que anima a seguir siendo joven, sintiéndose joven, por más que pasen los años. Y en su estribillo plantea una pregunta jodida: «Pregúntate cuántos años te echarías / si no supieras cuándo naciste». A ver, venga: ¿cuántos?

 

«Con este First rose of spring logra la más exquisita y estremecedora de sus aproximaciones a esa cosa irremediable llamada muerte»

 

Continuación lógica y directa de la anterior es la más animosa “Just bummin’ around” (algo así como “Solo tonteado”), una composición de Pete Graves que se remonta a 1953. Se trata de un country swing contagioso y dicharachero en el que, tras responder a la pregunta de la canción anterior, el protagonista parece ir caminando por las calles disfrutando, simplemente, de la vida: «Tengo un millón de amigos / no me siento viejo en absoluto / no tengo nada que perder, ni siquiera la tristeza / solo estoy tonteando».

Tras ese pico de felicidad llega otro de los pasajes nostálgicos —que no tristes— del disco de la mano de una composición firmada este mismo año por Chris Stapleton, uno de los grandes del outlaw country actual. En Our songs volvemos a encontrarnos con un amor veterano, en el que el narrador quiere agradecer a su amante todo lo que han compartido y lo que ella ha aportado a su vida: «En este largo camino juntos / Me has visto perderme / Y me devolviste al camino / Y cuando la oscuridad nos rodeó / Mantuviste mis pies en el suelo / Y me abrazaste como una amante y una amiga / Por eso, esta es nuestra canción». La voz de Nelson suena rebosante de melancolía, pero no de tristeza, y es el mismo sentimiento que transmiten el impecable juego que se traen la steel guitar y la omnipresente armónica de Raphael.

 

 

Interludio: un hurra por Billy Joe Shaver

Ya que hablamos de un grande como es Willie Nelson, aprovechemos este álbum para reivindicar a Billy Joe Shaver, uno de los cantantes y sobre todo compositores más notables del género que vertebra esta sección. Allá por 1999 andaba Shaver preparando un nuevo álbum en el mismo estudio en el que Waylon Jennings grababa otro disco. Un día pasó a visitarles Willie Nelson, y ya estaba el tangai montado. Llamaron al amigo común Kris Kristofferson para que se apuntara a la fiesta y así vio la luz, en febrero de 2000, Honky tonk heroes.

Nelson ha decidido recuperar para este disco el corte que cerró aquel trabajo coral, “We are the cowboys”, composición de Shaver, que constituye una grabación notable si no fuera por dos lastres importantes: parece algo fuera de lugar ante el comentado tono conceptual del álbum y, sobre tono, no aporta nada a la edición anterior, que ganaba una fuerza inusitada ante la presencia de cuatro voces verdaderamente legendarias. En esencia, la canción es un homenaje a los vaqueros tejanos —no a los pistoleros del cine, sino a los de verdad, a los que se curten el lomo trabajando—, y probablemente el mejor argumento para recuperar hoy esta canción es el golpe en los morros que supone al presidente Trump con la estrofa que proclama: «Los vaqueros son el estadounidense medio / texanos, mexicanos, negros y judíos / Aman este viejo mundo y no quieren perderlo / Cuentan conmigo y cuentan contigo». Se le debe de agitar el bisoñé al de la Casa Blanca escuchando estas cosas…

 

 

Y justamente tras esa evocación de los hombres que forjaron la nación estadounidense en los días del salvaje Oeste y sus actuales herederos, llega la que, a juicio del firmante, es la pieza más emocionante, emotiva y deslumbrante del disco: “Stealing home”, registrada por Marla Cannon-Goodman, Casey Beathard y Don Sampson en 2002. «Siendo joven me hice viejo, no podía esperar a crecer…», comienza su narración el protagonista de esta amarga historia sobre cómo las decisiones que tomamos para forjar nuestro destino nos acaban apartando muchas veces de nuestras raíces, dando alas así a ese viejo diablo cabrón sabelotodo que es el Tiempo para que nos vaya robando sonrisas y recuerdos hasta que un día, sin darnos cuenta, paramos en seco y nos percatamos de todo lo perdido. Una barbaridad de canción para las almas sensibles —las otras, para qué andarnos con rodeos, no se merecen escuchar a Willie Nelson—, tanto en sus versos como en la concepción musical que los arropa.

Tras la ese cañonazo de emociones, “I’m the only hell my mama ever raised” retoma el tema del bala perdida, en este caso no es un preso pero sí un exconvicto con un largo historial de hazañas que ninguna madre desearía para su retoño. Con un ritmo juguetón que es puro honky tonk, esta canción registrada en 1975 por Wayne Kemp, Bobby Borchers & Mack Vickery plantea un muy atractivo juego intertextual con tonadas gospel clásicas de las que el protagonista se sirve para enumerar los muchos esfuerzos de su progenitora para llevarlo, sin éxito, por el buen camino. Él es el único infierno que su madre concibió, y como tal, haciendo balance, paga su precio.

 

 

El disco se cierra con dos canciones con sabor a clásico, aunque una de ellas, “Love just laughed”, fuera compuesta por Nelson y Cannon hace solo unos pocos meses. Es curioso que musicalmente esta canción se distancie del espíritu de su texto, que con otro ropaje podría haberle colado sin pudor alguno al viejo Sinatra: «Pero de un modo extraño, fue divertido / Podemos mirar atrás, sonreír y decir que / lo que sucedió nos trajo hasta aqui / Y el amor se limitó a reír / Pero más tarde, el amor lloró».

Mucho más adecuado al texto de esa canción habría resultado el tratamiento musical que se le da al broche del álbum, verdadera salva de artillería emocional, nada menos que el “Yesterday when I was young” de Aznavour, don Charles. La voz de Nelson y la guitarra de Cannon arrancan la narración con un efectivo clasicismo antes de dar paso a unos discretos arreglos de cuerda que divierten al fundirse con la armónica de Raphael primero, y las notas de Trigger a continuación. “Ayer, cuando era joven”, es la rotunda proclama de cierre de este disco, que ha sido fiel a ese planteamiento canción tras canción: «Hay tantas canciones en mí que no se cantarán / Siento el sabor amargo de las lágrimas en mi lengua / Ha llegado el momento de pagar / por ayer, cuando era joven».

Y tras terminar su escucha, uno no puede más que sonreír y alzar su copa en honor a un artista que, como Clint Eastwood —otro de los rostros culturales del Monte Rushmore—, no solo sigue empeñado en sorprendernos año tras año con una deliciosa obra, muchas veces magistral, sino que consciente de su edad y su experiencia, nos plantea cavilaciones vitales que además de entretener, invitan a la reflexión. Si la veteranía es un grado, en el caso de Willie —y de Clint—, es el escalafón completo.

Ya lo decíamos al principio: este viernes, 3 de julio, sale a la venta el nuevo disco de Willie Nelson. Todos en pie, por favor.

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