«Sacamos pecho porque Delorean son un grupo de culto en Japón, pero no reconocemos que es así porque, simplemente, podrían haber hecho su música en cualquier parte. Que sean de Zarautz es algo completamente circunstancial»
Sigue Darío Vico con su improvisada serie teórica alrededor del pop español. En esta ocasión se pregunta por el sonido autóctono, por las referencias propias frente a las comunes internacionales.
Una sección de DARÍO VICO.
Es curioso pero, medio siglo después, el pop español ha acabado funcionando exactamente como empezó, fotocopiando a la perfección modelos desarrollados en el exterior. Sacamos pecho porque Delorean son un grupo de culto en Japón, pero no reconocemos que es así porque, simplemente, podrían haber hecho su música en cualquier parte. Que sean de Zarautz es algo completamente circunstancial. Y ojo, que no estoy cuestionando ni su calidad ni su ciudadanía, simplemente revelo un hecho que creo tiene su importancia a la hora de que se haya perdido la conexión entre el público real, del mundo real, y las dos últimas generaciones de grupos del pop español, salvo en casos muy puntuales.
Justo empezaban los 60 cuando llegó a Madrid para tocar en el emblemático Pasapoga un combo liderado por los hermanos Frank y Ñolo Llopis, que se desenvolvía en casi todos los géneros populares que colisionaban en la época. Un ejecutivo de Zafiro vio la oportunidad de grabar a coste bajo unos cuantos temas de esos «nuevos ritmos» que empezaban a mover medio planeta y que se agrupaban bajo el paraguas del rock and roll y les metió en un estudio para grabar una veintena de temas que se convirtieron en algo así como la piedra Rosetta del pop español. Aunque se suponía que eran fieles traducciones de clásicos del momento, tenían todo el sabor del «ruido» local, sobre todo gracias a la peculiarísima guitarra de Frank… Eran Los Llopis, recordados por ejemplo por “Estremécete”.
Unos años más tarde, con el rock ya «establecido» en nuestro país y las discográficas controlando férreamente el cotarro, surgió el beat y la estrategia de la «fotocopia» llegó hasta tal punto que para maximizar beneficios y alcance, se primaba las versiones ejecutadas por grupos locales frente a los originales; así, los éxitos de los Beatles los adelantaban los Mustang, los de los Stones, los Salvajes… Aquello era poner puertas al campo, y mientras por una parte los musiqueros reclamaban los originales (aunque sin desdeñar a los excelentes versioneros españoles) por otra los grupos reclamaban espacio para su propia creatividad…
La historia dice que de la colisión entre la dictadura de las discográficas y la rebeldía de los músicos surgieron cosas muy interesantes. Por ejemplo, Los Brincos, que más allá del detalle de los cascabeles y las capas españolas, impusieron una sonoridad «hispana» al beat más académico que los convirtió en algo único. Es curioso reseñar que, en su caso, fue al reclamar la libertad absoluta –para experimentar con la psicodelia y demás hierbas del momento– cuando se ciñeron al modelo anglosajón hasta tal punto que perdieron todo interés. Me estoy refiriendo a “Mundo, demonio, carne”, en el que quizás les lastra un hecho que se ha repetido mucho después en el pop español, que pagan el ser capaces de clonar con demasiada fidelidad sus referencias externas… y por eso la libertad que reclaman acaba convirtiéndose en una jaula de oro.
Me explico; sorprende mucho que Vainica Doble declaren en sus entrevistas que a ellas lo que realmente les gustaría es sonar como Supertramp. ¿A alguien le recuerda “Taquicardia” a “Even in the quietest moments”? Ni de coña, ¿no? Pero está claro que una de las cosas que más valor le ha dado al pop español es que, entre la referencia y la ejecución, había una distancia tan abismal –por medios disponibles, por influencias inconscientes, por la heterogeneidad de gustos, formación y neuras del elenco…– que parte del «ruido» creado en todo el proceso de creación y grabación se convertía en valor creativo. Es como el juego del teléfono estropeado, en el que lo que tú le cuentas a tu vecino de «circulo» al oído no tiene nada que ver con lo que te acaba volviendo, porque en el camino se malinterpretan, se ganan y se pierden cosas. El caso es que Vainica habría tenido mucho menos encanto si realmente hubiera acabado sonando a Supertramp. Que el mensaje que nos llegó, simplificado, realineado, reestructurado, realimentado, era mucho más rico y complejo, y al mismo tiempo, mucho más personal y propio.
La precariedad de trabajar al margen de la industria ayuda a todo ese proceso. Por dejar de lado a los prog hispanos como Smash y demás fieras de la bisagra setentera, que trataremos en otro momento, el ejemplo más claro es la generación de La Movida, donde este proceso se extrema. Estudios como los legendarios Doublewtronics son como el Triángulo de las Bermudas del pop español, que se traga influencias y escupe misterios. No sé a qué querrían sonar en principio Gabinete Caligari (¿a The Cure?), Parálisis (¿a Bauhaus?), Aviador Dro (¿a Devo?) o UA (¿a Talking Heads?) entre otros cientos, pero entre las interferencias culturales, la impericia de propios y extraños y la falta de medios, el resultado fue algo totalmente distinto y fascinante.
Hoy, que todo el mundo graba en otras condiciones, y con unos aparatos que emulan cualquier sonido, cualquier cosa menos la magia de lo impredecible, cualquier grupo de medio pelo suena exactamente como quiere sonar. Ya, para arreglarlo, cantan en un idioma que les es ajeno o sobre cosas que le son ajenas a ellos y a casi todo el mundo del mundo real, como por ejemplo, a mi peluquero (era por poner un ejemplo, aunque es poco afortunado, porque es egipcio y posiblemente todo lo que no haya nacido como un eco reverberado de la garganta milenaria de Om Kalsoum le sea ajeno, salvo quizás Don Omar). Bueno, pongamos a mi tía Bernarda. Mi tía Bernarda encontraba algo en las canciones de Radio Futura o El Último de la Fila, o las de Claustrofobia y Corcobado que ponía yo a la hora de la merienda, que no encontraría en un grupo «de hoy».
Un eco interior, profundo, una digresión sonora que surgía como ruido. Una diferencia. Un diferencial, mejor dicho. Me alegro mucho de que los japoneses disfruten tanto escuchando a los nuevos grupos españoles. Pero mejor que mi tía Bernarda, la pobre, se haya muerto, porque aquello que unía a su ‘Batallón de modistillas’ con mi ‘Olor a carne quemada’, se habría perdido para siempre en estas canciones sin mácula, pero sin fallo. Bueno, quizás le habría gustado el disco de ‘La estrella de David’ y alguno que otro suelto, pero esa es otra historia.
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