Wild Card: Cuando Serrat hizo la revolución

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«Serrat pudo construir su carrera a su antojo y creo que fue gracias a aquella mañana de domingo en que se plantó y declaró su derecho a cantarle una jota aragonesa a su madre, si le parecía bien y se le ponía en la punta de los cojones»

Darío Vico, mientras fabula un poco, encuentra el momento en que Joan Manuel Serrat tuvo una epifanía similar a la de Dylan el día que le gritaron «Judas». Un artículo que recrea la historia del cantautor pero también la del pop español.

 

 

Una sección de DARÍO VICO.
 

 

Imaginad, es 1969, el Palau de la Música de Barcelona está repleto, y desde el escenario, Joan Manuel Serrat anuncia que va a cantar un tema nuevo; se cuelga una guitarra eléctrica al hombro, se gira hacia su banda (los Lone Star, con quienes lleva meses ensayando) y juntos empiezan a tocar una furiosa versión, parecida al cover que harán treinta años después Los Enemigos, de “Señora”. Un tema de rock, ¡y en castellano!, en pleno Palau…

Como un resorte, un espectador, que parece que va a arder dentro de su traje de pana, por lo enrojecido de su enfurecido semblante, se levanta y grita…

– ¡Judes!

Joan Manuel le mira, muy serio, y contesta…
– No et crec… Tu ets un mentider!
Y continúa la canción hasta que el Palau se viene abajo, mitad aplausos, mitad voces… El rock español ha cambiado para siempre.

En realidad, aquello no sucedió nunca. Y pese a quien pese y a lo que yo mismo he pensado muchas veces, creo que fue positivo, para la historia del rock español, de nuestra música popular, mejor dicho, creo que gracias a aquello respetamos nuestro camino y supimos cambiarlo. Y además, Serrat tuvo su genuino “momento Judas” unos meses antes, que fue algo así, o al menos así lo cuenta el gran José Ramón Pardo:

Fue un fin de semana de 1967. Pardo, ya entonces un inquieto y reputado periodista, compaginaba su trabajo con el proselitismo musiquero, y entre otras actividades organizaba una serie de conciertos en el auditorio del colegio mayor Lasalle en los que se dieron a conocer en Madrid los cachorros de la Nova Cançó; recitales de los que, por lo visto, no se enteraba ni la censura, porque la audiencia era más bien magra, pese a lo que nos pueda parecer por los relatos heroicos de la época en los que la progresía cerraba filas en torno a cualquier artista que pusiera en jaque a la dictadura. Al de Serrat, en concreto, no fue ni el Tato, porque aquel día una discográfica tenía presentación oficial (un hoy olvidado melódico llamado Jorge, recuerda José Ramón Pardo) y había canapés.

Pardo no se arredró y, ya que Serrat estaba en Madrid, quiso aprovechar el viaje y la oportunidad de dar a conocer algo en lo que creía. Decidió llamar a un colega, Rafael Revert, capo de «Los 40 principales» y «El gran musical». En aquella época, y durante mucho tiempo, quien realmente movía a la gente y abría los oídos al público a cosas nuevas –y por razones tan prosaicas como creer en ello– eran, por mucho que pueda joder, los chicos de la emisora de la Gran Vía madrileña. Y al noi aquel catalán le citaron la mañana del domingo en el estudio de la segunda planta para que se cantara unos temas en directo; por cierto, era la primera vez que Serrat iba a cantar ante una audiencia (radiofónica, es cierto) considerable fuera de Cataluña (entonces con ñ, que para eso la llevaban las máquinas de escribir de la autarquía toda).

La sesión se emitió, como era habitual, en directo (pero, ¿no había censura y Serrat era un peligrosísimo agente separatista? ¿Y si se arrancaba con ‘Els Segadors’?) y en el estudio había unos cuantos invitados, modernos de la época incluidos, como recalca Pardo. El caso es que Joan Manuel empezó con ‘Cançó de matinada’ y sonaron aplausos, pero al entonar ‘Cançó del bressol’, con su habitual introducción, una jotica en castellano con la que homenajeaba a su madre, algunos asistentes comenzaron a despiporrarse nada discretamente, lo que le tocó a Serrat los cojones mucho más si cabe que las palabras del pureta aquel de Manchester a Dylan.

Sin cortarse un pelo, Serrat paró en seco la canción y de una manera bastante más educada de lo que lo hago yo ahora vino a decir que tenía cojones que le fueran a afear en Madrid que cantara en castellano. En aquel momento, se declaró independiente de los propios independentistas y sus prejuicios, y más o menos marcó una línea sobre lo que iba a ser su carrera a partir de entonces: lo que él decidiera, lo que le saliera de los cojones y lo que le pidiera el cuerpo, dijeran lo que dijeran los tiempos, las costumbres y los comisarios políticos y musicales, al contrario de lo que pronto le sucedería a compañeros de viaje entonces más aventajados, como Raimon, Paco Ibáñez, Pablo Guerrero o en menor medida Lluís Llach y Maria del Mar Bonet.

Supongo que si Fraga –por entonces nuestro Bobby Kennedy particular (el JFK local sería Suárez) y Ministro de Información y Turismo– escuchó aquel programa, fliparía, y, ya que estamos en pleno ejercicio de historia-ficción, aquel acontecimiento nimio pero pivotal pudo contribuir a que muy poco después sucediera otro de los acontecimientos más raros y sonados de la historia del pop español, el llamado “caso Serrat”.

En 1968, Serrat da un paso adelante y –aunque mantiene compromiso con Edigsa para seguir grabando en catalán– firma contrato con Novola-Zafiro, el sello pop y madrileño por excelencia, que entre muchos otras glorias locales, había lanzado a Los Brincos en una de las operaciones más primorosas y perfectas de la industria discográfica que jamás se hayan visto aquí y en Sebastopol (y recalcar esto es importante por lo que sucederá después).

Como decimos, en 1968 Serrat no es el Serrat «omnipotent» e indiscutible que todos conocemos y reconocemos: por aquel entonces, nadie dudaba de su talento y sus posibilidades, pero en los círculos progres y catalanistas la apuesta era clarísimamente por el valenciano asimilado Don Ramón Pelejero, Raimon. Hay que tener en cuenta que a la progresía la música se la pela, y al rojerío ya no te digo: de Cuba salieron casi todos los músicos que partían con la pana en los cincuenta en una canoa fletada por Sam Giancana, y del bloque del este de Europa, el primer rockero del que tenemos constancia, al menos los atletistas, fue el delantero polaco y guitarrista aficionado Román Kosecki, según constataban los reportajes de «Marca». Puede que valoraran como elemento de agitprop la canción protesta y, el catalanismo usó la nova cançó como cuña, pero, vamos, a nadie en Radio España Independiente (la emisora del PCE que emitía en onda corta desde Moscú) se le ocurrió formar unos Brincos marxistas-leninistas o unos Bravos maoístas y emitir sus canciones para la juventud española, que habría sido una idea bonita. Pero a lo que vamos.

El caso es que Serrat firmó por la discográfica madrileña para grabar en castellano sin que se montara demasiado alboroto. Como decimos, Serrat no quería ser otro Raimon, que por otra parte era, con todos mis respetos, el Manu Chao del momento: todas sus canciones eran exactamente iguales, con el agravante, que muestran algunos de sus legendarios directos de la época, de que no fue capaz de aprendérselas bien del todo… Serrat, como Dylan, puede que quisiera cambiar las cosas, pero como el de Duluth, tenía claro que en cualquier caso quería llegar a la mayor cantidad de gente posible y con canciones, por qué no, que le tocaran a todo el mundo el corazoncito y que no necesitaran explicación alguna. Nada de dobles lecturas, primera escucha.

Aquello era revolucionario, aunque nadie se diera cuenta más que él. Bueno, y un señor bastante listo que era Lasso de la Vega. Aquí no podemos hacer analogías; Lasso no era ni el coronel Parker ni Brian Epstein, ni nada parecido, ni muchísimo menos un manager como el de la canción de los Veneno, Lasso era más bien como el inefable manager de la folklórica Lolita Sevilla que Manolo Morán convirtió en un icono en “Bienvenido Mr. Marshall”. Lasso era un «apoderao» de los de toda la vida y cruz de madera en el despacho, y contratos de por vida con Marujita Díaz y Celia Gámez. El porqué Serrat y él se encuentran en un estudio barcelonés a mediados de los sesenta, se entienden y deciden convertirse en «team» es algo que no le entra en la cabeza a quien concibe la historia según lo que le cuentan los guionistas de “Cuéntame” o los redactores de la historia de la lucha obrera antifranquista y la transición en suplementos que editan de vez en cuando los periódicos protoprogres. Pero es que no todo era ni tan rojo ni tan azul, también ahí existen tonos intermedios, sobre todo cuando se trata de hacer canciones y venderlas.

Vamos a ver, tampoco quiero sugerir que Joan Manuel fuera un agente secreto infiltrado de la Brigada Político Social, como Elvis de la CIA (aunque Fraga era capaz de haberse inventado algo así) pero sí que sabía que por el palo de la acústica y el ‘Diguem no’ no iba a ninguna parte. Franco era casi octogenario en 1967 y había chicas en bikini en las playas. Aquello se acababa, aunque muchos se enteraran tarde y en Suresnes. En 1968 Dylan está cantando country con Johnny Cash y su single en las emisoras es ‘Lay, lady, lay’. Y Serrat sabe por dónde le lleva su talento y le pone proa a la canción protesta, porque lo que quiere hacer él es algo parecido a lo de Dylan, pero a la española, dicho sea esto en todos sus sentidos. Eso sí, para eso necesita una jugada de imagen como no ha habido otra en el pop español.

Como habíamos dicho, pero quiero repetirlo, Lasso de la Vega es más espabilado que un demonio (y Serrat tampoco es tonto). El “manager de hierro” no es precisamente un petimetre, que ya peina canas hasta en los huevos, pero está atento a lo que se cuece; el chaquetón marinero y la bufanda a listas, que durante años imitarán hasta en la sopa –como había sido imitado antes otro invento suyo, la uniformidad del Dúo Dinámico, otros excelsos protegidos suyos– se la calza a Serrat convirtiéndole en una muy bien jugada reinterpretación del Paul Simon de ‘Sounds of silence’. Pero eso no es nada. Lasso prepara una que ni la de Malcom McLaren en el 77 con los Pistols.

Ángel Casas contó la historia en su excelente librito “45 revoluciones en España” y Fermí Puig la amplió más recientemente en el no menos bueno “Los 60 cantan en catalán”. Yo lo resumo y me planteó algunas preguntas… ¿Cómo entró Serrat en un asunto tan desconcertante? ¿Cómo, a Fraga, a los muy bregados directivos de Televisión Española y a los no menos huevipelados directivos de Zafiro les pudo colocar Joan Manuel y su entorno el sapo de su renuncia eurovisiva? Y… ¿Realmente fue para tanto? Recapitulemos.

A principios del 68 se anuncia que Serrat ha sido elegido para representar a España en Eurovisión. Ahora lo piensas y resulta que más o menos es como si de pronto te dicen hace unos meses que Errekondo vuelve a la roja de balonmano y que se baraja mandarle de abanderado a los Juegos. Más aún cuando se da el caso de que Serrat, que entre otras cosas es cantautor, acepta que su primera canción grabada en castellano, más allá de los versos de la jotica antes comentada, el jitazo con el que se supone va a ser 3, 2 o 1 en toda Europa, no es una suya –él había presentado a la selección “Los titiriteros”– sino una composición de Manolo Arcusa y Ramón de la Calva, aka el Dúo Dinámico y aún parte de la escudería Lasso, llamada ‘La, la, la’.

Todo, de entrada, es extrañísimo, y más que no suceda alguno o todos de estos acontecimientos:

1. Que Serrat mande a Lasso a tomar por culo en cuanto escuche la propuesta.

2. Que Fraga, TVE y Novola no se teman un Bahía Cochinos a la inversa orquestado por los «malos», teniendo en cuenta que no hay mucho tiempo para la marcha atrás y que el festival es en directo ante la Europa toda.

3. Que Els Segadors no salgan de sus tumbas imbuidos por el fervor catalanista y persigan con sus hoces (y unos martillos prestados por la izquierda natal) a Serrat y su «entourage» españolista por las Ramblas, para que vuelva al redil y termine de grabar de una puta vez los volúmenes segundo a décimo de “Cançons tradicionals”, con lo bonito que le quedó el primero. Muy al contrario, las críticas son tibias o inexistentes y de hecho a la mayoría de la gente le parece una muy buena idea, aunque algunos, como el entonces no tan viejo profesor Tierno Galván apuntan en una encuesta pública (que se hizo) “Pero este muchacho, ¿no cantaba en catalán?”.

Una cosa bien curiosa es que ‘La, la, la’, pese a su estribillo extrapolable a una Massielona (o sin ir más lejos, a una catalana mucho más españolizable, como Salomé, que sin ir más lejos ganaría con ‘Vivo cantando’ el año posterior, quien sabe si en respuesta a lo de su triunfo en el Festival del Mediterráneo con Raimón años atrás) era una canción muy Serratiana, en tono y contexto. De hecho, escuchada sin el estribillo uno podría pensar que era una canción propia del noi de la época, y que Manolo y Ramón se la escribieron para él. Que Lasso lo tenía todo controlado desde el principio y que la jugada era rescatar al Dúo en un momento flojo al tiempo que lanzaba a su nuevo fichaje, aunque no exactamente por su participación en el festival, sino por su ausencia.

Se ha escrito mucho sobre las tensiones que vivió Joan Manuel Serrat entre enero y marzo de 1968, cuando se plantó definitivamente. Fermi Puig llega a contar un último pulso, con su carta de renuncia a TVE y el Ministerio ya enviada, en el que el noi por un momento se monta en un taxi en París camino del aeropuerto de Barajas, para hacer acto de contrición españolista en Prado del Rey, del que finalmente se desdijo ya en la radial que le llevaba al Charles de Gaulle. Yo no lo veo tan claro, pese a que eso me lleve a un ejercicio de la más pura especulación.

Lo primero es que me extraña que Serrat aceptara de entrada, por mucho que quisiera vender discos, meterse en un berenjenal semejante, y además con una canción ajena. En un nuevo paralelismo dylaniano, el día que Bob ve en la tele a The Byrds tocando un ‘Mr. Tambourine Man’ mucho mejor que el suyo, se da cuenta de que le están comiendo el terreno y que como no se ponga las pilas y marque la diferencia le quedan tres telediarios. Si Serrat se embarca en una aventura ya de por sí tan dudosa como la eurovisiva, no lo va a hacer con una canción que demuestra que Manolo y Ramón le pueden impostar su estilo sin despeinarse el flequillo de guardamarinas, y más cuando se dice, se comenta, que le cuesta escribir en castellano y que tras meses de trabajo solo tiene tres canciones en el idioma de los Reyes Católicos, los misioneros y los indios conversos que no perecieron en la conquista del imperio. Tú vete a Eurovisión cantando una canción del Dúo y a la vuelta Novola te tiene preparadas siete más de Manuel Alejandro y cuatro de Manolo Díaz para tu primer elepé en la casa. Y se ha acabado el noi.

No, en mi humilde opinión, Lasso McLaren y Johnny Serratten tenían más claro que el agua que nacía de las fuentes de Monserrat que no iban a ir a Londres, y eso desde el primer día. Eso sí, quizá la jugada que le falló al apoderado es la de la suplencia; el (su) Dúo Dinámico al rescate, no te digo yo que hasta con el uniforme que lucían en “Botón de ancla” –recosido por una modista, que los años no pasan en balde y se echa tripita– para darle un toque más patriótico, cantando el ‘La, la, la’ en castellano y adelantando cuatro décadas y pico esto tan bonito del “Soy español, a qué quieres que te gane”, eso sí, como apuntan los historiadores, con los votos apalabrados desde meses antes (dicen que la votación postrera y definitiva de Alemania nos costó adoptar el sistema televisivo Pal y no te digo yo que muchas de las humillaciones a las que nos somete la Merkel no tengan aún como contrapartida sus amenazas a Mariano de exhumar el expediente eurovisivo).

Durante un par de meses Lasso y Serrat fueron tejiendo su “God save the Generalísimo” particular hasta que estalló a finales de marzo, un par de semanas antes de la cita. La leyenda cuenta que se llamó a Massiel, de gira por las Indias, para que volviera, y que cuando se bajó del avión ya tenía vestido, arreglos y casi el videoclip montado. Vamos, que poco más y solo tuvo que ponerse delante de un fondo azul y mover los labios, como los pitufos sexys de “Avatar”. Resulta que la industria discográfica española, que treinta años después son todos tontos y sin capacidad de reacción, estaba liderada en 1968 por tipos parecidos al Richard Branson del 77. Para mí, Novola-Zafiro (compañía igualmente de la Massielona) y Lasso pactaron desde el principio. Y quizá Televisión se encontró el tomate, y por eso fue la única instancia que realmente vetó a Serrat en los años siguientes (seis, exactamente). Aunque a Lasso, Serrat y Novola se la peló, porque tenían a «Los 40», donde durante los años venideros sonaron sus canciones a saco, y toda la opinión pública detrás.

Leyendo a algunos historiadores uno podría pensar que a Serrat, en cuanto aterrizó de París, que es donde se había refugiado durante la movida, fue fusilado en una tapia detrás de las oficinas de Edigsa, enviado a Fuerteventura en un camarote sellado del Juan Sebastián Elcano o lobotomizado en los sotanos de la DGS. No me quiero burlar de quien realmente sufrió cosas así, que sucedió (y bien muertos estén los hideputas que lo permitieron), pero lo cierto es que su caso está a años luz del de un Víctor Jara, porque Serrat, represaliado o no, editó en los años siguientes y de una tacada “Dedicado a Antonio Machado, poeta” (1969), “La Paloma” (1969), “Mi niñez” (1970), “Serrat 4” (1970) y el definitivo “Mediterráneo” (1971), y eso solo para empezar, y se hincho a vender discos y a sonar en las radios. Y sí, es cierto, hubo miedo a amenazas ultras, pero Serrat pudo construir su carrera a su antojo y creo que fue gracias a aquella mañana de domingo en que se plantó y declaró su derecho a cantarle una jota aragonesa a su madre, si le parecía bien y se le ponía en la punta de los cojones (lo que entre otras cosas le facultó para que nadie encontrara raro que se marcara una saeta tremenda e histórica poco tiempo después) y pudo grabar todas aquellas canciones que hoy son parte de nuestra historia, sentimental y social.

Gracias a eso y quizás a una jugada maestra de Lasso de la Vega. Raimon aún debe estar cagándose en su p… madre, con perdón que la expresión es mía y fabulada (y por cierto, el último disco del valenciano, al fin, es mejor que cualquiera de los diez últimos de Serrat. Aunque eso ya, lamentablemente, no le importe a nadie).

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