“Pues lo siento, pero a mí Melendi me merece mucho más respeto que la mayoría de los tipos que han aparecido en las portadas de las revistas especializadas dirigidas a ‘connoiseurs’”
Regresa Darío Vico con su «Wild card», sección que nos acompañará todos los viernes, y para abrir la temporada, nos habla de la necesidad de los filtros en la música y de cómo la endogamia musical funciona en cierto pop hispano.
Una sección de DARÍO VICO.
Hace unos años, Rough Trade, todo un referente en la venta y edición de discos para la inmensa minoría, decidió crear una especie de «programa» o club por el que te suscribías y cada mes te enviaban una serie de discos elegidos por su staff acompañados de una pequeña guía para «interpretarlos». Su lema era “No vendemos música, vendemos criterio”. Un poco pijo y pedante (bastante, en realidad) pero ajustado a una realidad; con la ruptura de diques de contención en internet, el aficionado novato o no endémico con expectativas de reconvertirse en «connoisseur» podía perderse entre toda la música disponible en internet, y más cuando el «filtro» de las discográficas y la prensa especializada comenzaba a desaparecer sin dejar rastro…
Lo cierto es que a Rough Trade no les faltaba cierta razón. Aquel filtro también presuponía criterio; puede que hubiera parte de razón en que durante mucho tiempo una serie de profesionales se habían arrogado un derecho a usar ese criterio con demasiada petulancia, pero la labor de filtro es necesaria. ¿Quién debería hacerla? A estas alturas es difícil decirlo; cada aficionado a la música es un crítico y un descubridor de tesoros ocultos, en muchos casos, también un músico o parte del «sequito» virtual de alguno, la música nunca ha estado tan pegada a quien la escucha. Y eso a veces no mola tanto como parece.
Hace tres años me entregaron un CD de un grupo que debutaba. Lo agradecí por cortesía, pero tras escucharlo decidí que, según mi criterio, no me gustaba y opté por no hacer una crítica. Por resumir, me la pidieron, me la exigieron, me amenazaron, me acosaron a mí y a mi familia (al igual que a otras personas que pensaban lo mismo que yo). Lo más curioso de todo es que, contra mi opinión, estaba la de una pequeña cohorte de aduladores –que a su vez mantenían su propia actividad artística en la música, la literatura o la simple diletancia– y entre unos y otros se retroalimentaban en sus delirios de grandeza. No pretendo que mi opinión valga más que la de nadie, pero creo que a lo largo de los años he adquirido un cierto criterio, que puedo manejarlo con cierta objetividad y que frente a la «pirámide de la adulación» tiene cierta validez.
Lo de la pirámide de la adulación es una coña sobre aquel timo en cadena en el que tú convencías a dos manolos de que te prestaran un millón y esos a su vez convencían a otros tantos de que se lo prestaran a ellos, y así hasta que la base era demasiado grande y un buen número de tipos se encontraban con que nadie les «devolvía la inversión». Aunque el caso que he narrado antes es muy extremo, la verdad es que todos los estamentos del autoproclamado pop español independiente, decidieron hace tiempo que era posible vivir sin filtros y abandonarse alegremente a la fantasía de la «genificación» de todo quisqui: músicos, editores, periodistas… Una endogámica pirámide de adulación en la que abundaban las críticas excelsas, las canonizaciones, beatificaciones y cartas de genialidad… Y todo sin el refrendo que siempre necesita la música popular: que la escuche la gente y que juzgue por sí misma.
Así, Melendi es una mierda porque es un producto facturado por el antiguo régimen, y amparado por sus medios de mierda, aunque se haya tenido que ganar su posición a base de politonos, entrevistas y bolo tras bolo. A base de que la gente lo escuche porque le mola. Pues lo siento, pero a mí me merece mucho más respeto que la mayoría de los tipos que han aparecido en las portadas de las revistas especializadas dirigidas a «connoiseurs» (un público sectorizado, autoconvencido de la infalibilidad de su criterio pero que normalmente ignora cuando no denosta lo que escuchan otros colectivos).
Volviendo a Melendi, aún creo que es así como hay que construirse una carrera, independientemente de que me guste su música o no. Pereza es otro ejemplo; se han peleado en las barricadas de los garitos y de las radiofórmulas, las chicas de quince años se aprendieron sus estribillos. Creo que la mayoría de los artistas nacionales que salen en las portadas de las revistas especializadas, en los blogs, en la emisora del pensamiento musical único, lo han tenido mucho más fácil desde el primer día. Creo que este sistema de endogamia es una mierda y ha llegado a su límite, ha roto algunas barreras –llegar a las revistas de tendencias, ok, gran paso– para colocar unos cuantos nombres y luego quemarlos en cuanto entran en contacto con el público de verdad, el que consumía las canciones de los Brincos, Bravos, Julio Iglesias, Triana, Pegamoides, Gabinete Caligari, EUDLF, etc., simplemente porque le gustaban, porque eran buenas y porque les salía de los cojones.
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Anterior entrega de Wild card: La maldición de los frontmen españoles.