Whitney no fue Nina Simone con sintetizadores

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COMBUSTIONES

“Houston fue la dueña de una voz arrolladora y, sobre todo, insustancial”

Desde Nueva York y siempre atento, Julio Valdeón reflexiona sobre cómo está cambiando la percepción de la fallecida Whitney Houston en Estados Unidos, encumbrándola a un lugar que, en su opinión, no merece.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

La muerte. Entre sus particularidades, poco útiles para el finado, figura la de relanzar prestigios. También los hunde, pero no en el caso de Whitney Houston. Palmó con 48 años. Envuelta en un halo o niebla tóxica. Como una princesa de cuento rodeada de setas venenosas y rumores malignos. Sabíamos de su desagraciado matrimonio, su adicción a los estupefacientes y sus cíclicas recaídas. Desde que falleció en 2012 su figura conoce algo así como un imparable resurgir crítico. Al menos en Estados Unidos. La sucursal del museo de los Grammy en Newark inaugura una exposición dedicada a su vida, circunstancia y milagros. Son varios los periódicos que evalúan su legado con epítetos dignos de Etta James. Que si reina del rythm and blues, que si emperatriz del soul. Majaderías. El cancionero que interpretó, la instrumentación y arreglos con los que vestían sus piezas y desde luego aquellas horrísonas producciones ochenteras supuran no ya vulgaridad, que puede rendir grandes frutos en manos de algunos, sino aburridísima intrascendencia.

Houston fue la dueña de una voz arrolladora y, sobre todo, insustancial. Melisma va, octava viene, sube y baja por las escalas como quien monta en tiovivo, exhibía palmito en los vídeos, sonreía con una sonrisa bigger than life y desarrolló un híbrido entre el soul plastificado y el pop más trivial. Luego llegan los críticos anglosajones, ansiosos por evitar ser tachados de carcas, van y cuentan que hay que situarla entre Madonna y Michael Jackson. Se quedan tan anchos. Por no hablar de que quienes, al alabar su obra, generalmente irregular, tantas veces insípida, parecen alabarse a sí mismos. De alguna forma, y por aquello de que a los muertos hay que respetarlos, prestigian la fea banda sonora que acompañó su adolescencia. Claro que peores fueron las discípulas. Houston amamantó a toda una generación de maniquíes que suplen con generosas exhibiciones de purpurina la falta de ideas y cantan las delicias del amor romántico con filosofía y prosa digna de mensajitos del restaurante chino del barrio. Vocalistas puramente inanes. Inmersas en una exhibición de gorgoritos hacia ninguna parte que desemboca, con el paso de los años y la decadencia de Occidente, en esos concursos de televisión donde unos tristes fracasados fracasan por dinero mediante el fotocopiado de las obras ajenas. Al menos Whitney llegaba del góspel, género primordial en el que intérpretes mucho más interesantes había dado sus primeros pasos.

De acuerdo, murió muy joven. Quién sabe si en otro tiempo y con otros consejeros no habría grabado obras más suculentas. Duele su peripecia. La orgía de drogas, las palizas. Las entrevistas con los ojos vidriosos. El asco de contemplar a los buitres y su vivisección de la heroína. El aura de arcángel derribado recuerda, parcialmente, a Amy Winehouse. Pero Amy duró veinte años menos y, aunque apenas publicó dos discos completos en vida, tenía todo lo que otra no. Un metal en la voz y una forma de estar y cantar, y escribir, que superaba con creces el mero efecto ornamental. Amy, en definitiva, venía de Billie Holiday, Sister Rosetta Tharpe y Ronnie Spector. Whitney, por más que fuera ahijada de Darlene Love, tenía mucho más en común con la trayectoria de su prima, Dionne Warwick, y encima sin Burt Bacharach. O con otro descubrimiento de Clive Davis: Barry Manilow. Normal que si acudes a Spotify y curioseas lo que gusta a sus fans encuentres a Jennifer Hudson, Janet Jackson y Mariah Carey. Nada en contra. Excepto que a sus exegetas les debe de parecer poco que despachara doscientos millones de discos. O que ganara cientos de premios. También necesitan contarnos que fue una moderna Ella Fitzgerald, la Aretha de los ochenta o Nina Simone con sintetizadores. Pues no.

Anterior entrega de Combustiones: En Asbury, con Bruce Springsteen.

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