“Vulcania”, de José Skaf

Autor:

CINE

 

“Una reproducción de manual de la fórmula distópica, sin desvíos ni sorpresas, ceñida a un esquema previsible desde el primer minuto”

 

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“Vulcania”
José Skaf, 2015

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

Uno de los temas recurrentes que más ha alimentado el cine de ciencia-ficción ha sido el de los futuros distópicos diseñados para el control social en la línea sucesoria de lo propuesto por George Orwell en su celebérrima “1984”. A partir de esa idea se ha forjado un cine en el que la aspiración de trascendencia social ya venía introducida desde el enunciado, y por lo tanto suponía una cómoda base sobre la que generar variantes sin renunciar a la posibilidad del comentario de nuestro presente o de los abismos a los que se asoma. El problema es que a fuerza de recurrir a la fórmula, parte de esas conjugaciones de futuros distópicos se han ido acomodando en cintas tan rutinarias como “La isla” (“The island”, Michael Bay, 2005) o las sucesivas entregas de la serie “Divergente”, muy lejos de los riesgos creativos asumidos por títulos como “Matrix” (“The matrix”, Andy y Larry Wachowski, 1999) o “Hijos de los hombres” (“Children of men”, Alfonso Cuarón, 2006), por mencionar solo algunos.

“Vulcania” pertenece, lamentablemente, al primer grupo. La suya es una reproducción de manual de la fórmula distópica, sin desvíos ni sorpresas, ceñida a un esquema previsible desde el primer minuto en el que tampoco su historia de amor pretende romper el aplastante peso de lo ya visto. Antes al contrario, la ópera prima de José Skaf parece adaptarse a ese molde y centrarse en el notable esfuerzo de su producción. Desde un diseño que privilegia la atmósfera opresiva creada desde su ambiente rural, pedregoso y su ligera herencia de una estética de “gulag”, esta distopía minera se luce en su factura, pero sus imágenes ofrecen la misma inanidad plúmbea de “THX 1138” (George Lucas, 1971) al tiempo que aspiran sin fortuna a retratar los avatares de la política del miedo que tan bien articulara M. Night Shyamalan en “El bosque” (“The village”, 2004). Tampoco las solventes interpretaciones de José Sacristán o Aura Garrido pueden evitar lo inevitable: que la ausencia de aristas en sus personajes acabe instalándolos en el mismo conformismo tópico en el que se mueve un conjunto para olvidar.

 

 

Anterior crítica de cine: “Remember”, de Atom Egoyan.

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