DISCOS DESCATALOGADOS
«La grabación del disco peca de falta de color, cuando eran unas canciones que lo necesitaban»
Cercanos a grupos como La Buena Vida, Family o la Christina Rosenvinge de los primeros años: en ese triángulo ubica César Prieto a Los Navajos, un dúo de corta existencia del que rescata un interesante trabajo descatalogado editado en 1992.
Los Navajos
Volumen 1
VIRUS, 1992
Texto: CÉSAR PRIETO.
Hubo, en la nueva ola madrileña, grupos ocultos de esos que únicamente grabaron un single en alguna compañía aun peor distribuida que las independientes o en algún recopilatorio. A veces ni eso. Muchos de ellos tenían grandes canciones que nunca salieron a la luz y que merecerían una recopilación que rebuscase entre esas joyas ocultas. Grupos como Los Aristogatos o Los Minisuéters, que llenaron la segunda fila de un movimiento explosivo y arrebatador. En estos dos grupos se encontraba Antonio Paredes que, abandonados estos proyectos, pasó unos años sin tener más contacto con la música.
Pero Antonio conoció a Carmela García, de gustos afines en las artes en general y en la música en particular, pero sin experiencia en grupos ni grabaciones. Una de esas preferencias comunes era la Velvet Underground, así que decidieron de forma casera grabar una versión de “Femme fatale”. Carmela asumiría el papel de Nico y Antonio se encargaría de lo demás. Sin pretensiones. El resultado había sido más que decente, así que probaron a grabar algunas maquetas que llegaron a manos de Servando Caballar, quien a la sazón había abandonado DRO y fundado La Fábrica Magnética, donde les quiso producir un epé. Por aquella época, frontera entre los 80 y los 90, Servando era también el director artístico de un subsello que RCA había fundado para dar salida a los productos más alternativos: Virus. Quizás esperaban obtener rentabilidad con ellos. Aun así, durante los primeros 90 trabajaron en las carreras de Aerolíneas Federales y de Surfin’ Bichos, palabras mayores. Y ahí es donde decidió Servando que iban a grabar Antonio y Carmela. De hecho, les produjo el elepé junto a Moncho Campa y se lo presentó al sello ya hecho.
RCA ni les prestó atención, más que para encajarlos en algún programa de televisión y ofrecérselo a Los 40 Principales, que —quizá con más vista artística que su sello— los colocó en las listas. Pero algo no encajaba. Las canciones estaban bien arregladas, se le había encargado trabajar sobre ellas a Alberto Gambino, el cantautor argentino que ya había entrado en este mundo arreglando a Carlos Cano o Labordeta, pero nunca en el mundo del pop. Y sin embargo aquí lo hace con dignidad, sabe ser sutil y se adapta a las canciones sin extremarlas. El fallo está en la producción.
Plana, sin matices, arisca. La grabación del disco peca de falta de color, cuando eran unas canciones que lo necesitaban. Moncho Campa solo hubiera tenido que fijarse en la portada. Un bosque de cuento, con amarillos intensos y verdes desvaídos, el mismo tono que tendrían los sueños. Porque las canciones reflejaban eso precisamente, una visión onírica de personajes que perfectamente podrían responder a historias de fantasía. En “Pobre Ramón” podría ser un perfecto himno de los bosques, con una línea de bajo que fluye como un río en calma y letras que tienen esa luminosidad surrealista de Los Negativos.
Y, para que se hagan una idea, si en las letras recogen esa estética de Los Negativos, en la música se acercan a la Christina Rosenvinge que empezaba en solitario también por esos años, aunque estoy seguro de que a los fans de La Buena Vida o de Family también les resultaría un grupo cercano. Por ejemplo, “La reina del charco”, llena de sequedad y lirismo en la letra y con una mezcla de ingenuidad y pasión en la voz de Carmela, o “Juan sin miedo” con esa suavidad en el abandono de la Velvet Underground, de los que aparece en el disco ese “Femme Fatale” con el que Los Navajos se estrenaron.
Aparte de “Pobre Ramón”, la otra canción escogida como single —y quizá la más escuchada— fue “Mariajo”, una explosión pop brutal, con un riff obsesivo y dulce a la vez. “Mariajo” es de esas canciones sin nada especial, pero que resulta perfecta en su resolución, diseñada con escuadra y compás. El disco entero es una colección que destila sensaciones, son más sentimientos que narración, que parecen genialmente intuitivos. Pura lírica que reivindicó La Habitación Roja con una versión más que digna.
Aún fueron más allá. Se anticiparon a la “indietrónica” con “La caída de la iguana”, que parte de la electrónica para ser un rompepistas, y de la calidez que le dan unos vientos acogedores para acabar con aires funk y de blaxploitation. Pero, como decimos, al salir el disco tanto sus fans como ellos se quedan horrorizados con la producción, que convierte canciones que lo tenían todo para ser mágicas en algo torpe y plano.
La compañía sale escaldada y ellos decepcionados por la experiencia, aunque aún tienen ganas de grabar un par más de maquetas con canciones que siguen esa estela electrónica —aunque más oscura y obsesiva—, como “El manantial de gas”, y otras que tiran inteligentemente hacia lo naif o lo acústico. No merece la pena mencionar nombres, pero lo cierto es que eran canciones esplendorosas que se quedaron en el camino.
Dolidos con la industria, entran en contacto con las independientes, que creen que pueden cuidar más su trabajo. Siesta está interesada, e incluso llegan a actuar con La Buena Vida. El sello aprovecha “Reloj-violín”, de su maqueta, para el disco de Las Escarlatinas y siempre se ha dicho que compusieron para varios de los proyectos del sello madrileño. Nunca se sabrá y nunca más aparecieron. Parece, cinco lustros después, que no hubieran sido otra cosa que aquello que intentaban reflejar sus canciones: un sueño.
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Anterior entrega de Discos descatalogados: Cathy Claret (1989), de Cathy Claret.