COMBUSTIONES
Mientras resuenan los últimos tiroteos en Estados Unidos, Julio Valdeón, en Nueva York, visiona un vídeo en el que una chica canta «Amor eterno», de Juan Gabriel, y piensa en la importancia de México en el país gobernado por Trump.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
El vídeo es malo, casero, pobre, pero fulmina. Una chica, identificada luego como Nicole Calvillo, entona el clásico de Juan Gabriel “Amor eterno” en el aparcamiento del Walmart de El Paso. A pocos metros de donde el enésimo psicópata, un tal Patrick Wood Crusius, de 21 años, que mató a 22 personas e hirió a otras 24. Se trata del tiroteo masivo número 253 en lo que llevamos de 2019 en Estados Unidos. Me refiero a incidentes en los que al menos cuatro personas, descontado el tirador, han resultado heridos o muertos por arma de fuego.
Conviene aclarar primero que Estados Unidos no es una rara avis en el concierto internacional. Ni consume más videojuegos ni sufre de peores índices de enfermedades mentales ni naufraga preso de una lobotomía o ha despertado dispuesto a suicidarse entre baladeras o tiene el cerebro frito a base de consumir baladas de Celine Dion ni carga con un porcentaje mayor de sádicos. Pero hay 256 millones de armas en manos de civiles. Eso incluye bichos como el M-15 con el que otro pájaro, el asesino de Dayton, Ohio, liquidó a 9 personas e hirió a otras 14 en apenas 30 segundos.
De vuelta a Juan Gabriel, a la cuestión hispana, al monstruoso discurso de un canalla tan redomado como Trump, a sus continuos insultos contra los inmigrantes y sus carantoñas a quienes todavía a estas alturas reclaman la bandera confederada o celebran las hazañas sudistas, recordar lo que tiene de cauterizador y terapéutico escuchar al viejo y multicolor divo. Nada suena mejor, en la mañana de mi barrio, que asomarme al Deli que fue de Pedro, que cruzó el desierto y trabajó 364 días al año durante 30, abierto de 7 de la mañana a 11 de la noche, nada arrulla con más dulzura, que acercarse a la taquería móvil del Bronco, que escuchar el vozarrón de Juan Gabriel mientras atrona estas mañanas tristes. El argumento del supremacismo blanco, que existe, ojito, debe de considerarse después y solo después de que de una vez por todas el legislativo mueva el culo para prohibir la compra/venta sin tasa de armas y municiones, pero eso no obsta para admitir que el sinvergüenza de la Casa Blanca, un Gil y Gil oportunista y cobarde, haya hecho carrera mediante la permanente invocación del fantasma de los otros. Como si él mismo no fuese nieto de unos que llegaron con el petate al hombro. Como si cualquiera de nosotros, todos, podamos ser otra cosa que inmigrantes en el preciso momento en que cruzas la frontera para establecerte en otro país. Como si las estadísticas no demostraran que en Estados Unidos los de fuera no cometen más o peores crímenes. O como si la cercanía de las elecciones de 2020, la ambición personal, el juego maquiavélico y las argucias políticas autorizasen a cubrir de basura a unas personas que no han hecho otra cosa que trabajar como perros y ya si eso, por aquello de que esto es EFE EME, legar al mundo un patrimonio musical absolutamente formidable.
Viva México, cabrones, y viva Juan Gabriel, José Alfredo, Chavela, Lola Beltrán, Lila Downs… Imposible no silbar, aunque sea un poco infantil, aquellos versos bravos de mis amados Tigres, ya saben, «yo soy la sangre del indio, soy latino, soy mestizo, somos de todos colores y de todos los oficios, y si contamos los siglos, aunque le duela al vecino, somos mas americanos que todititos los gringos»…
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Anterior entrega de Combustiones: A Peter (Yarrow) no le dejan cantar y a Woody (Allen) no le ajuntan los verdugos.