FONDO DE CATÁLOGO
«Un homenaje al rhythm and blues de la ciudad criolla»
Manel Celeiro recupera uno de los discos más interesantes del desaparecido Willy DeVille: Victory mixture, una colección de grandes versiones con las que homenajea a Nueva Orleans.
WILLY DEVILLE
Victory mixture
SKY RANCH, 1990
Texto: MANEL CELEIRO.
Le tengo mucho cariño a Willy. Su música ha acompañado algunos de los momentos más especiales de mi vida, he visto a pocos con un carisma y una personalidad tan magnética como la suya encima de un escenario, con esa soberbia capacidad para comunicar con su público, creando complicidad más allá de sus canciones. Un simple guiño, una mirada, un gesto o un mohín de medio lado decían más que mil palabras. Elegante y cautivador, a medio camino entre un dandi dieciochesco y un pirata, consciente del efecto que generaba entre los que tenía delante. Se nos fue demasiado pronto tras vivir a su manera, navegando entre adicciones y dejándonos un legado artístico cuyo valor perdura en el tiempo.
Pese a que fue el estallido del punk y la Nueva Ola el que le permitió hacerse un hueco dentro del panorama internacional, y que su banda, Mink DeVille, salió de los callejones de Nueva York, su música poco o nada tenía que ver con ambos movimientos. En sus discos se palpaba la pasión por el ritmo y blues de los cincuenta y sesenta, el doo woop, el soul, el blues e incluso la música latina. No hay más que dar un repaso a álbumes tan maravillosos como Cabretta (1977), Return to magenta (1978), el melancólico Le chat bleu (1980) o Coup de gráce (1981) para ver todas esas influencias reflejadas en canciones como «Mixed up, shook up girl», “Spanish stroll”, “Steady drivin’ man”, “This must be the night”, “You just keep holding on”, “Heaven stood still”, “Maybe tomorrow” o “Love & emotion” y comprobar que lo suyo venía de muy lejos: de las profundas raíces del canciones norteamericano.
Así que imaginad la sonrisa que iluminaba la cara de Willy cuando —tras el final de Mink DeVille e iniciar una carrera en solitario— traspasaba las puertas de los Saint Recording Studios para grabar el que sería el segundo trabajo a su nombre en el caluroso y húmedo verano de Nueva Orleans. Dentro le esperaban la flor y nata de los músicos de la ciudad. Con alguno ya había colaborado antes y con otros sería la primera vez, pero todos, desde el primero al último, compartían con el espigado cantante la devoción por una forma de entender la música. Esos días fueron una orgía de complicidad, un torrente de sensaciones compartidas entre los participantes que dejaron para la posteridad una grabación que transpira autenticidad y verdad. No hay nada impostado, ni un solo segundo de postureo en la decena de temas incluidos.
Rodeado por tipos como Allen Toussaint, Dr. John, Eddie Bo, Wayne Benett, George Porter Jr., Isaac Bolden, René Corman o Samuel Berfect, y con la sabia mano del productor Carlo Ditta dirigiendo las operaciones, parieron un homenaje al rhythm and blues de la ciudad criolla. Grabado en directo, sin ningún añadido ni retoque de estudio, a la vieja usanza, de la misma manera que fueron originariamente registradas las composiciones elegidas. Versiones de temas firmados por Clarence Toussaint, Huey Smith, Earl Kit Carson, Earl King, Naomi Neville o Jack Dupree tocadas con cariño y devoción mientras Willy se deja el alma y el corazón, empapando sus cuerdas vocales de una emoción y una sensibilidad que rompe la barrera física del vinilo o el disco compacto para meterse bajo la piel del oyente. Lo visualizas caminado calle abajo por Bourbon Street, con su traje blanco de lino, cantando “Hello my lover”, “Key to my heart”, “It do me good”, “Big blue diamonds”, “Every dog has his day”, “Teasin’ you”, “Who shot the La–la” o “Junkers blues” con la chulería y el vacilón del que sabe que no solo ha hecho muy bien su trabajo, sino que, además, ha cumplido un sueño.
La presencia de Victory mixture debería ser imprescindible en las estanterías si te consideras melómano y, como se dice coloquialmente, tendría que ser de escucha obligatoria en las escuelas. Uno de aquellos discos cuya existencia hace que este mundo sea un poco mejor. DeVille quería realizar algo sencillo, básico, tocar los blues y dejarse llevar. No solo lo consiguió, sino que nos dejó una obra maestra de principio a fin.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: La forma de mover tus manos (2003), de Elefantes.