«Como músicos, nos parecía interesante “faltarle el respeto” a las canciones»
A punto de pisar el Royal Albert Hall de Londres, Vetusta Morla tuvo que frenar en seco su gira y retrasar un par de meses su nuevo disco, MSDL-Canciones dentro de canciones. Arancha Moreno habla con su guitarrista y compositor, Guille Galván.
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: CAROL SÁNCHEZ.
Se puede triunfar en tiempos urgentes desde la calma. Miren a Vetusta Morla: lo llevan tatuado en el nombre. Eligieron como símbolo un personaje que optó por creerse lo justo para no convertirse en nada. En un momento de acción y consumo rápido tardaron la friolera de diez años en publicar su debut, y una década más tarde comprobaron que se puede llegar muy lejos sin correr ni perder la cordura. Esfuerzo, talento, actitud y, como decía Sabina, esa cuarta cosa que nadie sabe qué es, pero que les distingue entre un millón de copias. Su último atrevimiento ha sido coger las diez canciones de Mismo sitio, distinto lugar (2017) y transformarlas en otra colección titulada MSDL-Canciones dentro de canciones (2020). Probablemente, el común de los grupos mortales no hubiera arriesgado un momento de éxito a reconstruir sus canciones más recientes, pero Vetusta Morla no pertenece al común de los grupos mortales. Su éxito, quizá, es mirar hacia dentro más que hacia fuera y trabajar desde el riesgo siguiendo las reglas de su propio juego. Al otro lado del teléfono, como dictan los tiempos pandémicos, nos atiende Guille Galván, guitarrista y compositor de un grupo que se reta constantemente a sí mismo.
Esta conversación deberíamos haberla tenido hace dos meses, cuando estaba previsto que saliese MSDL. Canciones dentro de canciones. ¿Cómo describirías lo que habéis vivido en el seno de la banda desde entonces?
Estábamos arrancando una gira, esa semana íbamos al Royal Albert Hall a tocar y tengo la sensación de que ahí arrancó algo que nunca llegó a ser. Fue el principio de algo que no fue. Creo que lo que ha venido después ha sido una invitación a quedarnos quietos y observar todo lo que teníamos alrededor, de dónde venimos, lo que hemos logrado, e invitarnos a pensar en el futuro. Así lo quiero vivir yo, no como un momento en el que nos tenemos que volver locos a ver lo que hacemos, cuántas canciones tocamos en Instagram Live para tener más seguidores o cuánto producimos en esta cuarentena, sino como una oportunidad: estamos sanos y hemos tenido la fortuna de no estar preocupados por nuestra salud ni de la de la gente demasiado cercana. Una oportunidad que para mí tiene más que ver con pensar, con repensarnos. No vivirlo como una renuncia, porque supongo que cualquiera tenía otros planes para esta primavera.
Nos hemos visto abocados a un estado de alarma que dura ya dos meses. Todo lo que ha ocurrido a nuestro alrededor, sumado a la falta de calle y de contacto, ¿crees que ha distorsionado tu mirada o la ha vuelto más nítida?
No sé. A veces creo que pensar que esto nos tiene que ayudar a sacar conclusiones y aprender de nosotros mismos es por esa necesidad de tener que ser productivos todo el rato, algo un poco clasista, incluso. A lo mejor no he aprendido nada y tampoco pasa nada. Intento hacerme preguntas y no tengo prisa en contestarlas. Estamos viviendo un momento en el que el periódico del día anterior, que normalmente ya es viejo, es casi una reliquia. Lo que esta semana parece clarísimo la que viene no lo es. Intento observar. También es interesante que, en el momento en el que nos hemos quedado en casa, hemos dejado los coches, hemos dejado de contaminar, la naturaleza ha dado un paso adelante. El cielo se ve increíble, la primavera ha sido brutal y podemos descubrir cosas de nuestro entorno en las que antes ni nos habíamos fijado. Todo esto nos está colocando en nuestro sitio como especie, nos hace ver que es importante cuidarnos, pasar tiempo de calidad con los nuestros y que quizá no somos tan importantes como hemos pensado siempre en Occidente.
Creativamente, Vetusta Morla no habéis estado quietos: habéis grabado “Los abrazos prohibidos” para apoyar a la sanidad pública. Quería preguntarte cómo surgió el proyecto.
La primera semana de confinamiento me llamó Benjamín Prado para participar en un poema colectivo que había arrancado con Elvira Sastre, participaban más músicos y más poetas. Sin haberlo leído ni saber quién participaba, me ofrecí a convertirlo en una canción por una cuestión práctica: una canción es una herramienta que, a nivel económico, puede ser más potente que un poema, y podía recaudar dinero para algún lado. Compuse la canción en esos días, hablé con los chicos de Vetusta y les pareció buena idea llevarla a cabo y que fuera un proyecto que pusiera el foco en apoyo a la sanidad pública y a sus trabajadores. Como había partido de un poema colectivo, nos parecía bonito y lógico que la canción fuera también interpretada por distintas voces, empezando por los artistas que habían participado en el poema y luego ampliando el espectro y hablando con gente interesada en sumarse al proyecto, que artísticamente podían aportar algo para que la canción no solo fuera un producto del confinamiento, sino que le diéramos el tiempo y el cariño que se merecía. Para mí no es una canción del confinamiento en el sentido estricto, salió casi cuando estábamos terminando la cuarentena más estricta, y es una canción que, dentro de cinco años, me gustaría que fuera escuchada con la misma vigencia, tanto por la música y la grabación como por el mensaje: respeto y dignidad es algo que se merece la sanidad pública los 365 días del año, haya o no pandemia.
Participan muchos músicos en el proyecto: Sabina, Leiva, Xoel López, Luz Casal, Santi Balmes, Iván Ferreiro, Amaral, Dani Martín… ¿Cómo lo trabajasteis?
Aprovechamos las posibilidades tecnológicas para mandar demos, recibiendo estrofas de cada participante. A cada uno le pedíamos cosas concretas, hemos hecho un poco de entrenadores organizando el trabajo para que luego Carlos Raya, que ha hecho la mezcla final, pusiera el pegamento sobre todo en las voces, que era lo más complicado. Había un puzle tremendo de voces, de colores distintos. Ha sido un proyecto precioso, tanto en lo artístico como en lo humano.
Es un trabajo muy coral y, sin embargo, suena mucho a Vetusta Morla. ¿Existe un sonido, una forma de trabajar, un sello…? No sé cuál sería, pero esta canción lo tiene.
Quizá eso es lo mejor, no saber qué es [ríe], que haya algo. Supongo que tiene que ver con cómo lo haces, cómo lo lanzas. Fíjate, en esta canción el batería no es David, porque no podía grabar, es Leiva, y Pucho canta un trozo. Hay muchos ingredientes como para que la canción no sonase tanto a Vetusta, pero es verdad que sí que hay algo que está ahí. No sabría decirte. Hay una nube entre nosotros que nos conecta y crea cierta forma de hacer las cosas que luego perciben los demás.
Has comentado que la pandemia estalló poco antes de que tocáseis en el Royal Albert Hall, en Londres, donde solo han tocado dos músicos españoles hasta la fecha: Joaquín Sabina en 2017 y Fito y Fitipaldis en 2018. ¿Qué significaba para vosotros pisar ese escenario y qué significó no poder hacerlo?
Significaba estar en una lista casi de elegidos, pisar tierra santa. Era un concierto que teníamos programado desde hace casi dos años, teníamos mucha ilusión, evidentemente. Decidimos no hacerlo antes de que se decretase el estado de alarma, porque nos parecía que no había condiciones, ya no médicas, anímicas, para celebrar nada. Fue muy duro decidirlo, pero lo tuvimos muy claro. Era lo que había que hacer y nos quedamos muy en paz haciéndolo. La gente que te dice «no puedes perder este tren, porque pasa solo una vez en la vida», normalmente confía poco en ti. Hay que pensar en el ahora, y cuando el ahora se impone a una planificación, hay que escucharlo. No vivo la cancelación con pena porque habría sido un error tremendo hacerlo. Espero que podamos volver en algún momento y contar los agujeros que hacen falta para llenarlo.
De alguna forma, esto supone un parón, y en las dos décadas que lleváis juntos, a nivel discográfico y escénico habéis vivido una historia de vértigo. Para llevar este ritmo de trabajo, ¿el grupo está acostumbrado a frenar en seco de cuando en cuando, para respirar y volver con más fuerza, o siempre estáis en marcha, a mayor o menor ritmo?
Solemos estar en marcha casi siempre, incluso cuando públicamente parece que estamos de parón, porque estamos preparando lo siguiente. Desde que empezamos, sobre todo desde 2008, siempre que terminamos un proceso o una gira larga nos hemos dado unos meses de parón en seco y de no vernos, creo que es sano y te hace tomar perspectiva. Quizá ese parón lo hemos tenido de golpe, de una manera un poco extraña y violenta, y nos cuesta darnos cuenta porque tenemos la inercia de la gira y un disco nuevo, pero creo que los parones en Vetusta han sido siempre necesarios para enfocar lo que viene y no caer en una dinámica que te estruja como una esponja. Cuando éramos jovencitos, antes de sacar Un día en el mundo, una persona relacionada con el mundo de la música me dijo: «Tienes que tener mucho cuidado, porque hay una línea muy fina entre que te vaya bien y que seas un gilipollas. Cuando te va tan bien que no puedes decidir ni siquiera cuándo paras, entonces eres un gilipollas» [ríe]. Es una frase bastante simple, pero cada vez que estoy en una situación similar me acuerdo de ella. Creo que tiene bastante verdad.
«Es lo maravilloso de la música, dependiendo sobre qué coordenada histórica la pongas significa unas cosas u otras»
La cárcel del éxito.
Sí, probablemente. Muchas veces es intrínseco. Hace años se podía echar la culpa al plan de la compañía, a la agenda que te obligaban a tener, que supongo que hay mucha gente que lo tiene, pero en muchas ocasiones esa cárcel nos la imponemos nosotros mismos por la necesidad de generar contenidos en nuestras redes sociales todo el día. Incluso en momentos de parón, estando pendientes del feedback de la gente, como si fuéramos una máquina tragaperras a la que hay que echar dinero todo el rato porque tenemos miedo de que se apague.
El disco que presentáis ahora, MSDL-Canciones dentro de canciones, defiende que las canciones son como una eterna muñeca rusa. ¿El viaje hacia este disco comenzó en el repertorio anterior, o hay que retroceder todavía más?
El origen parte de un concierto muy puntual que hicimos en los Veranos de la Villa, hace año y medio. Veníamos de presentar Mismo sitio, distinto lugar en la Caja Mágica, que por aquel entonces era el concierto más grande que habíamos hecho nunca, para 40.000 personas en nuestra ciudad. Tres o cuatro semanas después hicimos un concierto para 500 personas en un parque, en La Quinta de Torres Arias. Hicimos un juego: nos poníamos todos en círculo, con los instrumentos que habíamos elegido, haciendo el disco de arriba abajo y explicándole a la gente en qué consistía cada canción, cómo se había grabado… contándole la historia del disco. Hicimos una adaptación de la instrumentación y del set, y estuvimos tan cómodos y nos pareció tan bonito que empezamos a pensar en compartirlo con más gente, en una gira de ese tipo, y ya que habíamos readaptado las canciones, seguir haciéndolo y preparar una preproducción para grabarlas en ese formato. Ese fue el germen. Nos dimos cuenta de que era un ejercicio que hacíamos en todos los discos, aunque no lo hubiéramos dejado grabado, porque en todos hay alguna tele o un momento en el que tienes que reestructurar el formato, o algún concierto en el que no puedes llevarlo todo y tienes que trabajar un formato distinto. Para nosotros, modelar las canciones y meterles mano en gira es bastante familiar y, como músicos, nos parecía interesante «faltarle el respeto» a las canciones. Supongo que un proceso de composición es como el escultor que intenta encontrar la figura en la piedra: intentas llegar a la forma que tienes en la cabeza de una forma eficaz y rápida. Siempre tienes esa urgencia, llegar a la canción. Pero, una vez que la canción ya ha sido compartida durante meses, empiezas a verle otros lados, ni mejores ni peores, que te llevan a otro sitio. El proceso de composición de una canción es un laberinto: vas eligiendo qué caminos tomas y cada camino supone desechar otros. Una de las labores más importantes en un proceso de creación es el desecho, saber que lo que tiras a la basura no tiene por qué ser peor, simplemente son decisiones que se toman y que hacen que las canciones muchas veces sean fruto de intuición y de azar, y si vuelves atrás a lo mejor las podías haber convertido en otra cosa. En MSDL había un punto de eso: un día decidimos que “Consejo de sabios” no iba a ser una chacarera, ¿qué pasa si volvemos a ese punto? ¿Qué pasa si “23 de junio”, que es un vals por antonomasia, deja de ser un vals? Ahí hay un punto de distanciamiento de la canción, de jugar con ellas como músicos, que ha sido muy bonito para nosotros, y que es un reto y una invitación a la complicidad del público, para que participe con nosotros en esto.
Me estás hablando del origen ligado al escenario, pero imagino que, detrás de todo eso, habrá mucho diálogo sobre lo que significa para vosotros el concepto de canción. Incluso alguna conversación reveladora, o alguna reflexión crucial sobre lo que estabais descubriendo, ¿no?
Cuando hacemos un disco siempre hablamos mucho, no tanto a nivel conceptual, sino con qué elementos queríamos jugar o qué no queríamos hacer. A veces es más fácil saber lo que no quieres hacer. Aquí nos motivaba tener limitaciones musicales. Veníamos de hacer un disco en el que habíamos utilizado recursos que tienen que ver con la tecnología, procesar el sonido, trabajar con el ordenador… además de orgánicos. En Mismo sitio, distinto lugar hay una búsqueda descarada de sonoridades nuevas que no tenían tanto que ver con estar los seis tocando juntos, sino con un trabajo más mental. En este disco nos apetecía hacer lo contrario: elegimos un plato, elegimos los ingredientes y nos vamos a un estudio donde podamos estar los seis en círculo mirándonos. Fuimos a Estudio Uno, a Colmenar Viejo, que tiene una sala fantástica para esto, y trabajamos las mismas canciones, pero con estos ingredientes. Cuando tienes limitaciones, de manera inconsciente o automática, tu capacidad creativa se multiplica, porque intentas sacar de donde no hay. Estábamos en un círculo, la canción era el fuego que había en medio y teníamos que estar cerca de ella sintiéndonos, y ver a dónde nos llevaba. Menos la parte de composición, el tiempo de preparación ha sido como un disco cualquiera.
Desde luego, el título Mismo sitio distinto lugar parece profético. Me imagino que cuando lo escribisteis no teníais ni idea de que algún día abordaríais el mismo disco desde un lugar distinto, como habéis hecho en este MSDL.
Completamente. Estamos en ese punto en el que todo es demasiado extraño y a la vez todo cobra sentido. Me dicen hace dos años que no vamos a tocar en el Royal Albert Hall porque va a haber una pandemia mundial y me entra la risa, y al mismo tiempo escuchas “Te lo digo a ti”, que dice «yo no soy tu barco en cuarentena», o muchas otras canciones, y estos días cobran una dimensión increíble. Es lo maravilloso de la música, dependiendo sobre qué coordenada histórica la pongas significa unas cosas u otras. Con la salida de Mismo sitio, distinto lugar jugábamos explícitamente a eso, a cómo el tiempo y las circunstancias hacen que una cosa sea percibida de una manera u otra. Parece que nos ha oído el universo [ríe].
Cuando se versiona un mismo repertorio, lo más frecuente es que se cambie el formato del disco: si el original es eléctrico, se versiona llevándolo al terreno acústico, o viceversa; o si es un disco de estudio se lleva al directo. En este caso no es así. ¿Existía un reto común para todas las canciones, o cada una iba por su lado?
Buena pregunta. No es un disco de revisión para nada, tienes razón, la idea es casi la contraria: dame el robot, que voy a desmontarlo y construir otro con las mismas piezas. Estos días, viendo las limitaciones que teníamos en nuestras casas, porque estamos componiendo sin lo que tenemos en el local de ensayo, también hay un punto donde dices: «Bueno, a lo mejor no se trata de producir todo el rato cosas nuevas, sino de reciclar y aprovechar ingredientes que ya tienes». Estamos en un momento en el que quizá la cultura del sampleo y del aprovechamiento va a ser importante, no como refrito, sino como construcción de obras nuevas a base de material existente. Nosotros muchas veces trabajamos desde la intuición y al final no te lleva a un sitio exacto, simplemente a sentir o no que una canción te emociona. El reto no era que el disco tuviera un hilo argumental como los otros. Íbamos a respetar el orden y asumíamos que podía haber canciones que, enfrentadas, quedasen extrañas, pero la canción se terminaba de hacer en el momento que nos emocionaba y habíamos llegado a algo distinto, y ponerla seguida de su hermana, de la siguiente, generaba una sintaxis diferente a la del disco anterior, pero también un punto interesante. Escuchas Mismo sitio, distinto lugar y sacas una narrativa, un discurso, y escuchas MSDL, y siendo los mismos textos sacas otras narrativas. Partes de cierta intuición, pero al final se completan solas.
«A veces hay que pensar un poco más allá y mirar adentro, no tanto afuera»
Generalmente, los músicos inquietos aprendéis nuevas maneras en cada disco, y las aplicáis a esas canciones concretas. Cambiáis de canciones y cambiáis de fórmula. En este caso no habéis cambiado las canciones, pero sí la fórmula. Es un giro interesante, y más siendo canciones tan recientes, que habíais grabado solo hacía tres años. Es poco habitual, me llama la atención. No sé si me explico.
Es interesante lo que dices. A veces hay un sentir en una banda ligado a un tiempo o a unas necesidades concretas que tienen que ver con lo que sucede en una gira. En nuestro caso muchas veces va a la contra, de repente hacemos una banda sonora para un videojuego, y como hemos estado trabajando en algo que no tenía nada que ver con el mundo de las canciones, nos volvemos a juntar y hacemos La deriva, un disco más directo, y luego Mismo sitio, distinto lugar, que parte más de trabajos individuales. Cada disco ha sido la respuesta al anterior para no hacer lo mismo. Si el año pasado, cuando decidimos hacer MSDL, en vez de haber estado de gira hubiésemos estado en un año de composición, probablemente nos hubiésemos enfrentado a un disco con canciones nuevas con esta idea, lo que pasa es que las canciones que teníamos en ese momento para manipular eran canciones que veníamos trabajando. Quizá por eso nos hemos atrevido a deshacer el robot con naturalidad y sin ningún tipo de prejuicio. A veces, cuando te enfrentas a la canción nueva hay una responsabilidad muy grande, porque no se trata solo de la canción nueva, se trata de un nuevo proyecto, de la cara que quieres ofrecer, hacia dónde quieres enfocar. Trabajar con canciones que ya habían sido puestas de largo en sociedad nos daba cierta libertad para centrarnos en la forma sin pasarlo por lo intelectual. Probablemente, si hubiesen sido canciones nuevas tendríamos que haber pensado mucho más todo. Creo que es un disco mucho más espontáneo, más musical. Teníamos la sensación de que esas canciones ya se habían ganado su medalla, su puesto, y no teníamos que demostrarle nada a nadie.
Supone también darle la vuelta al proceso. Lo habitual es que los discos se gesten en el estudio y salten al escenario, pero aquí vuelven al estudio desde el escenario.
Hay un punto en el que las giras y los contextos donde se tocan las canciones condicionan mucho tus composiciones. Lo explica muy bien David Byrne en su libro, cómo influyen en la composición los espacios donde se tocan las canciones. En los últimos años, quizá por la cantidad de festivales que hay y por el formato y la hora a la que tocan los grupos, donde tienes que intentar hacerte un hueco y el silencio penaliza porque la gente se va a tomar una cerveza y se pone a hablar, nos encontramos un montón de canciones con un bombo a negras pensadas para ser tocadas en ese contexto y huyendo de que alguien se vaya a tomar una birra. Eso tiene mucho peligro, porque al final estamos componiendo para un contexto muy determinado, ¿no?, y nos empobrecemos en lo musical. Cuando escuchas una canción de trap de dos minutos entiendes que, si alguien consume la música en un móvil, cuanto más corta, mejor. Las canciones de rock duraban tres minutos y medio porque era lo que cabía en un vinilo, y las radios no pinchaban más de cuatro minutos. Todas las opciones estéticas musicales vienen impuestas por lo tecnológico o por dónde se interpretan. Hay que tener cuidado, porque si nos dejamos guiar por lo que funciona en una gira acabaremos todos haciendo la misma canción. Hay que poner un cortafuegos y pensar qué quieres hacer. Este disco no podía ser tocado en una gira donde no nos vean tocar, donde el público no pueda estar encima y haya cierta pedagogía de ello. Por eso hicimos ese tipo de vídeos, con las cámaras encima viendo lo que tocamos, que parecen vídeos de los de ahora, confinados. Era la idea: que nos olvidáramos de la gira, de lo que tenía que funcionar, y probásemos otra cosa. Todo tiene su límite, los formatos cambian y hay que abrir opciones que se adecúen a nuevas propuestas de directo, también.
Y no limitaros por el formato, como estás comentando. Antes el tiempo lo marcaba la radio, o el vinilo, o el disco, y ahora lo marca la puesta en escena y el tiempo de consumo.
Me llama mucho la atención el mundo de las intros de las canciones. Ya no hay intros, porque si el artista no empieza a cantar en los primeros cinco segundos, la gente se lo salta. Si haces una intro en la que el sonido entra de menos a más, se echan las manos a la cabeza: «¡Es que la gente va a pensar que no suena el ordenador!». Las intros, que durante mucho tiempo fueron lo más de lo más, ahora son casi apestadas, y no por una cuestión creativa, sino por una cuestión comercial y tecnológica.
No hay tiempo para intros, parece. Pero es verdad que, si al final todo se ciñe a lo que el oyente quiere escuchar o ver en un escenario, el artista pierde las riendas de su trabajo.
Sí, por eso componer después de las giras es un arma de doble filo, porque uno siempre quiere seguir echándole carbón a la hoguera para que le sigan aplaudiendo, pero a veces hay que pensar un poco más allá y mirar adentro, no tanto afuera.
En este nuevo disco, “23 de junio” casi ha abandonado por completo el vals, pero sigue siendo absolutamente reconocible, aunque ahora tiene un aire más easy listening. ¿El ritmo es solo un traje?
El ritmo es la vía del tren por la que camina la mercancía, o lo que quieres ir contando. Supongo que es tan importante y, al mismo tiempo, tan poco reconocido porque seguimos teniendo esa percepción de que el ritmo forma parte de lo popular y no importa tanto como lo lírico, la letra o la melodía, que forma parte de la alta cultura. Hay doscientos millones de artistas con el mismo ritmo y nadie habla de plagio, pero si justas cinco notas igual que otro, te dicen que es un plagio. ¿Por qué a lo rítmico no se le asignan parámetros de autoría, y a lo lírico y lo melódico sí? Es curioso. Parece que, si cambias de palabras o melodías, cambias la canción, pero si cambias de ritmo no tanto. El ritmo probablemente sea de los cambios más fáciles de compartir y hacer partícipes a la gente. En estos ejercicios, lo más fácil fueron las canciones a las que le cambiamos el ritmo, aunque también eran a las que más miedo teníamos, porque parecía que te estabas haciendo un tributo a ti mismo. Cuando cambias el ritmo cambias el esqueleto, y ahí sí tocas los pilares básicos. “Punto sin retorno” nos costó reenfocarlo, porque en Mismo sitio, distinto lugar ya estaba bastante despojado de cosas, y no sabíamos si convertirlo en otra historia. Al final nos ayudó cambiarla de compás, en vez de hacer un 4×4 hicimos un 3×4, con un toque de nana, casi, y trabajamos los estribillos desde la intensidad. Fue de las que más costó, añadimos algo mínimo, pero es de las más emocionantes. Poner o quitar cosas muchas veces es fácil, pero cambiar el ritmo es tocar los pilares del edificio.
En estas canciones, ¿cuántas versiones habéis hecho hasta llegar a la toma definitiva? Supongo que habrá algunas a las que les hayáis dado más vueltas.
La que se lleva la palma con creces es “Mismo sitio, distinto lugar”, porque en el disco anterior la toma definitiva ya era la veintipico, y la mayoría fueron hechas en el estudio. Hay versiones de esa canción que suenan a Wilco, otras a Mogwai, unas más en clave cubana… muchas veces tenía que ver con las decisiones rítmicas. Es la que más se parece a un unplugged: está tocada con dos acústicas, la voz y dos o tres arreglitos, el vibráfono, los sintes, el bajo al final… Es la canción que más transformaciones ha tenido.
¡Creo que eso venía predestinado por el título! Este disco lo grabásteis hace un año, en abril de 2019, con canciones que vieron la luz por primera vez en 2017. En todo este tiempo, ¿habéis compuesto canciones nuevas para un próximo disco?
A ver, hemos hecho cosas a nivel casi individual, pero como banda aún no nos hemos juntado a armar cosas para el siguiente disco. La gira ha sido muy larga, este disco era la guinda de la gira, el formato de los teatros era el punto final a todo ese ejercicio y la idea era parar al terminar, tomarnos un tiempo y pensar en lo que queríamos hacer en el futuro, lo que pasa es que con este parón se ha quedado un año muy extraño en el que no había planes de grabar nada, no.
Tendréis que cambiar de planes…
Sí, tendremos que ir viendo.
¿Miráis al futuro con incertidumbre, con miedo, con esperanza…?
Creo que todas esas palabras caben en la mirada al futuro, tanto individualmente como banda. Se nos presenta un futuro bastante incierto, pero también nos abre posibilidades de replantear lo que queremos ser, tanto como sociedad como con nuestra relación con el planeta, el trabajo… y en todo ese pensamiento saldrá algo que no puede ser urgente o rápido, porque hay demasiadas cosas que entender, que pensar. No sabemos lo que va a suceder, no tiene sentido que juguemos a ser profetas a nivel musical, del futuro de la música en directo. Hay demasiadas incertidumbres, y lo primero que nos preocupa, más que cómo será el disco siguiente, es nuestra familia de gira, que no puede girar con nosotros ni con otros músicos. Que lo que se ha conseguido después de tanto tiempo, un colectivo muy grande de profesionales del sector, no tenga que ponerse a servir copas porque no hay trabajo, que no perdamos a profesionales que se han formado y han hecho que esto avance. Me preocupa mucho lo que ha sucedido a nivel ministerial, las ayudas a los técnicos, porque probablemente son los que más lo necesitan. Eso me genera incertidumbre y preocupación. Por lo demás, está en nuestras manos que la reconversión la aprovechemos para poner sobre la mesa cosas que tenemos pendientes: todo lo que tiene que ver con el medio ambiente, la forma de relacionarnos en las ciudades, no pisar el acelerador en muchas cosas. Ahí veo cierta esperanza, no sé si se cumplirá o no, pero ahí veo la grieta en la que podemos mejorar ciertas cosas.