Es la primera vez que Kiko Veneno en treinta años de carrera musical toca en Nueva York. Con la sonrisa abierta y la mirada encendida, dice Kiko, bajo su particular acento andaluz, que “Nueva York es una ciudad que te da vida”. Puede que sea la vida del mismo costal que él transmite desde siempre a través de su música y que durante cuatro noches seguidas ha compartido con el público neoyorkino del Knitting Factory, en pleno corazón de Tribeca.
Todo surgió porque Jonathan Ritchman le dijo que le acompañara en su serie de conciertos por la Gran Manzana. Kiko Veneno no se lo pensó dos veces. Llenó la maleta de cantecitos y se llevó dos guitarras españolas, la suya y la de Raúl Rodríguez, hijo de Martirio, que lleva junto a Kiko más de diez años y es miembro de la formación Son de la Frontera.
“Conocí a Jonathan hace unos cincos años. Me enteré que estaba en Madrid y que tocaba una noche. Me dijeron que cantaba ‘Volando voy’ y a raíz de ahí ya entablamos amistad”, cuenta Kiko. Ritchman es un apasionado de la cultura española, admirador sincero de músicos como Kiko Veneno. “Es un ‘peaso’ de artista y un gran showman”, afirma el cantante español. Se puede decir que Ritchman es un prototipo de trovador rock, de una gran inteligencia y sentido del humor, que además cuenta con el sello de haber pertenecido a los neoyorkinos Modern Lovers. Tal vez, Kiko Veneno sea el álter ego de Ritchman en España, o viceversa.
El público ha llenado el Knitting Factory las cuatro noches. Kiko asegura con humildad que “la gente ha venido a ver a Jonathan” Seguramente sea cierto, pero la expectación que ha creado el artista invitado es difícil de superar. Cuando salen Kiko y Raúl, la sala está abarrotada. Kiko saluda con un escueto “hola” y el auditorio anglosajón responde con otro sonoro “hola”. Luego, se arrancan con los primeros acordes de “Contigo”.
El concierto transcurre bajo el silencio más pulcro, mientras suenan en un formato aflamencado “El calor me mata”, “Bilonguis”, “Memphis blues” o “Echo de menos”. Afirma el cantante español que la idea era hacerlo en “un rollo acústico parecido al de Jonathan”. Las canciones quedan más descubiertas pero ganando peso en la atmósfera recogida de la sala. Es un tablao improvisado en mitad de los rascacielos, con Kiko cantando como si estuviese en una barriada sevillana y Raúl desgranando los acordes de su guitarra española.
“Ha estado muy guapo. Lo hemos pasado muy bien. Nosotros hemos intentado darles cancioncitas, meter la guitarra y parece que ha gustado”, comenta Kiko tras la actuación. “El ambiente ha sido especial”, añade Raúl. El público neoyorkino es culto y exigente como pocos. Pero la respuesta de una sala formada por aficionados al rock, donde entre cazadoras de cuero se dejan ver camisetas de Johnny Cash o Tom Petty, no puede ser mejor. Hay aplausos entre los temas y un respeto transmitido por un silencio atento que en otras ocasiones, cuando se trata de artistas invitados, termina por convertirse en un ruido de voces apiñadas en la barra del local.
Ya con Jonathan Ritchman sobre el escenario, Kiko vuelve a salir. Ambos tocan y cantan “Coge la guitarra” y “Volando voy”. Media sala canturrea el estribillo de ésta última. El ambiente está por los aires. Es una fiesta. Como termina asegurando, entre bastidores y risas, el mismo Kiko: “Está claro que el viaje Madrid-Nueva York no es un viaje malo”. Pues visto lo del Knitting Factory; en Nueva York, la ciudad de los superhéroes, hay cabida para Joselito y Lobo López.