FONDO DE CATÁLOGO
«Un trabajo muy estimable al que regresar, como forma de ensalzar el Serrat de los noventa»
Joan Manuel Serrat
Utopía
ARIOLA RECORDS, 1992
Texto: LUIS GARCÍA GIL.
A partir de los años noventa, la producción discográfica de Joan Manuel Serrat mengua en comparación con las décadas anteriores. Esta década constituye además un viraje desde un punto de vista musical, ya que el cantautor confía la dirección musical de sus discos a Josep Mas Kitflus, que maneja conceptos diferentes a los de Ricard Miralles. Serrat necesita explorar otros caminos y Utopía es el disco que inaugura un nuevo ciclo que se va a prolongar hasta Cansiones, grabado en el año 2000. Más allá de la suma de aciertos y desaciertos, la perspectiva que otorga el paso del tiempo permite reivindicar estos años del cantautor que fueron desdeñados por la crítica, empeñada en la mayoría de los casos en comparar cada nuevo disco de Serrat con Mediterráneo o En tránsito. Tampoco el público lo ponía fácil a la hora de acoger estas canciones nuevas que debían competir con los clásicos de siempre.
Utopía per se, más allá de comparaciones, era un buen disco, grabado un año crucial en la historia contemporánea de España, el año 1992, marcado por los fastos olímpicos y por las celebraciones del quinto centenario del descubrimiento de América. Serrat reivindicaba la utopía, cuando ya nadie parecía requerirla, en medio de una sociedad aparentemente satisfecha, boyante y triunfal. Pero tras la máscara de modernidad exultante de la España socialista de los Juegos Olímpicos y de la Expo de Sevilla, había otra que se movía entre la corrupción, la vileza y la burbuja urbanística. Antonio Muñoz Molina lo contaría muy bien en un libro, Todo lo que era sólido.
Utopía, es por tanto, un disco desencantado en la quijotesca canción que le daba título, en la que brillaba la escritura serratiana y la trabazón musical, elementos que en su caso siempre tendieron a la búsqueda del equilibrio entre las partes. “Utopía” tenía la particularidad del arreglo que no firmaba Kitflus, sino Joan Albert Amargós, en su primera colaboración importante en un disco de Serrat. A la presencia de Amargós se añadía la de Carles Benavent a las mandolas, como si de pronto resucitasen los tiempos del jazz-rock mediterráneo de Música Urbana. Lo que también distinguió a una canción como “Utopía” fue la colaboración de la poderosa guitarra flamenca de Paco de Lucía, es la segunda colaboración en un disco de Serrat tras su estelar aparición en “Salam Rashid”, de Material sensible, el antecesor de Utopía.
Pese a sus bondades “Utopía”, que clausuraba el disco, no acabó de cuajar en el repertorio de Serrat y pronto será olvidada en sus recitales. Algo más de recorrido tuvo “Y el amor” que abría el repertorio, una de esas baladas minimalistas del cantautor, extremadamente depuradas y concisas, en la que se dejaba notar la virtuosa mano en el arreglo de Kitflus.
Utopía buscaba, dentro de lo posible, mostrar el espíritu charnego de Serrat, y en esa línea cabía situar la salsera “Toca madera”, una canción mestiza, alegre, chispeante, que refutaba a quienes podían ver a Serrat como un cantautor al uso. “Toca madera” puede escucharse, mientras se hojea la Breve historia de la superstición, de Stuart Wyse. Serrat inventariaba con sorna supersticiones en un vertiginoso estribillo. La canción hizo fortuna salsera, ya que fue recreada por el mismísimo Willie Colon, uno de los reyes de la salsa urbana. Fue la única canción de Utopía en la que el arreglo tuvo varios padres, además de Kitflus, el televisivo y ecléctico Eduardo Leiva junto al cubano Óscar Gómez y el dominicano Manuel Tejada.
Estos dos últimos firmarían, junto a Kitflus, el prodigioso arreglo de “Juan y José”, la siguiente canción del disco, siguiendo el orden establecido por el cantautor catalán. “Juan y José” merece un lugar especial entre las grandes canciones narrativas de toda la carrera de Serrat, que sufre la desconsideración de quienes no suelen revisar el cancionero del cantautor más allá de sus grandes éxitos. “Juan y José” es una hermosa canción de amistad transoceánica, que permitía al cantautor hacer todo un compendio de geografía americanista. Serrat se toma su tiempo para contarnos la historia del viajero José que hizo fortuna en América y del amigo Juan que no se movió de su lugar de origen y se casó con su novia de siempre. La canción culmina con el emotivo reencuentro de los dos amigos que habían mantenido el fuego de su amistad de manera epistolar.
A “Juan y José” le seguía “Disculpe el señor”, otra joya, en la que Serrat volvía a la dicotomía norte-sur, pero de un modo mucho más ingenioso y alegórico que en aquella “El sur también existe”, del disco dedicado a Mario Benedetti. Como curiosidad, Serrat la interpretaba vestido de mayordomo en la gira de Utopía, metiéndose en la piel del personaje de su canción. “Disculpe el señor” revelaba musicalmente los distintos palos que transitaba Utopía, un disco nada conformista en el lenguaje que atesoraban las canciones. En el caso concreto de esta última, Kitflus llevaba el peso de la función, pero con un buen elenco instrumental en el que resultaba familiares, dentro del entorno de Serrat, las presencias de Albert Cubero a la guitarra acústica y de Francesc Rabasa a las percusiones.
No faltaba en Utopía la delicadeza ecologista de “El hombre y el agua”, una canción de admirable sencillez al servicio del característico vibrato de Serrat. Tras ella, llegaba otra de las grandes canciones de Utopía, “Mírame y no me toques”, sobre un artículo de Joan Barril; otra conexión con el disco Material sensible, ya que Barril había escrito con Serrat la monumental “Salam Rashid”. “Mírame y no me toques” es otra historia de largo aliento, en este caso sobre dos amantes que practican el arte del ojeo y se aman solo con la mirada, hasta que uno de los dos rompe las reglas y se acaba el juego y la canción. Musicalmente, “Mírame y no me toques” tiene una fuerza expresiva indudable a la que contribuye la suma de los elementos musicales, desde el bajo de Carles Benavent, a la trompeta del californiano Mathew- Lee Simon, junto al cajón del propio Benavent y de Rubén Rada.
Utopía proseguía con el segundo capítulo amoroso del disco, “Pendiente de ti”, compartida con Soledad Giménez, entonces voz de Presuntos Implicados. Otro extraordinario ejemplo de la capacidad de Serrat para sublimar los sentimientos y otra canción que padecerá el olvido instantáneo, una vez concluya la gira del disco. Menos interés tenía “Maravilla”, pese a la impronta jazzística y a la presencia del saxo superlativo de Jorge Pardo. En ella, Serrat regresaba a la poesía de Mario Benedetti. En cambio, “Cuando duerme el rock and roll”, que precedía a la canción final, “Utopía”, sí tenía su luz propia como reivindicación de una serie de ritmos musicales hacia los que el cantautor siempre había tenido una particular querencia. Esto le permitía abrazarse sentimentalmente al bolero, al tango, al mambo, la cumbia o el vallenato, ritmos que pertenecían preferentemente a la riqueza musical de su querida Latinoamérica, aunque en la canción no faltaba ni el pasodoble cañí -referencia taurina- ni el blues sentimental. Todo en ello en clave metafórica, de ahí la imagen icónica del sheriff de la ciudad, otro ejemplo más de la dicotomía norte-sur tan presente en el propio discurso ético del cancionero de Serrat desde los años ochenta. Serrat refuta el rock, pero lo hace, curiosamente, ateniéndose a su lenguaje musical, por mediación de la guitarra eléctrica de Tony Carmona.
Utopía cerraba el telón con la canción homónima, la décima de un trabajo muy estimable al que regresar como forma de ensalzar el Serrat de los noventa que, frisando la cincuentena, se dejaba fotografiar en las sesiones del disco por el gran fotógrafo británico Robert Freeman que había inmortalizado con su cámara a Los Beatles, entre 1962 y 1966.
Aquel 1992 de Utopía fue para Serrat un año especial. A nivel de conciertos, porque dio uno de los más multitudinarios, ya que fue capaz de congregar a más de doscientos mil fieles en la Plaza de los Dos Congresos, de Buenos Aires, con una banda dirigida por Manel Camp. Y en lo balompédico, porque el Barça de sus amores se proclamó Campeón de la Copa Europa por primera vez, con el dreamteam de Johan Cruyff.
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Anterior entrega Fondo de Catálogo: Los Faros (1967), de Los Faros.