LIBROS
«Es el retrato de lo volátil, de la mirada efímera; la búsqueda de la belleza sencilla, reposada, sin grandilocuencia»
Marcos Ordóñez
Una cierta edad
ANAGRAMA, 2019
Texto: CÉSAR PRIETO.
De las muchas virtudes que puede tener un dietario —amplitud de temas y registros, impacto en la condensación, sorpresa en las vivencias—, hay uno que resulta esencial: la necesaria conexión de criterios y aficiones, no tanto de ambientación cultural, con el dietarista. Sin esta personal lazada que nos lleva a un «quiero saber lo que hace y lo que dice», un dietario posee el mismo interés que el folleto de un medicamento. En las biografías no tanto; uno puede leer una biografía llena de lances y aventuras sin tener nada que ver con el retratado; en los dietarios es necesaria la complicidad.
Todo esto viene a colación de los dietarios que Marcos Ordóñez fue escribiendo desde 2011 a 2016, pues estos despliegan la suficiente cercanía para que bastantes generaciones de lectores se puedan reconocer, por una u otra razón. En el caso de la mía, la visión es la de hermano mayor. Ordóñez siempre fue un referente desde que lo leíamos en revistas musicales y en libros sobre música, desde que buscábamos su firma para ver qué pensaba de tal o cual novedad literaria, desde que sus novelas —El signo de los tiempos, pongo por caso, de cabecera para mí— nos fascinaron.
Así que el barcelonés, tras un par de obras autobiográficas —o mientras las escribía—, se dedicaba también al juego nocturno de apuntar recuerdos, fascinaciones y opiniones. Es el retrato de lo volátil, de la mirada efímera; la búsqueda de la belleza sencilla, reposada, sin grandilocuencia. El no preocuparse por el estilo —cosa imposible, me temo— ya es un rasgo de estilo.
Un dietarista siempre es un flâneur, aún sin salir a la calle. Un paseante por la propia vida, los propios recuerdos, la propia biblioteca. Así que a veces lo podemos encontrar lírico, a veces con bruscos giros, con citas, con recuerdos, con películas y canciones, con anécdotas de escritores… Es el reino de la curiosidad —interés y cosas curiosas a la vez— el deseo de encontrar historias bonitas, canciones emocionantes, lugares confortables… Sus enemigos son el ensimismamiento y la atonía. Todo esto encontramos: breves destellos captados en conversaciones de bar ajenas, fogonazos, momentos que le dan sentido a algo. La música, sobre todo. En el dietario se puede recordar el primer disco que compraste, en su caso la banda sonora de la película ¿Arde París? Todas las sensaciones que pueden producir las canciones posteriormente ya existen en ese momento. Y lo sabe contar.
Y es esto lo que podemos compartir si existe la complicidad que señalaba al principio, pistas, obras, recomendaciones desde la breve alusión a una obra de teatro—aquí las vivencias son mayúsculas en todos los sentidos—, una canción, una película… Por ello, cabe tener un papel al lado e ir apuntando. Un cuento, un cuadro, un artículo de cierta revista. Porque una vez cerrado un dietario, empieza la verdadera aventura: seguir las pistas que nos ha ido ofreciendo.
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Anterior crítica de libros: Otro planeta, de Tracey Thorn.