COMBUSTIONES
«Suena a caramelo y madera vieja.Una actualización más noble y maciza de aquellas inolvidables “guitarras callejeras” de cuando el salvajismo jipo»
Desde su atalaya neoyorquina, pero siempre atento al talento que trasciende fronteras físicas y temporales, Julio Valdeón reivindica la obra y la figura del genio Raimundo Amador, que regresa con el disco 60 aniversario. Directo en casa.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Vuelve Raimundo Amador. Con un disco, 60 aniversario. Directo en casa, que por los tres adelantos que hemos escuchado suena a caramelo y madera vieja. Una actualización más noble y maciza de aquellas inolvidables «guitarras callejeras» de cuando el salvajismo jipo. Con un bajo digno de Willie Dixon y seis cuerdas con cristalitos blues entre los dientes. Sobre todo en “Blues de falillo”.
“Plata o cromo” subsana con la participación de El Langui su problema más evidente: la insuficiencia al cante. Un fastidio doble porque durante años su socio fue, y qué prodigio, Rafaelillo. Como “Blues de los niños” pide una interpretación macarrónica, un deje arrastrado y casi autoparódico, recuerden al respecto la desmelenada actuación de los Pata Negra más punkarras en El Ángel, el documental de Ricardo Pachón, pues la cosa funciona.
El regreso de Raimundo debe alegrar a quienes todavía creemos que, más allá de los Amador, Kiko Veneno, discípulos como los primerísimos y deslumbrantes Delincuentes, inolvidables malditos como Silvio, heterodoxos y periféricos como el maestro Morente y maravillosos exotismos tipo Pájaro, apenas si hemos explorado un continente musical apenas entrevisto.
Pero, claro, para calzarte las botas flamencas y ponerte a remar entre las aguas blues, country y etc., necesitas unos conocimientos, y un valor, y por supuesto unas dosis de inspiración y locura, que cotiza poco y mal y exige demasiado a cambio de muy poco. Las dificultades para la venta crecen al añadir la nula capacidad de autopromoción, el desinterés por figurar y la bohemia radical de tipos como Raimundo. Un genio del que me gustaría escribir que, en otras latitudes, no sé si más amables con los artistas, pero desde luego sí más respetuosas con su dignidad y su historia, llenaría pabellones e incluso estadios. Digo me gustaría, porque bien sé que de Skip James a hoy es larga y triste la lista de gigantes sin público suficiente y/o ninguneados por los medios. Ahora bien: si lo comercial flaquea, qué menos que las instituciones poniéndose las pilas. Qué tal, por ejemplo, un Princesa de Asturias de las Artes para Raimundo, compartido ex aequo con Rafael, Kiko y Pachón, y con mención especial para Mario Pacheco y Carlos Lencero. Algo así hicieron en 1991 con la ópera, y digo yo que algún mérito tendrán quienes desde la heterodoxia más pura cocinaron algunos de los discos más potentes, emocionantes y audaces del siglo XX.
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Anterior entrega de Combustiones: Ariel Rot, un capo sobre ruedas.