Un músico llamado Federico García Lorca

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«Lorca: “Las canciones son criaturas, delicadas criaturas, a las que hay que cuidar para que no se altere en nada su ritmo”»

 

Tal y como recogemos en el Cuadernos Efe Eme número 38, la huella de Lorca en canciones contemporáneas es innumerable, y no es casual, pues la música fue su primer amor, como demostró a lo largo de su obra, en sus investigaciones y en el disco de canciones populares que grabó con La Argentinita. Por Arancha Moreno.

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Foto: WIKIMEDIA COMMONS / COLECCIÓN FUNDACIÓN FEDERICO GARCÍA LORCA.

 

A Lorca le han cantado todos. Desde Paco Ibáñez hasta Ana Belén, desde Enrique Morente hasta Leonard Cohen, pasando por Miguel Poveda, Amancio Prada, Carmen Linares, Javier Ruibal o Los Planetas. Tal y como hemos visto en el reportaje “Los músicos cantan a Lorca”, recogido en el número 38 de Cuadernos Efe Eme, su obra pervive más allá del papel gracias al teatro y a la música, que siempre tuvo un papel muy relevante en su vida y en su obra, tanto en sus piezas teatrales como en sus investigaciones y en el disco de canciones populares que registró junto a La Argentinita. No en vano, Lorca siempre vibró junto al piano, contagiando sus palabras de una musicalidad como pocos poetas.

«Las canciones son criaturas, delicadas criaturas, a las que hay que cuidar para que no se altere en nada su ritmo. Cada canción es una maravilla de equilibrio, que puede romperse con facilidad: es como una onza que se mantiene sobre la punta de la aguja». Con esas palabras describe la música Federico García Lorca en el tercer tomo que recoge sus Obras completas (editorial Aguilar, 1990). Consciente de que la canción es material tan sensible como un poema o una obra literaria, Lorca se acercó a la música desde niño y la cultivó todo lo que pudo en paralelo a su actividad como escritor y poeta. No es de extrañar, pues, que su obra tenga una musicalidad propia que ha acabado saltando de generación en generación hasta llegarnos en forma de múltiples canciones, con una huella tan diluida y popular que muchas veces no sabemos que aquello que cantamos lo escribió o musicó el granadino hace ya un siglo.

 

Primeros pasos musicales

Para entender cómo ha llegado la huella de Lorca hasta nuestros días, hay que empezar buscando el rastro de la música en sus manos. Porque, además de ser un magnífico dramaturgo, poeta y ensayista, aficionado al dibujo y la pintura, estuvo muy ligado a la música desde sus primeros años de vida. Tan importante fue esa disciplina para él que se llegó a reconocer en ella más que en cualquier otra. Él mismo llegó a confesarlo en una entrevista que le hizo Pablo Suero en 1933: «Ante todo, soy músico» (García Lorca. Obras completas III).

Estudiante de piano en su juventud, Federico acostumbraba a tocar en público con frecuencia, por lo que era considerado músico en su círculo íntimo. Lo cuenta Luis Antonio de Villena en el libro Los mundos infinitos de Lorca (Tintablanca, 2023): «Es bien sabido que la primera vocación de Federico, y que subsistió siempre, fue la música. Lorca tocaba el piano y memorizó y estudió muchas canciones populares, incluyendo las nanas, lo que influyó en su primera poesía. Se asegura que el gusto musical le vino inicialmente de su madre, aunque se menciona a un tío suyo paterno, Baldomero García Rodríguez, si bien parece que se le consideraba como la oveja negra de su familia. Juglar, bohemio, bebedor, personaje irregular, este pariente cercano de Lorca “cantaba como un serafín”, había publicado un librito de poemas, Siemprevivas (1892), componía canciones y tocaba bien la guitarra y la bandurria». «Sería un honor para mí ser como él», llegó a decir Federico, cuyo maestro de música fue un compositor fracasado, Antonio Segura Mesa, que falleció en 1916 y a quien Lorca dedicó, al año siguiente, su primer libro, Impresiones y paisajes.

Dicen, pues, que Lorca fue un buen intérprete de piano y que conoció a los principales compositores de la España de su época. Así lo recoge Marco Antonio de la Ossa Martínez ―maestro en Educación Musical, doctor en Bellas Artes y Licenciado en Historia y Ciencias de la Música― en el libro Ángel, musa y duende. Federico García Lorca y la música (Universidad de Castilla La Mancha / Editorial Alpuerto, 2014), una completa guía en la que rastrea las conexiones musicales de Lorca. En ella se refleja que fue también un gran amante del flamenco y de la música tradicional, que investigó en profundidad durante años. Y, en paralelo a su actividad literaria, nunca desdeñó la música, incluyendo numerosas canciones en sus obras teatrales y en los montajes que realizó con la compañía La Barraca. Tanto es así que en muchas de sus obras literarias dio indicaciones sobre las canciones que debían cantarse como parte del desarrollo. Por ejemplo, “Canción de las niñas” en Mariana Pineda (1927) y “Canción de las hilanderas”, “Coplas de la criada”, “Copla del cortejo de bodas”, “Viejo romance infantil”, “Cantar de boda” y “Canción de cuna” en Bodas de sangre (1931).

Ese interés por la música fue más propio de su generación, la del 27, que la del 98, a quienes acusaban de cierta «sordera musical». Entre los poetas y escritores del 27 la literatura y la música estaban muy entrelazadas, por lo que muchos artistas se movían en ambas disciplinas: los compositores se expresaban literariamente y los poetas a través de la música. Fue el caso de Lorca, quien, durante la década que pasó en la Residencia de Estudiantes de Madrid ―desde 1919 hasta 1933―, donde compartió aventuras con ilustres como Rafael Alberti, Salvador Dalí, Luis Buñuel, el musicólogo Adolfo Salazar o el propio Manuel de Falla, demostró su doble talento en público en multitud de ocasiones, actuando en público y en privado como cantante folclórico, acompañándose él mismo al piano.

 

Investigación de campo

Su inclinación melómana, especialmente por música tradicional, la demostró también con sus dotes de investigador. «He estudiado durante diez años el folclore de mi país con sentido de poeta», comentó en una ocasión (García Lorca. Obras completas III, 459). De hecho, desde muy joven llevó a cabo múltiples investigaciones, algunas junto al filólogo e historiador Ramón Menéndez Pidal. El trabajo que hicieron los musicólogos alrededor del romancero, la lírica y la música tradicional española en los primeros veinte años del siglo XX marcaron mucho al poeta granadino, que durante sus viajes por España realizó trabajos de campo en los que se empapó de repertorios locales. Le interesaban los romances, las canciones tradicionales, los cuentos y hasta el repertorio musical de los títeres. Él mismo se lo contó, en 1918, al poeta Adriano del Valle: «Me dedico ahora a recopilar la espléndida polifonía interior de la música popular granadina». De hecho, cuando publicó su primera obra, la mencionada Impresiones y paisajes editada ese mismo año, anunció que estaba preparando Tonadas de la Vega (Cancionero popular).

Mucho tiempo después, en 1933, un artículo en Blanco y Negro aseguraba que Lorca iba a grabar un documental sobre música, un proyecto que nunca se llegó a realizar. Y no fue porque desapareciera su condición de melómano, pues se consideraba a sí mismo «el loquito de las canciones». Palabras recogidas por el filólogo y crítico literario Federico De Onís, que destacó el valor de sus interpretaciones porque «porque poseía un mínimum de técnica musical y un máximum de genialidad artística y de comprensión de la música popular que interpretaba».

 

Registros sonoros

Por fortuna, la relación de Lorca con la música no se quedó solo en reflexiones y estudios. Además de impulsar en 1922, junto a su buen amigo Manuel de Falla, el Concurso de Cante Jondo en Granada (y proyectar con él una ópera cómica, Lola, la comedianta, que se quedó en esbozo), Lorca registró un disco titulado Canciones populares españolas junto a La Argentinita, editado por el sello La Voz de Su Amo en 1931. Un trabajo que fue radiado y que supuso el punto de partida de algunas de sus representaciones teatrales, donde la música adquiría el papel de cierre de fiesta.

Junto con Granada, las Canciones populares españolas son los únicos testimonios en partitura, registrados en la Sociedad de Autores, que existen de Lorca. Lo primero fue una composición propia, y el disco conjunto con La Argentinita, en cuya portada aparece el poeta sentado al piano, es una armonización de melodías que se preocupó en recopilar. Es el caso de “Zorongo gitano”, “Sevillanas del siglo XVIII”, “Los cuatro muleros”, “Nana de Sevilla”, “Romance Pascual de los Peregrinitos”, “En el Café de Chinitas”, “Las morillas de Jaén”, “Romance de los moros de Monleón”, “Las tres hojas”, “Sones de Asturias”, “Aires de Castilla” y “Anda jaleo”, una compilación que sonó en radios de España y Latinoamérica, que difundieron su obra en muchos lugares. Como recoge De la Ossa en su libro, la gran mayoría de las más populares procedían de Granada, como “Los cuatro muleros”, “Si tu madre quiere ser rey”, “Los peregrinos”, “La Tarara”, “Las tres hojas” o “En el café de Chinitas”. No es de extrañar, pues todas procedían de la tradición popular de su tierra y muchas de ellas las aprendió de niño. Salió en su busca por las Alpujarras, por el Albaicín y por las cuevas del Sacromonte, entre otros muchos rincones granadinos. Pero su repertorio también incluyó canciones de ciudades lejanas, como “El tío Babú”, de Zamora, la asturiana “Pastor que estás en el monte”, la segoviana “Las agachadas”, el romance salmantino “La Clara”, etc.

La Argentinita, nombre artístico de la bailaora y cantante Encarnación López Júlvez, cantó y tocó las castañuelas en los cinco discos en los que Lorca tocó el piano. La idea de esta asociación entre ambos partió del torero, dramaturgo y productor Ignacio Sánchez Mejías. Con estas canciones quiso el poeta reivindicar esa obra que estudió durante tantos años. «Ya podemos callarnos todos los que escribimos y pensamos poesía ante esa magnífica poesía que han hecho los campesinos», dijo entonces (García Lorca, Obras completas III).

Gracias a aquellas grabaciones, y a las posteriores giras de La Argentinita, muchas de aquellas canciones tradicionales, condenadas a su extinción, se convirtieron en clásicos populares. Ocurrió también con el segundo disco que ambos editaron, aplaudido por la crítica de la época tanto por la selección como por la forma de abordarlo. Eran canciones de tremenda belleza, interpretadas con gracia, arregladas con sencillez para mantener el estilo popular. Un legado que, muchos años después, ha acabado en manos de otros tantos músicos que se han acercado a Lorca, bien a través de esos cantos populares o musicando algunos de sus inmortales poemas. De ahí que, en el número 38 de Cuadernos Efe Eme, rastreemos la huella lorquiana en la discografía de incontables músicos, desde Enrique Morente hasta Ana Belén pasando por Leonard Cohen, Pasión Vega, Amancio Prada, Sílvia Pérez Cruz, Camarón de la Isla, Manzanita o Miguel Poveda, entre otros tantos.

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