Un mundo de cretinos, de Los Verdugos

Autor:

DISCOS

«Los que entran, asisten al colorido de la felicidad, al amable esperpento de la derrota con sabor de caramelos»

 

Los Verdugos
Un mundo de cretinos
SPICNIC, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La nueva ola se iba deslizando hacia terrenos aún productivos, emocionantes. Qué buenos discos sacaron en 1988 y 1989, por poner tres ejemplos al azar, Loquillo (Morir en primavera), Los Elegantes (Los gatos de mi barrio) o Gabinete Caligari (Privado). Discos de músicos, cuidados, bien producidos y sin el descaro y el desenfado que habían sido el valor que los había llevado a primera fila.

Todo lo que habían ganado en técnica y precisión lo habían perdido en insolencia y desfachatez, y es tan necesaria la madurez como las ganas de comerse el mundo sin atisbo de interés por aburridas cuestiones industriales. ¿Todo estaba perdido? No, había fanzines como Stamp o grupos de un lugar tan lejano como Villarrobledo a los que ya no les bastaba con la continuidad, querían romper otra vez. Lamentablemente no llegaron a crear nuevas expectativas masivas, pero sí a estar en el corazón de uno o cientos de degustadores.

Terry IV se basaban en tres acordes y fantasía, hacían canciones en que lo extraño se cubría de dulzura y fantasía y cuyas guitarras solo sabían tres acordes, de ahí surgio el sello Spicnic —Parade o Los Fresones Rebeldes, por ejemplo— y varios grupos que bebían de las mismas perspectivas. El último de ellos, Los Verdugos, es una especie de supergrupo —creo que a ellos les gustará la calificación— de un país imaginario en el que el pop fuera una burbuja de tres minutos que te liberase de la dictadura espacio-temporal, una pastilla que consiguiese que estuvieses en la tierra y en el espacio al mismo tiempo.

Expliquemos. Un mundo de cretinos recopila canciones de Los Verdugos, que se concretan en dos discos de breve extensión y algunas colaboraciones para recopilaciones navideñas. Le añaden seis canciones nuevas, hasta llegar a un total de veinte. Ahí está casi todo Terry IV —que dan a las canciones ese toque crudo y de melodías de dibujos animados, de guitarras toscas pero flexibles—, y a las voces y teclados Manuel y Fernando Spicnic, que se encargan también de la composición. En ella, acogen retratos costumbristas con ironía casi de Bruguera —la pareja aparentemente feliz, un amigo invisible especial, el tonto del año…—, y alguna pulla social de refilón, por ejemplo en “Un mundo de cretinos”.

En las melodías trituran cualquier gérero de música popular que se les ponga por delante. Hay estribillos que podrían ser de la Tamla Motown en “Operación apagón”, aire high school en “No llegaré al turrón” o rockabilly de cartoon en “Bailo con Lux”. Incluso se atreven con lo más opuesto a ellos: “Canta como si te fueras a morir mañana”, una canción olvidada de un grupo de folk vocal aún más olvidado, La Compañía, que tiene el aliciente de contar con Parade a los coros.

No todo el mundo puede entrar en este universo, pero los que entran asisten al colorido de la felicidad, a una máquina de construir muros sónicos engrasada, al amable esperpento de la derrota con sabor de caramelos.

Anterior crítica de discos: Canciones, de Carlos Gasca.

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