«No estoy de acuerdo en cómo tratan a sus animales. No me ha costado demasiado decidirme»
Willie Nelson, siempre comprometido, se ha negado a actuar en un conocido parque acuático por cómo tratan a los animales. Un episodio más de quien está por legalización de la marihuana, la defensa de los pequeños granjeros frente a los bancos, los derechos de los homosexuales o el uso de biocombustibles.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
Desconozco si en España estrenaron «Blackfish», el documental que narra las vicisitudes de las orcas encerradas en acuarios. El personaje principal, Tilikun, fue capturado en 1983, mide siete metros, pesa cinco toneladas y media y durante sus treinta años de cautiverio ha sido relacionado con la muerte de tres personas. Hoy ejerce como estrella de SeaWorld en Orlando. Deprimido en una piscina, hace trucos de saltimbanqui para jaleo de un público que prefiere contemplar sus monerías a preguntarse por la realidad de un cetáceo dentado excepcionalmente inteligente, que no ha elegido su destino como bufón y perdió a su madre en Islandia. Aunque las orcas de un grupo manejan diferentes dialectos, y por tanto es muy posible que no sepan entenderse con las de otras familias, los usureros no dudan en barajarlas, añadiendo al oprobio de encerrarlas de por vida la irreparable condena del silencio.
A SeaWorld le atormenta su imagen proyectada en el espejo de Tilikun, una mina de oro que por razones obvias debiera de haber vivido entre los hielos árticos. Por si «Blackfish» no fuera suficiente, Willie Nelson también ha denunciado sus prácticas. Contratado para actuar en SeaWorld, el padre del outlaw country acaba de suspender su concierto tras recibir una petición de miles de fans movilizados a través de Change.org. En un primer momento los portavoces de la empresa hablaron de problemas de calendario, pero Nelson ha respondido en CNN que «No estoy de acuerdo en cómo tratan a sus animales. No me ha costado demasiado decidirme». Antes que él, el grupo Barenaked Ladies también quemó su contrato con los carceleros de Tilikun. Quién sabe si otros artistas, avergonzados, no harán lo mismo.
Millonarios en recursos, los ejecutivos de SeaWorld subrayan sus esfuerzos en favor de la naturaleza, sus programas de rehabilitación de animales heridos, etc. No dudo que algunas o todas estas virtudes sean ciertas, pero cuesta aceptar que el precio a la benevolencia sea torturar la psique de las ballenas, o que pretendan que aplaudamos la cosificación estúpida de un delfín que no necesita ejecutar cabriolas para que enamore su belleza, su misterio, su fuerza. El circo fue pasatiempo popular que merced a la crueldad con la que trata a los animales no tiene plaza en este siglo. Al menos no en países civilizados. En España, donde diversos gerifaltes posan con elefantes, osos, búfalos y leones descerrajados a tiros, acaso todavía encuentre defensores.
Consuela saber que quedan tipos como el viejo Willie, cuya grandeza pasa por discos soberbios, de los clásicos de los setenta, «Shotgun Willie», «Red Headed Stranger», etc., o a proyectos tan efervescentes como el que se marcó con Wynton Marsalis, pero también que nunca se ha refugiado bajo el paraguas del arte para esconderse y mantiene su compromiso con causas como la necesaria legalización de la marihuana, la defensa de los pequeños granjeros frente a la apisonadora de las corporaciones y los bancos, los derechos de los homosexuales o el uso de biocombustibles. Cierto que una noche, en televisión, se sumó a las teorías conspiparanoicas relativas al 11-S, y que hace siglos grabó con Julio Iglesias, pero bueno, nadie es perfecto.