«El Hollywood más turbio, estrellas infantiles deshuesadas, declaraciones de amor a Ciudad Juárez, carreteras en bragas, estampas del desierto y viajes a las minas de Duluth. Oro puro, folk y tex mex, country y rock, a tumbos de luz y de sombras»
Julio Valdeón nos presenta a Tom Russell, escritor, articulista, pintor y magnífico cantante y compositor, pero también criminólogo, profesor en África, taxista, músico en un circo… Todo un personaje al que hay que conocer.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
Sucede con frecuencia: recibo el «newsletter» de Tom Russell y tengo que pellizcarme. El tipo no para. Conciertos, montones; cuadros; artículos en la estupenda revista «Ranch and Reata» sobre la etapa en el Far West («Bitter tears») del Johnny Cash más ambicioso y conceptual; la tercera parte de su trilogía americana, que arrancó con aquel canto a sus antepasados de «The man who knows where», siguió con el estupendo «Hotwalker» y tiene previsto rematar con una «cowboy-opera» en la que colaborarán, entre diversos socios, Jimmie Dale Gilmore, Joe Ely, Augie Meyers, Eliza Gilkyson, Jimmy LaFave y Gretchen Peters. ¡Pero si hasta quiere estrenarla en Broadway! Dudo que entregue un pastelazo. Por su guitarra desfilan mitologías y en el humo de sus canciones se filtran vivencias y lecturas, música y pasiones, gusto por la serie B y reverencia por los clásicos. Digo yo que estima demasiado el oficio como para sacrificar en el altar de Times Square las verdades de su cancionero. Escéptico ante los musicales, con frecuencia incapaz de disfrutar sus relamidos encantos, aguardo expectante tanto el que proyecta Rusell como el anunciado por David Simon a cuenta de los Pogues.
Descontado Broadway, tiene mucho de epopeya lo de este angelino pasado por Nueva York y adoptado en la frontera. Su biografía noquea como solo pueden hacerlo las vidas de ciertos escritores anglosajones. Algo así como la peripecia –criminólogo, profesor en África, taxista, músico en un circo, pintor– que hubiera encandilado a su maestro Dylan. Al que por cierto dedicó un disco, «Mesabi», portentoso. Repleto de crónicas del Hollywood más turbio, estrellas infantiles deshuesadas, declaraciones de amor a Ciudad Juárez, carreteras en bragas, estampas del desierto y viajes a las minas de Duluth. Oro puro, folk y tex mex, country y rock, a tumbos de luz y de sombras. Un territorio habitado por ángeles caídos, vientos feroces, noches blancas, Peter Pan y muertos tristísimos que tuvo continuidad en «Aztec jazz», su último trabajo, un directo, que por enésima vez desvela a un personaje de prodigiosa memoria, inquieto y valiente, que ni olvida a sus mayores ni incurre en la garrulería de sonar a la moda.
Hay mucho mimetismo y demasiados bostezos entre la parroquia que incapaz de aportar nada suyo, intransferible, personal, dedica los días a fotocopiar modelos. Tom Russell, o los citados Ely y Meyers, o Ry Cooder, pertenece a otra estirpe. Con un visor orientado a Hank Williams y Townes Van Zandt y el otro al Río Grande, al L.A. hispano y a San Antonio, ha articulado un cancionero que a veces, en sus momentos menos inspirados, pocos, adolece de un exceso de lecturas, como si el musicólogo, el folklorista, ganara la batalla al poeta, pero siempre muy capaz de escribir canciones monumentales, conmovedores latigazos.
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Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: Patinando sobre los derechos humanos.