“Igual que en la canción de Astrud, o así, en Brooklyn hay un hombre que lo hace todo. Lo sublime, lo moderno y lo posmoderno, la bisutería y, a veces, el oro. Sufjan Stevens, claro. Su nuevo artefacto, ‘Carrie & Lowell”, es contra pronóstico la joya que hace tiempo debía, no sé si a nosotros o a sí mismo, harto ya de ‘épater le bourgeois’”
Desde su atalaya neoyorquina, Julio Valdeón Blanco alaba el último trabajo del cantautor estadounidense Sufjan Stevens, comenta la subasta del manuscrito de la canción de Don McLean ‘American pie’ y expresa su particular concepto de los “hipsters”.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
–5 de marzo
Un día de estos tendré que escribir yo también sobre los hipsters. Mejor si ya no queda uno, no sea que alguien piense que voy de listo. De momento basta con reseñar los conmovedores pucheros de los hipsters previos, antes llamados indies, incansables mientras publican libros donde denuncian lo equivocados que estaban. Como si el resto fuera por los bares muy orgulloso de su adolescencia. Si nos hubieran preguntado entonces les habríamos explicado que Los Rodríguez o Tom Petty eran mucho más nutritivos que sus “llenapistas deluxe” y su drum ‘n’ bass y sus altivos e irónicos rollos, pero para qué. Les hubiera entrado la risa, mira este, qué cutre. O peor. Imaginen que llegamos a convencerlos: dónde hubiéramos aprendido entonces el abecé del cómo no se escribe y el asco que desde entonces sentimos hacia esa prosa majadera repleta de nubes que huelen y canciones como tardes de lluvia y abluciones y hasta mamadas a cuanto sonase, oh, uh, “avanzado”, como si una vez por semana descubrieran a Schoenberg.
–6 de marzo
No tiene que resultar sencillo ser el cantautor favorito de quienes odian a los cantautores. Hace falta un talento descomunal. Que tu nombre, persa, signifique “Viene con una espada” y que todos los periodistas, a falta de mejor anécdota, repitan que tu nombre, persa, significa “Viene con una espada”, y así ganamos otra línea de texto. También puntúa haber colaborado con el BAM (Brooklyn Academy of Music) y que en la disquera que fundaste curre tu padrastro. Alternar folk y electrónica. Asegurar que pretendes componer un disco en honor de cada estado de la Unión, desdecirte al día siguiente e insistir en el delirio, medio en broma medio suicida, tras dos años. Combinar los adhesivos fluorescentes con el magisterio del banjo. Que tu hermano sea corredor de maratones y arquitecto. Pues bien, igual que en la canción de Astrud, o así, en Brooklyn hay un hombre que lo hace todo. Lo sublime, lo moderno y lo posmoderno, la bisutería y, a veces, el oro. Sufjan Stevens, claro. Su nuevo artefacto, “Carrie & lowell”, es contra pronóstico la joya que hace tiempo debía, no sé si a nosotros o a sí mismo, harto ya de “épater le bourgeois. El disco, dedicado a su madre y su padrastro, con los que apenas convivió de niño, devuelve a un francotirador mejorado. La pérdida y el abandono, el amor materno y paterno, la enfermedad, la reconciliación y la muerte pasean por unas canciones que lejos de reducir la conversación a un monólogo ensimismado rompen costuras por donde más duele. Raro con causa. Intenso y terrenal. Muy bueno.
–7 de marzo
Subastan el manuscrito de ‘American pie’, la canción de Don McLean, por 1,2 millones de dólares. Estoy al borde de los 70, ha dicho más o menos el interesado, ya era hora de hacer un buen negocio. A la mayoría el afán por la corrección política y el cómo y por qué te mearán mañana en Twitter lo conduce sin remedio a una suerte de hibernación cerebral, a escribir o hablar con el nervio y la riqueza del delantero centro en el túnel de vestuarios recién terminado el derbi. A McLean, que para eso es un mito, parece que le importa poco el abucheo de los censores profesionales, convencidos de que el artista debe ser un franciscano de corazón y obra, y que el dinero corrompe. Ole que ole y ole, Don, y ojalá los disfrutes.
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