«El exceso de bombo perjudica seriamente la moral de ciertos músicos, y eso que McGuinn nunca fue precisamente una hermana de la caridad en cuestiones de ego»
Roger McGuinn, el último príncipe de las doce cuerdas y el corazón de los Byrds, prepara gira europea, lo que conduce a Julio Valdeón Blanco a recordarnos su grandeza.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
—Miércoles, 30 de julio.
El folkie que envidió al zascandil Gram Parsons y soportó las melopeas de David Crosby, último príncipe de las doce cuerdas, Roger McGuinn, prepara gira por Europa. Para celebrarlo lo entrevistan en «Americana UK». Una conversación sin dentelleadas, de esas que a ratos pondrían cardiaco al redactor jefe de un periódico porque el protagonista se enreda con banjos, guitarras Martin y otros tecnicismos que «no interesan a nadie». Bueno, a mí sí. Me fascina la tranquilidad con la que el mago del folk rock, término que por cierto nunca le gustó.
Durante la charla McGuinn recuerda aspectos de su carrera y comenta el error que cometió su promotor, Mervyn Conn, cuando decidió anunciar a los Byrds en Reino Unido como «los Beatles de Estados Unidos»: los Byrds funcionaban mucho mejor en el estudio, carecían de la pericia y confianza necesarias para brillar ante el respetable con el fulgor que irradiaban en sus grabaciones, al menos durante sus primeros años, mientras que los Beatles habían sido «forjados como diamantes» bajo la presión de los directos en Hamburgo. Algo similar le sucedió a Springsteen diez años después, al descubrir que Columbia había forrado el teatro con carteles que anunciaban que «Por fin el Reino Unido está preparado para Bruce Springsteen», con el consiguiente cabreo del de Nueva Jersey, que dedicó la siguiente hora a arrancarlos todos. El exceso de bombo perjudica seriamente la moral de ciertos músicos, y eso que McGuinn nunca fue precisamente una hermana de la caridad en cuestiones de ego.
Pero quizá los aspectos esenciales de la entrevista para cualquiera interesado en la fastuosa carrera del ex Byrds, sean, primero, la confesión de que tras grabar el descomunal «Back in rio», allá por 1991, decidió no sacar más discos, uh, ambiciosos, «es demasiado trabajo»; así como la evidencia de que no tiene ningún interés en reunir al viejo grupo y la constatación, ganada a base de giras interminables, de que el milagro de internet nos ha uniformizado. Hemos sustituido la cultural local, y hablo aquí y ahora del folklore musical, por una papilla en la que somos todos consumidores y la noble tradición folk ha sido reducida a patrimonio de estudiosos, archivistas y melómanos.
Oh, sí, hay webs que recopilan miles de canciones antiguas, y de ellas bebe Roger para mantener su tradición de versionear una cada mes, pero perdimos el delicado mecanismo que permitía enriquecer la música a base de variantes locales, canciones, versos, ritmos, tonadas que saltaban de pueblo en pueblo, de condado en condado, gracias a la imparable marea de la creación colectiva. Quizá por eso, supongo, géneros como el blues o el flamenco abandonaron la calle para colgar, cual momias, en las paredes del museo. «Sign of the times», ay.
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