«Una serie de estudiosos y blogueros sostiene que algunas de sus canciones fueron aceleradas por la casa de discos para sonar más excitantes»
Algunos investigadores sostienen que las grabaciones de Robert Johnson fueron aceleradas y se han molestado en ralentizarlas, como para sumar más intriga a una leyenda ya bastante misteriosa.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
—Domingo, 20 de julio
Con mi casero, Barry, que vive en la planta de abajo, pasamos unas noches muy entretenidas bebiendo caipirinha y escuchándole tocar la guitarra. Barry dejó Austin cuando se puso intransitable de «hipsters» con implantes pilosos y niños que jugaban a ser Townes Van Zandt. Por llevar la contraria montó un septeto de son; luego, embalado y ya en Nueva York, abrazó la rumba cubana. Los días que no pasa en Cuba, grabando a los últimos rumberos, lo puedes escuchar sobre el escenario del Zinc Bar, desmelenado de guaguancós, o en su defecto en casa, que es donde recuerda su viejo amor por el country blues y canta a la guitarra canciones de Son House y Jimmie Rogers. Algunas tardes me sumo a los coros y así van cayendo ‘Waiting for a train’, ‘Crossroads blues’ o el ‘Don’t come home a drinkin» de la imperial Loretta. El bueno de Barry tararea ritmos y melodías, trompetas y líneas de bajo con tal pedagogia que por momentos uno cree sentarse ante el Wynton Marsalis de la serie «Jazz» de Ken Burns, cuando le daba por explicar a viva voz y en modo virtuoso la diferencia entre los solos de «King» Oliver y los de Louis Armstrong.
Lo malo de tanta «cachaça» y tanto Mississippi John Hurt es que estimula mi tendencia a refugiarme en el pasado y a este paso terminaré igual que Zabalita, convencido de que la música estadounidense, como el Perú, se jodió a partir del cincuenta y pico. Dos canciones más tarde ya opino que fue en el treinta y ocho. Para remediarlo pasé el otro día por un Starbuck’s y compré un disco contemporáneo, con tan mala suerte que fue el último de los Black Keys, una birria, y al poco rato estaba de vuelta a Robert Johnson, del que precisamente quiero hablarles.
Por indicación de Barry he escuchado al fin las tomas del bluesman ralentizadas en un veinte por ciento. No sé si están al tanto, pero desde 2004 una serie de estudiosos y blogueros sostiene que algunas de sus canciones fueron aceleradas por la casa de discos para sonar más excitantes, de modo que llevaríamos cincuenta años con una copia espídica y falsa del Johnson auténtico. Resulta difícil confirmarlo, y poco probable que sistemáticamente y en las cinco sesiones conocidas, las del 36 y las del 37, al ingeniero le diese por acelerar las canciones sin excepción, y juega en contra, como explica Elijah Wald, el hecho de que parte de ese material no vio la luz hasta los sesenta y/o los noventa, y que en realidad Johnson no quería sonar como su maestro House, que no vendía un carajo, sino como «Leroy Carr, Casey Bill Weldon, Kokomo Arnold, Lonnie Johnson y Peetie Wheatstraw, las grandes estrellas de blues de los 30, y cuyos estilos vocales Johnson imitó en la mayoría de sus discos». Pero tampoco descarten que al fin sea cierto, que al ingeniero le diese por meter la zarpa, que los ejecutivos del ramo opinasen que aquellos blues ganarían con algo de zapatilla y marcha, y que el bluesman más influyente de la historia fuese un sosias del bluesman real, el segundo o tercer hombre de sí mismo, un convidado apócrifo y mentiroso que ha suplantado al que cantó y sonó en aquella habitación de hotel de San Antonio.
Confieso que me resistía a picar. ¿Y si prefería las nuevas versiones? Por un lado tenemos el negro virtuoso, afilado, de la vieja caja de Columbia, y ahora a este Johnson sereno, ahumado por los años, cercano a Charley Patton y a House, imperial y añejo, que sustituye el entusiasmo adolescente que tanto impresiona por un vozarrón de trueno y un sentir acendrado. Lo que pierde en virtuosismo lo compensa con óxido y solera. Lo peor, el pálpito de haber escuchado desde siempre a un tipo desconocido o solo vagamente conocido y no saber a quién preferimos. Si quedaba poco clara la identidad de Johnson, e incluso dudamos de que el menda de las fotografías sea realmente él, solo faltaba el milagro de un Johnson que parece envejecido veinte años, crepuscular y maduro, y que convive junto al otro en un desdoblamiento imposible que al menos permite imaginar cómo hubiera sido su evolución, de ser el poeta simbolista del blues a ejercer como heredero de Patton, suponiendo que de haber sobrevivido no hubiera viajado y grabado en Chicago para abrazarla electricidad. Por grande que sean el susto y la polémica no dejen de buscarlo.
Aquí Johnson como siempre lo hemos escuchado:
Y aquí ralentizado:
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Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: Amargas lágrimas.