«McLagan tocaba con la elegancia de quien sabe esconder las esencias para que abriguen mejor»
En su dietario neoyorquino, Julio Valdeón nos habla de la muerte de Ian McLagan, de los premios Grammy y de las golosas cajas discográficas retrospectivas.
Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.
—4 de diciembre
La muerte de Ian McLagan añade otra paletada de tierra sobre el osario de nuestros mejores años. Otro grande que se da el piro, harto de que el rock and roll haya sido enclaustrado en cajitas y las radios musicales sean pasto del burlesque y basura plastificada. Lejos de imposturas y sucedáneos la obra de McLagan, con los Small Faces y Faces, en solitario o con los Stones o Billy Bragg, se antoja imponente. Cuesta imaginar canciones como ‘Debris’ sin el oro que salía a borbotones de su teclado. Fue la sonrisa junto al pitillo golfo de Ron Wood, el Hammond B3 que suena clandestino y reluciente en la cocina de discos eternos, el colchón caliente, seductor, hermoso, que se nos enredaba al tupé para que llorásemos lágrimas de rhythm and blues incluso antes de saber qué significaba la etiqueta. McLagan tocaba con la elegancia de quien sabe esconder las esencias para que abriguen mejor. La luz fea de esta mañana de diciembre llora sobre mi mesa mientras entierro a otro fulano que puso magia en mi vida.
—5 de diciembre
Hace un tiempo Juan Puchades y Eduardo Izquierdo mantuvieron una sabrosa discusión a cuenta del término «americana». Que si es estúpido que si tiene sentido. Que si debemos borrarlo que si lo reivindicamos. Esto, en una revista que aborrece las categorizaciones estancas y, por tanto, abierta al debate, no es noticia, pero resulta que tampoco los Grammys, que acaban de anunciar sus nominaciones, se aclaran. Así, Sturgill Simpson, que ha enamorado a los amantes del buen country con su estupendo «Metamodern sounds of country music», aparece como candidato a mejor disco de americana. Junto, atención, al también fabuloso «The river & the thread» de Rosanne Cash y al «Terms of my surrender» de John Hiatt. Entre tanto Lee Ann Womack por el bello «The way I’m living» está nominada en la categoría de country. ¿Por qué Womack y no Cash o Sturgill o viceversa? Por no hablar de las vergonzantes ausencias. La neozelandesa Tami Neilson, que enamorará a los huérfanos de Amy Winehouse en cuanto escuchen su incendiario, tremendo «Dynamite!». O el «Small town heroes» de Hurray for the Riff, ni siquiera en folk. Ni Doug Seeger con su «Going down to the river» o a las hermanas Johanna y Klara Söderberg, que como First Aid Kit han publicado otro de los grandes trabajos de 2014, country o no country, americana o folk, «Stay gold». En cualquier caso uno vuelve a lamentar la triste comparación con España, donde somos incapaces de montar unos premios que con o sin polémica, desacertados o sutiles, acierten a reivindicar la cosecha del año. De tan listos que somos preferimos la oscuridad de las catacumbas y el silencioso paseo por las esplendidas ruinas de nuestra industria musical. Así nos luce.
—7 de diciembre
En «Slate», comentando las mejores box sets del año, y en concreto «Crosby, Stills, Nash & Young, CSNY 1974″, Douglas Heselgrave escribe que «es alentador ver cómo el paso del tiempo disminuye las interferencias que rodean a las estrellas del pop y sus acciones», lo que permite que escuchemos su música libre de prejuicios. La citada caja demostró que a mediados de los setenta, y en contra de lo sostenido entonces, el cuarteto celeste facturó unos conciertos apabullantes. Casos similares, en los que una reedición a tiempo ha demostrado que el veneno de entonces no estaba justificado, son frecuentes. Recuerdo ahora el impacto de revisar el glorioso concierto londinense de Bruce Springsteen del 75 cuando publicaron la caja del treinta aniversario de «Born to run». Incluso Dave Marsh acostumbraba a dar por buena la idea de que fue un bolo regular, lastrado por los nervios del estreno en suelo europeo y la insufrible mercadotecnia. Nada más lejos.
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Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: Entre Cat Stevens, Bobby Keys y Bob Dylan.