«Mick Jagger y Keith Richards han insistido en pagar en su totalidad el funeral de Hubert’. Remataba con un ‘Dios bendiga a los Rolling Stones’. Amén»
Entre Grateful Dead retirándose, Mick Jagger (y Keith Richards) pagando funerales y Bob Dylan saboteándose a sí mismo, transcurre esta nueva entrega del gusano neoyorquino de Julio Valdeón Blanco.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
—16 de enero
A mediados de los años noventa pasé un mes en San Francisco. La familia que me acogió tuvo a bien llevarme a un concierto al Mountain View. Tocaban los Grateful Dead, Jerry Garcia incluido, o eso creo recordar. Ya saben que a los jóvenes conviene dejarlos solos. Todo lo entienden al revés, si es que lo entienden. La noticia de que los cuatro supervivientes de los Dead, Bill Kreutzmann, Mickey Hart, Phil Lesh y Bob Weir se juntan para tres conciertos finales tiñe el viernes con un color triste. Lo explicaba esta revista: «Bajo el título de ‘Fare Thee Well: Celebrating 50 Years of Grateful Dead’, tendrán lugar los días 3, 4 y 5 de julio en el Soldier Field de Chicago, donde el 9 de julio de 1995 actuaron por última vez». Que los Dead abandonen muestra la importancia de no creerse demasiado. Si ellos pueden desaparecer imagine qué sucederá con el resto, usted y yo incluidos. Quiero decir que no sé me ocurre mejor enmienda al espejismo de Dios, o dios, que la posibilidad, cada vez menos remota, de que la próxima gira de los Stones sea la última. Por lo demás, descontada la importancia de los Dead, con ellos me ha sucedido algo muy similar a lo que con otros (pero ojo, no todos los) rockeros de los sesenta/setenta. Cuando apenas podíamos comprar un disco al mes los venerábamos. Con el tiempo descubrimos a muchas de sus influencias. Hoy, por cada vez que escucho a un Eric Clapton pincho cien o mil veces a Little Walter, Elmore James y Lonnie Johnson. Clapton y compañía son como esos profesores de la universidad a distancia que en el curso puente ayudaban con la bibliografía. Lo de Hank Williams, Muddy Waters, Sam Cooke, Solomon Burke, Etta James o Lightin’ Hopkins es otra cosa. Otro nivel.
—19 de enero
Jagger ha creado la beca L’Wren Scott para estudiantes de moda. Mucho se carcajea el personal de las ínfulas «jet» de Mick y sus condecoraciones reales. Hablamos menos de que en 2011 pagaron los gastos del funeral de Hubert Sumlin, el superlativo guitarrista de Howlin’ Wolf. Toni Ann Mamary, mánager de Slim, publicó entonces que «Mick Jagger y Keith Richards han insistido en pagar en su totalidad el funeral de Hubert». Remataba con un «Dios bendiga a los Rolling Stones». Amén.
—20 de enero
Los astros también se aburren, principalmente de sí mismos, pero también de nosotros. Está el caso de Dylan, que algunos días se levanta Allen Zimmerman y decide boicotear al cabrón de Bob. Entonces publica discos incomprensibles. Como aquel «Self portrait» que envió a Nashville una vez rematado, a ver si entre el productor y los ingenieros lo desbarataban a base de overdubs infames. En los últimos años parecía casi risueño, pero entre joya y joya nos coló aquellos villancicos cantados por un sosias en mitad de un karaoke satánico. Pa’ chulo Bobby. Justo cuando dábamos por terminada la posibilidad de nuevas inmolaciones va y se descuelga con diez covers de Frank Sinatra. Treinta o cuarenta años después Columbia publicará con las sesiones un «Bootleg» oficial y soberbio, en el que descubriremos grandes tomas perdidas y hasta un par de fantásticas originales. Hasta es posible que se haya operado las cuerdas vocales y todo lo que ahora publica con voz alquitranada salga más adelante en grabaciones paralelas donde recupera el toque Enrico Caruso del «Nashville skyline». Todo es posible. Incluso que al truño sinatresco le suceda una salvajada del calibre de «Love and theft» o «Tempest».
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Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: Sinatra en la HBO.