«Los dependientes de esas tiendas, los dueños de los sótanos donde adquirir música, los que teorizan sobre la vuelta del vinilo y los que ponen el cartel de cerrado sobre la verja se ponen morados a lágrimas»
Reflexiona Julio Valdeón Blanco sobre los cierres de tiendas de discos a propósito de un documental británico y de ahí salta a la HBO y la cienciología.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
—Lunes 25
Veo «Last shop standing: the rise, fall and rebirth of the independent record shop», el documental de 2013 firmado por Pip Piper. Dado mi interés por el tema es algo que tendría que haber devorado hace tiempo, pero mi historia personal tiene mucho que ver con la suma de mis contradicciones. Con ojos muy abiertos e inevitable cabreo asisto al cierre de nueve de cada diez tiendas en el Reino Unido. Los estúpidos ejecutivos de las disqueras hicieron lo posible por suicidarse, comenzando por la birria del disco compacto y siguiendo por las alianzas con las grandes cadenas comerciales. Aunque al final de la peli parezca que remontamos no deja de entristecer que sea necesario servir café y pastas para que el cliente pague por un vinilo. La situación actual, descontada la avaricia del sistema, también está relacionada con el hecho de que varias generaciones han mamado el delirio de una cultura gratuita, arcangélica, incontaminada, que por alguna esotérica razón escapa a la realidad del mercado. Los dependientes de esas tiendas, los dueños de los sótanos donde adquirir música y, todavía más importante, discutir sobre música, los que teorizan sobre la vuelta del vinilo y los que ponen el cartel de cerrado sobre la verja se ponen morados a lágrimas mientras el espectador medita sobre la deriva de un pensamiento supuestamente progresista que santifica robar a la clase trabajadora y apuesta por el regreso a la manutención generada por el mecenas, antes papas o príncipes y ahora telecos. Vivan las cadenas y las benditas coartadas que en nombre de utopías gaseosas santifican y limpian nuestro imbatible morro, nuestra falta de escrúpulos, nuestra, esa sí, impagable jeta.
—Martes 26
HBO anuncia para 2015 un documental sobre la cienciología, el culto que preconiza que hace 75 millones de años, o así, un extraterrestre de nombre Xenu arrojó billones de seres sobre la atmósfera de nuestro planeta. Los había secuestrado en el sector de la galaxia que controlaba, en plan vamos a resolver de una vez para siempre nuestros problemas de espacio y superpoblación. Eficaz y directo, el tal Xenu. Muchos de esos espíritus o auras quedaron atrapados en los seres humanos, entonces y ahora incapaces de comprender que estamos destinados a vivir eternamente si seguimos las enseñanzas de L. Ron Hubbard (excepto, claro está, si pagas por los cursos que ofrecen sus avispados sucesores). Hubbard, por cierto, fue un (aburrido y torpe) escritor de ciencia ficción que regresó de África junto a los planos del universo. Qué envidia me dan ese tipo de sujetos. Te acuestas siendo un capullo y al día siguiente despiertas metamorfoseado en portavoz del cosmos. En previsión de posibles demandas HBO mantiene a doscientos abogados dedicados en exclusiva a revisar el metraje. Toda precaución es poca para lidiar con una secta cuyo inopinado portavoz es Tom Cruise, convencida de que somos fruto de incontables reencarnaciones. Un portento de organización que condena la medicina por atiborrarnos de pastillas cuando está requeteclaro que de la jaqueca al cáncer todos nuestros males son fruto de líos psicosomáticas, exonerada de pagar impuestos y cuyos líderes, al decir de la periodista de «Rolling Stone» Janet Reitman, creen que «pueden mover objetos con la mente y comunicarse y controlar el comportamiento de animales y personas mediante telepatía».
Para aliviarme de tantas y tan trascendentales revelaciones regreso a mi amado Christopher Hitchens. «Es un reto pelear contra los absolutistas y los relativistas al mismo tiempo: mantener que no existen las soluciones totalitarias mientras insistimos en que, sí, los que estamos en este lado también tenemos convicciones inalterables y estamos dispuestos a pelear por ellas. Tras diversas alianzas he llegado a la conclusión de que Marx estaba en lo cierto cuando recomendaba la duda continua y la autocrítica. Militar en la facción escéptica no es en absoluto una opción amable. La defensa de la ciencia y el racionalismo es el gran imperativo de nuestra época». Poco antes lamentaba «Haber pasado tanto tiempo estudiando para haber aprendido relativamente tan poco, para después ser amenazado en todos los aspectos de mi vida por gente que ya lo sabe todo y que dispone de toda la información que necesita…». Enano en comparación con el mercurial, polémico, arrebatado, excesivo y al cabo imprescindible Hitch, siento como propia su duda existencial y, al tiempo, su furibunda defensa de entelequias tan discutidas por los alegres partidarios de la corrección política como los derechos humanos o la infinita superioridad moral y práctica de la razón frente a brujos, magos, curas, gurús, monjes, chamanes y demás socios del siempre confortable mito frente al desilusionante, pero maravilloso, laboratorio.