«Si es cierto que el feto ya siente o percibe las vibraciones y sonidos del exterior voy a pedir que suban el volumen. Sospecho que la entrevista con el mamarracho de Kiss puede serle al futuro de niño de gran utilidad»
En sus últimas horas antes de viajar hacia España, a nuestro gusano neoyorquino se le escapa el tiempo divagando sobre Gene Simmons, las nuevas tendencias musicales y The War on Drugs. Todo ello acompañado de visita al médico.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
—Viernes, 19
En la consulta del médico. Acompañando a mi chica. En la sala de espera hay un televisor y pasan una entrevista a Gene Simmons. Aunque el volumen sea bajo alcanzamos a escuchar los enfervorizados gritos de un público, mayoritariamente joven y femenino, recién llegado de Iowa o Nebraska (o de Long Island o Nueva Jersey, pero con ese toque entre puritano y orgulloso que asociamos al Medio Oeste), que jalea las cirugías plásticas del reciente inquilino del Rock and Roll Hall of Fame. Gritan y ríen y gritan todavía más y más fuerte. Los remanentes de semejante entusiasmo los emplearán, a la salida del estudio, en atiborrarse de yogur helado y hacerse «selfies» frente a la portada de unos grandes almacenes. No por ya vista deja de impresionar la orgiástica felicidad de un público con la certeza de encontrarse, por un día, durante unas horas, en el intestino de la bestia, casi famosos por ósmosis con el fulano que ahora sonríe delante de las cámaras y que gracias al bisturí ha burlado al tiempo o se ha quedado al margen. Este Simmons recauchutado en verdad encara las cualidades de su música. Se ha transformado en sus propios y altisonantes soniquetes, hechos carne, o plástico, mediante la alquimia de un cirujano en Santa Bárbara. Habría quedado de fábula en una secuela pobre, de canal con anuncios, de «Carnivale». Me pregunto si en la consulta del médico, entre todos los que esperamos, hay alguna embarazada. Si es cierto que el feto ya siente o percibe las vibraciones y sonidos del exterior voy a pedir que suban el volumen. Sospecho que la entrevista con el mamarracho de Kiss puede serle al futuro de niño de gran utilidad. A ver si logramos que le guste lo que a todo cristo y salga menos raro que el gusano arribafirmante.
—Lunes, 22
A estas alturas de diciembre la proliferación de clasificaciones con lo mejor de 2014 amenaza con entumecer nuestros cerebros. Investigar las sucesivas «pole positions» y compararlas con la tuya es un ejercicio que bordea el sado, básicamente porque confirma tu irremediable condición de piernas. La fórmula decisiva siempre se te escapa. Tus recomendaciones carecen del vanguardismo radical, chic, de esos prescriptores tan monos que gimotean de gusto cuando describen la enésima sensación en las discotecas del Lago St. Clair. El objetivo del «comando cool» es establecer la primacía del techno como inevitable secreción del mundo hipertecnológico, el rollo de los androides con corazoncito y la entronización de una jerga que recuerda a las deconstrucciones de Foucault y compañía. Pero como tampoco son bobos, y su pasión evangélica no les oculta que necesitan lectores (e incluso, aunque a veces sospechan que lo que de verdad les gustaba eran los discos de Azul y Negro y el entrañable bakalao, pues oye, tampoco es plan de revelar al mundo tus perversiones), con frecuencia entronizan algún disco de pop esotérico o rap con mensaje en el número 1.
—Martes 23
«Lost in the dream», de The War on Drugs, encabeza mogollón de listas. No acaban de convencerme, o enamorarme, y como pésimo crónista busco luz en la wiki, anatema. Entre los estilos que en teoría frecuentan figuran la neo psicodelia, el post punk y, glups, el shoegazing. A sus partidarios, como a los de St. Vincent o FKA Twigs, les gusta usar palabras tipo impresionismo, planeador, escurridizo, líquido o gaseoso, cósmico o lunar, y así. La fórmula consiste en encadenar humo y metáforas, y unas cuantas esdrújulas, con la cadencia de un mantra, otro palabro dilecto, hasta volarle la cabeza al respetable y enterrarlo bajo una montaña de incienso deconstruido. No digo yo que The War on Drugs sean una mierda, ni mucho menos, pero, seré sincero, me predispone en su contra, aparte de su música, que sí, bien, vale, pero mmm, la lectura de las reseñas que les dedican. Leyéndolas a menudo siento la enojosa sensación de encontrarme ante un catálogo de frases que permitirían a sus autores optar a una plaza en un campus universitario repleto de eruditos de los estudios sociales, la codificación del lenguaje y bla bla bla. La crítica esferificada, diríamos.
–
Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: De Sabina, Dylan y listas fin de año.