“Natalie Cole excusó el enésimo disco de clásicos sobados, momificados y carbonizados porque, dijo, no encontraba ‘compositores jóvenes, que trajeran preocupaciones contemporáneas, pero también empapados de la tradición’. Lástima que nadie de su círculo le buscara referencias frescas”
Desde el corazón neoyorquino, Julio Valdeón reflexiona sobre la muerte de la hija de Nat King Cole, sobre la artista que fue y la que pudo haber sido, de haber encontrado el camino adecuado.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
–31 de enero
Murió Natalie Cole. Eclipsada de forma inevitable por su augusto padre, que es más, mucho más, que el exótico cantante de boleros gringo que conocíamos en España. A Natalie la entrevisté hace años, poco después de que anunciara su enfermedad, hepatitis C, y se mostró genuinamente sorprendida del éxito que tuvo su padre entre nosotros. Acababa de publicar “Still unforgettable”, postrera reedición de la claudicación ensayada diecisiete años antes con “Unforgettable”. Andaba jodida. Sabía que su carrera, por tantas razones estimable, jamás superaría la sombra familiar. En cualquier caso, y como sucede a menudo con los viejos lobos del oficio, estuvo encantadora. Rápida y locuaz. Amable y certera. Entre otras cosas comentó que las actuales vocalistas de rythm & blues “olvidan la canción. Prefieren lucirse, y el resultado es atroz. Puede que les falte dirección, pero lo que entregan es un ejercicio de estilo, puro narcisismo”. Eso sí, excusó el enésimo disco de clásicos sobados, momificados y carbonizados porque, dijo, no encontraba “compositores jóvenes, que trajeran preocupaciones contemporáneas, pero también empapados de la tradición”. Lástima que nadie de su círculo le buscara referencias frescas. La de Natalie era una carrera que podría haberse rescatado del formol. Sobran ejemplos, de titanes como Solomon Burke o Johnny Cash a gloriosos segundones como Charles Bradley, para saber que la industria acertó a revitalizar carreras cuando comprendió que los contemporáneos de aquellos artistas no comprarían nada nuevo y, por tanto, había que convencer a un segmento de oyentes, más joven, que sólo aceptaría el juego si, por un lado, se reivindicaba la esencia del artista, su metal más puro, y por otro añadían riesgo a la mezcla. Lo contrario, justo lo contrario, de productos tan prescindibles como “Still unforgettable”. Una pena.
–01 de enero
El cambio de año nos alcanza con la cena fría, incapaces de tragar bocado por culpa del «baby», que cumplirá seis meses en dos semanas y al que tratamos de educar, es un decir, para que aprende a dormir solo. Cada “x” minutos (primero tres, luego cinco, luego ya intervalos de siete) su madre o servidor entra en la habitación, comprueba que respira y regresa al salón. A escuchar sus quejas, su llanto que te perfora. Hundidos en el sofá e incapaces de articular ningún sonido contemplamos el reloj de la pared, que adquiere vagos aires dalinianos, como si fuera incapaz de avanzar y el tiempo reptara de forma obsesiva, abrasiva, en torno al loco lagrimeo del pequeño. Afortunadamente la pesadilla dura poco, aunque nos deja tiesos. A eso de las doce la madre dormita frente al televisor y yo tecleo algo. Un artículo. Un capítulo del libro. No sé, no recuerdo. Escucho petardos en la calle y subo un poquito, muy poquito, el volumen del ampli. Rezo para que los desaprensivos, ¿a quién se le ocurre armar bulla entre semana y a estas horas?, no despierten a Max, ahora que por fin duerme. Caigo tarde en la cuenta de que hoy, ay, es Nochevieja.
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Anterior entrega de Corriente alterna: Se busca cantante de blues.