“Es intentar ver una cinta tipo ‘Transformers’ y a los cinco minutos ya estoy embebido en toda clase de vacilaciones que nada tienen que ver con el coñazo que me están contando, y que eso, el írseme la pinza, hacer la cuenta del papel higiénico que tengo que comprar o roncar como una nutria bien cebada de truchas, rara vez me ocurre visionando una película de Sam Peckinpah o Akira Kurosawa. O escuchando a los Byrds, John Coltrane o Neko Case”
Un catálogo de horrores: así denomina el bueno de Julio Valdeón la última lista de los doscientos álbumes que han estado en la cima de los “Billboard”. Entre los pocos que salva de la criba, el “Born in the USA” y el “Sgt. Peppers”.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
–10 de noviembre.
“Billboard” publica la lista de los doscientos álbumes que coparon su podio, ordenados de más menos. Ilustrativa. Junto al «Born in the USA» de Springsteen, «Tapestry» de Carole King, «Rumours» de Fleetwod Mac, «The dark side of the moon» de Pink Floyd, «Ten» de Pearl Jam (45) o «Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band» de los Beatles, sobresale una espeluznante colección de medianías. Lo que vende, lo que le gusta al personal, los discos de los que la gente hablaba tras despotricar contra el mal gusto de la industria y el final de la horterada como tiranía, lo que compramos cuando compramos un disco (me incluyo por sonar empático, amable, simpático) son artefactos firmados a Taylor Swift, Garth Brooks, Alanis Morrisette, Lady Gaga, Paula Abdul, Billy Ray Circus, Celine Dion, M.C. Hammer, Linkin Park, Bon Jovi, Britney Spears, Journey, las Spice Girls, Michael Bolton, Boyz II Men, Lady Antebellum o los Backstreets Boys. Un catálogo de horrores que cumpliría con letal eficacia si algún torturador somete a sus víctimas a la escucha de un hipotético recopilatorio. Bastaría una escucha para que confieses el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y asumas en solitario la culpa por el calentamiento global y el desparrame apocalíptico en que malviven los últimos osos del Ártico.
Capítulo aparte merece Adele, número uno. Esa, sí, a la que con cínico candor los indocumentados llaman cantante de soul. Imagino que para amargarles la mañana a Peter Guralnick y Luis Lapuente. Lo que me lleva a conjeturar que ha de existir una internacional del mal gusto, un canon inverso que no conoce fronteras y extiende sus dominios mediante el uso y abuso de las camisas satinadas, la sobreabundancia de dorados en los restaurantes chinos, el chancleteo con calcetines y aquellas inolvidables producciones que perpetraba Phil Collins. Los muy irónicos y tal pueden permitirse el elegante lujo de apropiarse del horror estético mediante un discurso que encuentra graciosísima la mierda. A mí me cuesta. Lo intento, pero no hay forma. Aparte, la mayoría no frecuenta esos chancros por dandismo guay, en plan Tarantino, Álex de la Iglesia o Alaska, con el inevitable riesgo de que los guiños posmodernos y la búsqueda de la belleza en el fondo del cubo de basura termine por sepultarte, a ti y a tu arte, en compañía de los mismos monstruos a los que tanto reías. Véase el caso del citado Tarantino, al que quiera Dios que nadie muestre nunca una película del clan Ozores.
Descontadas las anomalías de los extremadamente posmodernos, el público busca y disfruta esos productos porque le va la marcha y considera, legítimamente, que donde estuviera Whitney Houston que se quite Etta James. Parafilias, vamos, que no censuro porque allá cada cual y sus intransferibles caminos hacia el orgasmo. Asunto distinto es cuando escribes algo así en un periódico generalista y el personal responde convencido de que lo tuyo con Mariah Carey es una pura pose. ¡Con esa voz que tiene cómo no va a gustarte! Ocurre lo mismo cuando explicas que nunca entendiste la defensa de ciertas películas de acción y/o superhéroes, ciertas comedias bobaliconas, etc., porque, uh, son para olvidarse de todo, tío, para pasar el rato. Contrapuestas, imagino, a otras más intensas, desgarradas, sesudas, intelectuales, etc., que requerirían del espectador una atención cejijunta y reconcentrada. Inútil explicar que a ti te ocurre justo lo contrario. Que es intentar ver una cinta de esas, tipo “Transformers”, y a los cinco minutos ya estoy embebido en toda clase de vacilaciones que nada tienen que ver con el coñazo que me están contando, y que eso, el írseme la pinza, hacer la cuenta del papel higiénico que tengo que comprar o roncar como una nutria bien cebada de truchas, rara vez me ocurre visionando una película de Sam Peckinpah o Akira Kurosawa. O escuchando a los Byrds, John Coltrane o Neko Case. Parafraseando a Vázquez Montalbán, y su inolvidable «Panfleto desde el planeta de los simios», es posible que el buen gusto no exista, pero el mal gusto me parece o temo que sí.
–
Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: Silencio, el genio Dylan trabajando.