«Visionen esto: Bob en el 65 comparte mantel con sus donantes y estos, bienintencionados, le preguntan por Joan Baez. ¿No te va acompañar en la próxima gira? ¿No? Vaya. Al menos vuelve al folk. Despide a esos canadientes inútiles con los que tocas. Déjate de conjuntos modernos»
La próxima edición de un libro alrededor de Woody Guthrie editado mediante crowdfunding, lleva a Julio Valdeón a Blanco a imaginarse a Bob Dylan en una cena con los mayores «mecenas» de su último disco… en 1965.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
Cuesta creerlo, dada la hojarasca mítica que rodea a ambos, pero el joven Bob Dylan visitó a Woody Guthrie en el hospital Greystone, donde el segundo estuvo ingresado entre 1956 y 1961 aquejado por la enfermedad de Huntington. Hubo otros hospitales en los que languideció el hombre cuya guitarra «mataba fascistas», aunque ya digo que el encuentro entre ambos tuvo lugar en el caserón de Nueva Jersey, hoy abandonado. Apenas apto para rodar una de fantasmas. O para fotografiar sus rincones podridos y elaborar un libro al que añadir textos inéditos, cartas personales y retratos familiares.
El citado libro, sin embargo, todavía no existe. Se lo ha currado el fotógrafo Phillip Buehler. Quiere decirse que lo tiene a punto, listo para enviar a la imprenta Meridian, en Rhode Island. Saldría mucho más barato hacerlo en un país pobre, pero los Guthrie, quijotescos, desconfían de la celebrada fórmula de diseñar en casa y enviar los patrones a una villa miseria. A resultas de lo cual el libro tendrá unos costos muy superiores a los habituales. Como solución Buehler ha recurrido al crowdfunding. O sea, si donas cinco dólares recibes una postal. Si donas veinticinco, cinco, etc. Hasta alcanzar el gordo: por tres mil dólares cenarás con Nora Guthrie, Buehler y el diseñador del libro, Steve Brower, el 22 de noviembre en el Greenwich Village. Anuncian, tachán, invitados sorpresa.
Pensando en la música, con el recuerdo de un reportaje reciente en el que todo dios se felicitaba por la bendición del crowdfunding, imagino que algunos artistas, aparte de componer o cantar, tendrá que hacerte la manicura o contarte chistes si quiere editar sus discos. No bastará con descorchar talento y esfuerzo. Tendrán, encima, que ser majos. Ofrecerte su Coca-cola. Confraternizar mientras coméis pipas sentados en un banco. Hacerte sentir importante y partícipe. La democracia llega a la canción y blablablá. Yo escribo y tú aconsejas. Tú donas y yo te pregunto qué opinas. O sea, que en lugar de pagar por la obra acabada, tan reaccionario, daremos la barrila por adelantado y así nos sentiremos ilusamente incorporados a la ceremonia creativa.
No crean que no quiero que se recaude el dinero para el libro de Guthrie, pero me cuesta imaginar en un sarao semejante a Woody, experto en dinamitar relaciones comerciales y navegar contracorriente. No digamos a Dylan. Ni al actual ni, un suponer, al de la trilogía eléctrica. Visionen esto: Bob en el 65, acompañado de Albert Grossman y Bob Neuwirth, comparte mantel con sus donantes y estos, bienintencionados, le preguntan por Joan Baez. ¿No te va acompañar en la próxima gira? ¿No? Vaya. Al menos vuelve al folk. Despide a esos canadientes inútiles con los que tocas. Déjate de «conjuntos modernos».
¡Qué deliciosas masacres hubiera rodado D. A. Pennebaker! Entre el cinéma vérité y el gore, me relamo fantaseando.
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Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: El renacer del country.