«Swift no se conforma con despachar millones ni declarar que el country a ella plim, sino que ha desarrollado la jugada perfecta al evacuar su música de Spotify durante sesenta días»
Taylor Swift decide que su nuevo disco no suene en Spotify y, casualidad, despacha en 1,3 millones de ejemplares, lo que no se veía desde 2002. Julio Valdeón Blanco, aunque no va a escuchar sus discos, está encantado con esta chica pop.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
—Lunes, 3 de noviembre
La rubia de oro, la diosa adolescente que no necesita airear el muslamen al estilo de Miley Cyrus, va camino de romper la banca. Nadie vendía tanto, 1,3 millones de copias, durante la primera semana, desde 2002. Los cabezas de huevo del negocio pasean la calculadora con sonrisa de tiburón y en los grandes almacenes del país los dependientes preguntan a sus mayores si recuerdan semejante locura por algo tan marciano y gagá como un disco. Taylor Swift ya ha aclarado que «1989» no es country, y que tampoco lo fueron sus anteriores discos. Esto lo sabía cualquiera, cualquiera que conozca el country, pero ha pillado con los pantalones por los tobillos a una Nashville que en los últimos años vive de comerciar una papilla incolora a la que añade sombreros y alguna toma de un bar Coyote para tirarse el nardo. Swift, ahora y siempre, ha sido una artista pop. Pop mierdoso, facilón, feo. Pop de encefalograma plano y beatificación instantánea por parte de los mismos enterados que bendicen a Shakira y ridiculeces similares. Pop malo, malo con avaricia y saña, tan emocionante y original como pueda serlo un disco de Coldplay o, ay, de sus últimos imitadores, esos vendedores de teléfonos, ciáticos perdidos, llamados U2.
Pero Swift no se conforma con despachar millones ni declarar que el country a ella plim, sino que ha desarrollado la jugada perfecta al evacuar su música de Spotify durante sesenta días. ¿Tiene esto que ver con la multiplicación de las ventas de «1989»? Diría que sí. Solo los muy recalcitrantes pagan por algo que ofreces gratis. Trigger, el malvado y audaz capo de Saving Country Music, escribe que «El impacto de la eliminación de su música en Spotify (…) no puede despreciarse. Quizá sea este el momento de liderazgo que la música esperaba, mientras los artistas tratan de hacer frente a la pérdida gradual de ingresos generada por el paradigma del streaming. También podría impactar la posición de Spotify en el mercado (…) Habrá que estar atentos a las implicaciones de su decisión, y a la repercusión que tengan». De paso, Trigger recuerda un artículo que la Swift escribió en el «Wall Street Journal». «La música es arte», decía, «y el arte es importante y raro. Las cosas importantes y raras son valiosas. Hay que pagar por las cosas valiosas. En mi opinión la música no debería de ser gratuita». Ha sido leerlo y decidir que cuenta con mi eterna simpatía. No coleccionaré sus discos, a tanto no llego, pero celebro que patee el culo de las operadoras de telecomunicaciones, las plataformas expertas en repartir derechos de autor paupérrimos y, en general, a todos los tontos útiles del gratis total (gratis ficticiogratis excepto si eres Time Warner Cable, Telefónica, Apple, Spotify, etc.) en el mercado de la cultura y la música.
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