«Inveterados imbéciles todavía capaces de dudar de que Joaquín Sabina ha sido lo más parecido que jamás tuvimos a un Dylan cruzado con Bambino, de que Vainica merecían el cielo»
Una trifulca generacional, despierta en Julio Valdeón esa sensación de qué difíciles son los asuntos musicales en nuestro país, siempre tan acomplejado y mirando lo foráneo con delectación.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
—Martes 15.
Leí el altercado entre Pepo Márquez y Javier Ojeda con el pálpito de que lo nuestro no tiene arreglo. El joven trata al veterano como quien tira piedras contra las cristaleras del «apparatchik»; el viejo le responde agraviado y cita a Joy Division y Lou Reed. Del diálogo saltan chispas de sal, cuchillos retorcidos, colmillos rotos que dejan el teclado alfombrado con sangre y al lector pesaroso porque en España solo entendemos la conversación como un fusilamiento por otros medios; una balacera de tristezas en la que asoma, finalmente, la precaria situación de nuestros artistas y la hecatombe de una industria musical de hidalga ruina tercermundista.
Qué contraste con EE.UU. No lo escribo con ese complejo, también ibérico y pata negra, que aplaude lo foráneo y reniega sin pausa de lo nuestro, pero es que miren, miren. EFE EME anuncia un disco en el que Kris Kristofferson, Emmylou Harris, Steve Earle, Bill Miller, Gillian Welch & David Rawlings, Norman y Nancy Blake, The Milk Carton Kids y Rhiannon Giddens homenajean el disco «Bitter tears», de Johnny Cash, en el cincuenta aniversario de su lanzamiento.
Cash fue hombre desacomplejado, patriarca country y convulso cristiano que no dudó en juntarse con lo peor/mejor de cada casa, hacerle numerosos cortes de mangas a Nashville, explorar el folk y aplaudir por igual a hirsutos rockeros y a trompetistas negros. Un hombre y un nombre que evocan lo mejor del arte, la abolición de fronteras mentales y tribales.
Igualito que nosotros, inveterados imbéciles todavía capaces de dudar de que Joaquín Sabina ha sido lo más parecido que jamás tuvimos a un Dylan cruzado con Bambino, de que Vainica merecían el cielo o Rodrigo García poco tiene que envidiar a Burt Bacharach. Entre los esnobs que en nombre de una empanada cerebral disfrazada de consigna política reniegan de las joyas que dejaron la Nueva Ola y la Movida, entre la siega que a principios de los noventa renegó de tantas formaciones históricas porque sonaban poco «cool», entre tanto complejo de listísimo lector de prensa especializada británica, amnésicos respecto a la tradición italiana y francesa, que tanto nos influyó, sordos con lo todo lo que huela a Hispanoamérica y perdidos en guerras generacionales o museísticas, seguimos a lo nuestro. A regar con napalm los jardines de la memoria y lloriquear porque en Kansas, Seúl o Liverpool sí que saben montárselo. O por decirlo Forges, «país».