“El ruido sonoro, que decía Baremboim, la mezcla de armonía, ritmo y melodía te lleva por todos los paisajes del mundo, y dialogas con muertos, y escuchas sus secretos, y al fin vuelves a casa deshecho y entero, mejor”
Al tiempo que cumple años, Julio Valdeón Blanco viaja a través de las canciones, rompe una lanza a favor de Tom Russell antes de escuchar su tercer disco conceptual y espera que el ingreso de Joni Michell tenga final feliz y vuelva a casa.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
–27 de marzo
De regalo de cumpleaños, después de años con el reproductor mp3 roto, uno nuevo. Salgo a la calle con “Quatro grandes do samba”, o sea, Nelson Cavaquinho, Candeia,Guilherme de Brito y Elton Medeiros y con ‘Axé!’ y ‘Luz da inspiracao’ de Candeia, con los singles de Howlin´Wolf para Chess y, por variar, con tres de las Cantatas de Bach grabadas por Masaaki Suzuki y el Bach Collegium Japan. No es el lugar para escribir del alemán y de Wolf y el blues ya he hablado otras veces. Sí quisiera contar que, de los viejos sambistas, me fascinan especialmente Cavaquinho y ese policía turbulento, poeta medicinal, o sea, que cura, llamado Candeia. No es mala compañía. El contraste con el frío, hiriente, resulta terapéutico.
De noche asistimos a la presentación del primer disco de Dolunay, trío radicado en Brooklyn y compuesto por Jenny Luna, Eylem Basaldi y Adam Good, y especializado principalmente en música turca. Jenny, la vocalista principal, es una superdotada. Todos los horteras buscan la salvación de sus canciones en una garganta operística, pero lo de esta cantante, el cómo se sobrepone a sus inmensas cualidades para cercenar el puro exhibicionismo, para expresar lo que la canción requiere, lanzarla por los aíres, susurrar a tu oído o convocar, de un golpe, un viento cálido, el filo de un cuchillo o ruido de caramelos, resulta mágico. Good toca el ud como un demonio y Basaldi es una violinista feroz.
Entre los tres operan el milagro de que abandones Brooklyn y hagas el camino inverso al de Elia Kazan en su película, e incluso más allá. A la segunda canción, casi sin darte cuenta, estás ya en Estambul, con paradas en Macedonia, Bulgaria y Grecia. Aunque suene tópico, o tonto, no conozco mejor forma de viajar que la música. En apenas doce horas he pasado de Salvador de Bahía a Leipzig pasando por Chicago y terminando en el Kurdistán. El ruido sonoro, que decía Baremboim, la mezcla de armonía, ritmo y melodía te lleva por todos los paisajes del mundo, y dialogas con muertos, y escuchas sus secretos, y al fin vuelves a casa deshecho y entero, mejor.
–28 de marzo
Tom Russell anuncia nuevo disco. “The Rose of roscrae: a ballad of the west”. Tercera y, creo, última entrega de su serie de discos conceptuales. Quienes han podido escucharlo hablan de folk opera. Lo sé, lo sé, el término asusta. Cada vez que un rockero quiso emular, por complejos o ambiciones, los modos y reglas del jazz o la clásica, cuando los guitarristas se pusieron estupendos y los trompetistas –a fuerza de sorber coca– creyeron que el formato de canción se les quedaba pequeño, entregaron obras y hasta estilos infumables, melopeas de gruesa digestión, arabescos ilegibles, fusiones macarras y solos como opiáceos mezclados con matarratas. Imagino que no es el caso. Las dos obras semejantes que preceden a esta en el corpus de Russell fueron magníficas. Y “Mesabi”, su último disco normal, o convencional, o como quieran llamarlo, es brutal.
Merece mucho la pena seguir a este hombre. Igual que a Joe Ely o John Hiatt. Grandes a la altura de los más grandes a los que a veces escamoteamos méritos por la estúpida superstición de que ventas y mérito artístico son sinónimos. No lo son ni de lejos. Ojo, tampoco antónimos, porque pensar así supone sacralizar la también absurda creencia de que sólo lo puro, lo maldito y desconocido merece aplausos. Sucede que a veces, eso sí, no nos enteramos de lo mucho y bueno que tenemos cerca, o lo apreciamos demasiado tarde.
–1 de abril
TMZ y «Rolling Stone» informan de que Joni Mitchell ha sido hospitalizada. Las primeras noticias fueron alarmantes. El comunicado de su mánager, demasiado escueto, tampoco tranquiliza. De sucintos comunicados de managers están las sepulturas llenas. A lo largo de los años Mitchell ha sufrido cantidad de enfermedades reales, y algunas que incluso parecen imaginarias. Ojalá esta pertenezca a las segundas y la altiva y originalísima diva se restablezca.
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