DISCOS
«Todas las canciones son un certero y punzante dardo a la yugular de los tobillos»
Amatria
Un disco
VANANA RECORDS, 2020
Texto: CÉSAR PRIETO.
El álbum que Joni Antequera, Amatria, ha titulado Un disco debiera llamarse Un baile. O mejor aún: El baile. Perdería entonces esa coherencia que le da que todas las canciones se inicien con el artículo indeterminado, pero ganaría en precisión léxica, porque todas las canciones son un certero y punzante dardo a la yugular de los tobillos, allí donde la sangre converge para no parar de bombear movimiento, si la música lo merece. Y vaya si lo merece. La inicial “Un fusilador” es un ataque puro de hedonismo desde el primer segundo y sirve de homenaje a la disco music, directa, clavándose a la perfección en las piernas. Hay bajos martilleantes, guitarras llenas de finura, coros en falsete. Con solo eso, se puede llenar una pista de baile.
Pero hay más estilos en el álbum. Desarrollos latinos sin ir más lejos. En estos desarrollos destacan “Un manantial”, acústica, con palmas y vientos. Todo el sabor latino que está pidiendo un tumbao que alargue la canción. O “Un amor”, la más cercana al mundo de los cantautores, también acústica y bailable, pero por parejas matemáticamente afinadas en el movimiento de los pies para trazar un bolero que poco a poco se va convirtiendo en dominio de la salsa. Con Delaporte y en “Un alud” lleva también la melodía a un balanceante toque acústico y envolventes esencias andinas, que últimamente los grupos españoles están descubriendo, una tradición hispanoamericana que se hace locura en “Un dragón”, que está tan cerca de Derribos Arias como de la cumbia.
Porque una tercera faceta es la que deriva de los sonidos más electrónicos de los ochenta. Tecno pop que se adentra en esos territorios sencillos y esponjosos y en el que rapea o se acerca a Objetivo Birmania en “Una advertencia”, al synth pop de manual en “Una ciudad” —sí, lo ha adivinado, todas las canciones comienzan en artículo indeterminado, como quitándoles prestancia— y a esa grandilocuencia de los primeros artefactos electrónicos que jugaban con la épica en “Un desconocido”.
Se completaría un buen epé de los clásicos, de los de cuatro canciones, con la juguetona “Una rápida”, homenaje a ese momento en que los sintetizadores descubrieron el pop, o al revés. Y homenaje a la voz sentimental y melódica de aquellos para los que la electrónica es romanticismo sería “Una voz”, con su final insistente y emocionante. Un final tan embriagador como todo un disco que está tan indeterminado en sus artículos como determinado en sus objetivos y sus resultados.
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