Un corazón demasiado grande, de Eider Rodríguez

Autor:

LIBROS

«En la estela que va de Chejov a Alice Munro, Rodríguez consigue que lo que se cuenta sea menos importante que el detalle revelador»

 

Eider Rodríguez
Un corazón demasiado grande
LITERATURA RANDOM HOUSE, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La mayor virtud de la prosa de Eider Rodríguez es que aparentemente tiene la sencillez de lo informal. Cuenta como contaríamos inconscientemente a un amigo. Y en literatura, si este estilo consigue emocionar, indudablemente hay gato encerrado. No en vano los relatos de Un corazón demasiado grande se llevaron —en su edición en euskera, claro— el premio Euskadi de hace un par de años. Esta traducción —de la propia autora— recoge el libro premiado y una selección de los mejores relatos de sus tres libros anteriores. Cotejados, salta a la vista una constatación: la precisión narrativa ha dado un salto espectacular; los seis relatos de su libro reciente mejoran en mucho la construcción de los anteriores, que a veces se pierden en su estructura. La escritora ha logrado con ellos que nada sobre ni falte, que haya tensión o sugerencia cuando se necesita. En la estela que va de Chejov a Alice Munro, Eider Rodríguez consigue que lo que se cuenta sea menos importante que el detalle revelador que impulsa un mar de sugerencias hacia el lector.

Es especialmente seductor el que da título al conjunto. Una mujer tiene que cuidar a su exmarido enfermo los últimos meses de su vida. La situación comienza siendo incómoda y humillante, pero pronto deviene en un cóctel de sentimientos en el que se mezclan la intimidad de las últimas brasas y el olvido: no recuerdan por qué se separaron. Y todo este cúmulo de sensaciones, sin explicitarlas nunca. No se necesita explicar nada para sentir el peso de vivir: simplemente se describe una escena, un momento.

También el segundo de los relatos —“Hierba recién cortada”— aborda sensaciones: el descuido, la incomodidad… en personajes que perciben el mundo con la distorsión de los pequeños deseos y frustraciones. También de las pequeñas felicidades, como en “El cumpleaños”, porque la felicidad en los cuentos de Eider Rodríguez siempre es pequeña, pero siempre es posible. A partir de aquí van pasando narradores en segunda persona, relatos que bordean lo fantástico, diarios íntimos en el que el lector observa cómo se va degradando una vida en los siete años en los que hay entradas, el pequeño infierno de las relaciones familiares…

No muy alejados de este mundo se encuentran los relatos de libros anteriores y a pesar de que su calado es menor, sí que hay algunos excepcionales. “La muela”, por ejemplo, uno de los cuentos más emotivos, sin que aparezca directamente ninguna emoción, o “El verano de Omar”, lleno de impulsos sexuales en que la autora domina el arte sutil y pervertido de la sugerencia. Así, hasta llegar a “Ceniza”, el que cierra el volumen, con una tensión que come el papel, las letras, entre la tranquilidad y el malestar. Todo está envuelto de sugerencias que saben reflejar perfectamente lo que todos sentimos, pero sin nombrarlo nunca.

Anterior crítica de libros: Lugares sin mapa, de Alastair Bonnet.

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