“Echo de menos más conciertos en bares. Hay que planificar demasiado los conciertos en salas y eso nos quita la oportunidad de ver a grupos que desfilen sin más, que es donde se crea la magia realmente”
Después de poner banda sonora a “Ignonauta”, de girar y de una temporada en Nueva York, Miren Iza y su banda publican un nuevo trabajo, “La calma chicha”. Un disco, el tercero, en el que ha experimentado también con sintetizadores y bases electrónicas.
Texto: WILMA LORENZO.
El arte no entiende de tiempos: sucede, no se provoca. Es consecuencia de la espontaneidad emocional de un artista y la búsqueda de distintos modos de expresión. El último álbum de Tulsa, “La calma chicha”, es precisamente eso: el resultado de la necesidad de Miren Iza de expresar a través de canciones su forma de percibir el mundo, sumado a la búsqueda de nuevos sonidos con los que recrear su propia emoción.
Tulsa continúa así hablando de relaciones, personas y sentimientos; pero esta vez sirviéndose de sintetizadores y bases electrónicas para vestir sus canciones, y con la calma como principal fuente de inspiración. Calma como concepto, no como medidor de tiempo. Miren Iza parece encontrarse satisfecha, segura y realizada, sin más ambición que la de seguir haciendo canciones y con la tranquilidad de quien ha tomado cada decisión de forma consciente y se ha rodeado de amigos como Carasueño o Charlie Bautista para dar rienda suelta a su creatividad.
“La calma chicha” (Gran Derby Records) es tu nuevo largo después de “Espera la pálida” (Subterfuge, 2010), y entre los dos elepés realizaste la banda sonora del cortometraje “Ignonauta” (Subterfuge, 2013). Sin embargo, los medios hablan de que por fin regresáis. ¿Por qué crees que se ha hecho tan larga la espera?
No sé si de verdad todos los medios lo han asumido como una sorpresa, o que en alguna nota de prensa inicial se dijo. Ya sabes cómo funcionan estas cosas… tienen vida infinita. Pero de todas formas los discos salen cuando están. Es así como funciona el arte y cualquier cosa que no tiene una rutina marcada. No se pueden acelerar los tiempos.
En todo caso, desde 2010 no has estado parada. Ha habido canciones.
Claro. Pero la unidad que cuenta sigue siendo el disco. Aunque saques un epé, este nunca tiene la misma repercusión. La gente no se cuestiona de dónde viene eso ni qué significa. El epé y el vídeo que hicimos nos llevó bastante trabajo, pero es verdad que no cuenta como unidad. Forma parte de un silencio extraño. De todas formas no puedes depender de la repercusión que puedas llegar a tener, porque si te paras a pensar en eso no haces nada. Yo volvería a hacer un epé si me apeteciera. En este caso no tenía sentido esperar a tener más canciones, esa era la duración exacta y por eso lo hice.
Además, un epé y un elepé son conceptos diferentes, como lo son un cortometraje y una película.
Exacto. A veces el epé se considera un artefacto residual que se utiliza para canciones sobrantes y ese tipo de cosas, lo que también está bien, ¿no? Es muy útil tener un formato en el que editar canciones que por un motivo u otro no tiene sentido incluir en un disco, Pero no siempre es así. En este caso no fue así y ni si quiera se editó en formato físico, tuvo una vida especial. La verdad es que es normal que no le llegara a nadie [risas], pero a nosotros nos llegó.
Pasado “Ignonauta” y tras tu experiencia residiendo en Nueva York, ¿cuándo decides que ya tienes canciones, un concepto y quieres grabar de nuevo un disco?
Más que un disco, lo que me apetecía mucho era empezar a grabar y cambiar mi sonido. Precisamente ese epé lo utilicé un poco de experimentación. Quería ir más allá desde el principio, y no en una producción posterior, que es como hicimos el otro. Cambiar los instrumentos y desde ahí investigar. Así fui acumulando canciones, pero también haciendo otras. Como la grabación del disco duró tanto me dio tiempo a pensar mucho las canciones que iban a ir en él, que a su vez fueron cambiando a lo largo del proceso.
¿No es peligroso que no exista limitación de tiempo?
Sí, sí. El mayor peligro era que no se acabara nunca. Había veces que parecía que eso iba a ocurrir, pero al final te lo tienes que quitar de encima. Me explico: para acabar algo tienes que llegar a su fin antes de que se convierta en una losa o en una carga. Siempre encontrábamos el modo de avanzar un poco más y estar más cerca de ese final. Cuando aparece el fantasma del final tienes que hacer un ejercicio, no de voluntad, pero sí de inyectarle más energía y empezar a concretar cosas. Si no, corres el riesgo de perderte en la nada.
Lo bueno fue que el proceso de creación fue in situ. ¿Es la primera vez que trabajas así?
Sí, todo se fue tejiendo allí, mientras que antes siempre había ido con las canciones completamente acabadas, llegando para grabarlas excepto algunos detalles que se decidían en el estudio. Esta forma de trabajar es, en parte, algo muy liberador.
Has afirmado que con “La calma chicha” has sido más consciente que nunca, pero que es a la vez el disco en el que más te has dejado llevar. ¿En qué sentido has tomado consciencia?
Una cosa es el producto entendido como cosa acabada y otra la actitud que tienes tú ante las cosas. Mi actitud en ese sentido ha sido mucho más consciente. El hecho de dilatarte tanto en el tiempo te hace que estés más con ello en la cabeza, igual que la elección de los músicos también ha sido más consciente. Son miles de detalles: diseñar la portada, hablar con la persona adecuada, el sello… Todas las elecciones han sido tomadas sabiendo lo que estaba haciendo, porque realmente quería hacerlo así. Pero no el porqué: muchas veces no sabes por qué haces lo que haces; pero sí siendo consciente de qué pasitos iba dando. Ni si quiera perseguía un objetivo, sino el mero placer de ser más consciente. Ha sido un disco muy feliz.
¿Qué ha causado esa necesidad de querer controlar más cada paso? ¿La experiencia, quizá?
No lo sé. Yo creo que viene del descanso que he tenido, desaparecer del mundo y pensar cómo he hecho las cosas. Me di cuenta de que muchas cosas las había hecho sin pensar demasiado. Dedicaba mucho esfuerzo a escribir una canción, eso sí, pero una vez que eso culminaba todo lo demás me arrollaba… No me enteraba. Era como una cosa muy, muy grande, no de éxito, sino algo que me superaba. No le dedicaba, quizá, la atención suficiente.
Los viajes suelen resultar especialmente inspiradores para un compositor y en tu caso te marchaste a vivir a Nueva York, una ciudad de personalidad fuerte. ¿Crees que ha influido tu experiencia allí?
Seguramente sí. Es inevitable. Nueva York te hace sentir absolutamente insignificante. Es una mole que te devora todos los días. Me acuerdo que Christina [Rosenvinge] me mandó un email estando allí después de que le dijese que la ciudad era muy rara y que estaba desubicada. Ella me dijo: “Si sobrevives a Nueva York podrás sobrevivir a todo”.
¡Y has sobrevivido!
Bueno, no… me volví [risas]. Pero sí, sobreviví. Nueva York tiene eso: que te hace sentir muy pequeño y consigue que quites peso a muchas cosas que antes tenían más importancia. Esa actitud más espontánea y más despreocupada es contagiosa. Aquí a veces tenemos una gravedad que nos bloquea o nos paraliza. Allí son más de ir haciendo.
Vaya, esperaba que me dijeras que es un lugar muy competitivo.
Yo creo que depende del ámbito en el que estés y cómo te sitúes tú frente a todo eso. Yo enseguida me di cuenta de que mi experiencia allí sería pasajera. Cuando me fui no sabía si iba a volver, pero relativamente pronto me di cuenta de que no era un sitio para mí. Eso hace que todo sea mucho más ligero y no te plantees exigencias.
A pesar del viaje, el tiempo o las referencias a la ciudad de Nueva York, lo cierto es que en “La calma chicha” sigues siendo tú hablando de la relación entre dos personas.
Sigo hablando de lo mismo, qué pesada [risas]. Siento que todavía no he encontrado esa escritura realmente mía. Son intentos de llegar a ella y sé que las canciones que voy acabando no son como ese ideal mío de canción: más narrativo, con más recovecos, que se aleje de esa experiencia tan directa del tú y yo.
¿Sientes este disco como algo arriesgado, o como dice en la nota de prensa: “un triple salto mortal”?
No, obviamente no. Pero sí en la utilización de las bases y sintetizadores. En cómo cojo la guitarra y me enfrento a una canción sigo siendo exactamente igual. Siempre buscando esa canción que no alcanzas.
Mejor que no sea alcanzada.
Claro, si llegas a ella dejas de escribir y te echas a dormir [risas].
¿Por qué te interesaste en la utilización de sintetizadores y bases electrónicas?
Por búsqueda, pensando en otras herramientas con las que vestir las canciones de siempre. Tenía mucha curiosidad por ver cómo esa nueva textura influía en el carácter general de las canciones. Y creo que sí ha influido, que la influencia ha sido bidireccional. También gracias a lo que te decía: teníamos mucho tiempo entre canción y canción. Todo eso que se va generando, toda esa red de nuevos sonidos, iba contaminado la escritura de las siguientes canciones.
¿Cómo se ha reflejado en los temas?
Ha influido quitándole un poquito de hierro. Yo tenía la necesidad de salir de la espiral de “Espera la pálida”, un disco del que estoy muy orgullosa y muy contenta por cómo fue y cómo lo grabamos, pero en el que yo ya no me reconocía. Es un disco muy triste y yo quería dar un golpe en la mesa y demostrarme a mí misma que podía salir de ahí. Y esa forma de vestir a las canciones ha influido en la propia escritura. Estoy segura de que una batería y bajo clásico habría llevado por otro lugar las letras.
¿Qué opinas cada vez que alguien dice que Tulsa “explica en sus canciones lo que yo siento”? ¿Dónde crees que reside esa capacidad de identificación con tu público?
Somos todos muy parecidos y cuando escuchamos música tenemos muchas ganas de sentirnos atrapados. Es una suma de uno que dice una verdad y otro que quiere que su verdad sea dicha, una comunión de deseos que se encuentran. También la voz humana tiene esa cosa de transmitir más allá que cualquier instrumento. Esa cercanía es más inmediata.
‘Gente común’ quizá sea el tema que más se sale de la norma. ¿Dónde tiene su origen?
El origen de este tema fue imaginarme a gente haciendo cosas en un río. Luego, cuando llegué a Madrid, estaba todo el tema en ebullición –vivo cerca de la Plaza Mayor– y muchos días me encontraba manifestaciones y me recordaron a ese río. Pensé mucho si meterla o no, porque además había resultado ser una canción casi de baile y querían sacarla de single, pero en realidad el disco no es ‘Gente común’, y me parecía un poco fraude convertirla en single. Aún así, quise que estuviera por explicar otra de las experiencias que me afectan.
La letra de ‘Los amantes del puente’ comienza: “Es 20 de enero, un día de esos oscuros”. Oficialmente, el lanzamiento de “La calma chicha” estaba previsto para el 20 de enero, ¿casualidad?
Bueno, al final salió el 19. Pero coincidió con el «blue monday» este… Y yo decía: “qué casualidad, tengo que sacar el disco el día más triste del año” [risas]. Quiero hacer el disco alegre y lo saco el día más triste. Fue una bonita casualidad.
¿Eres consciente de las expectativas que se han generado en torno a este álbum?
A mí solo me apetecía mucho juntarme para grabar y tocar, porque allí en Nueva York no tenía ninguna red de amigos músicos, aunque sí toqué con gente. Pero expectativas… Yo creo que no las sentía demasiado. Es más, ha pasado mucho tiempo y no sabía cómo iba a reaccionar el público. Era sacarlo “a ver qué pasa”. Y seguimos así, en realidad. La idea es ir haciendo cada cosa que va saliendo y que nos interesa… Planes a corto plazo y medio. Por ejemplo, ahora vamos a sacar otra cosa: hemos hecho la banda sonora de la película de Jonás Trueba y también saldrá editada. De repente, de cinco años sin nada a dos discos en este año [risas].
¿Has notado algún cambio en la industria musical a tu vuelta?
Sí, sí que lo he notado. Me lo iban avisando muchos, que me decían que no volviera, pero creo que el discurso del susto ya se ha calmado. La gente se ha adaptado rápidamente a los medios que hay, que son mucho menos que antes. Luego, lo que sí que veo es que no hay conciertos. Echo de menos más conciertos en bares. Hay que planificar demasiado los conciertos en salas y eso nos quita la oportunidad de ver a grupos que desfilen sin más, que es donde se crea la magia realmente. Pero la gente sigue haciendo sus cosas a pesar de esta adaptación.
Para terminar, ¿cómo definirías la filosofía de este tu último trabajo?
La calma. Es lo más importante y en todos los aspectos. Cuando te entregas a la calma te suceden cosas maravillosas. Si estás en una especie de rabieta no ves más allá. Hay que parar y entonces surgen cosas nuevas. También están la diversión y la amistad. Es así de tópico en el fondo, pero hacer este disco ha sido como jugar con los amigos.