“Triplicate”, de Bob Dylan

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DISCOS

“Nada más dylanesco que abrazar el núcleo duro de las canciones clásicas estadounidenses previas a la irrupción del rock and roll”

 

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“Triplicate”
Bob Dylan
SONY

 

Texto: JULIO VALDEÓN.

 

Al principio parecía una broma. ¿Cómo? ¿Qué Bob Dylan versionea los “standards” que él mismo ayudó a enterrar? Pues sí. Nada más dylanesco que abrazar el núcleo duro de las canciones clásicas estadounidenses previas a la irrupción del rock and roll. Con “Triplicate”, ración triple, suponemos que cierra la serie de discos que arrancó en 2015 con el inesperado y estupendo “Shadows in the night”. Insisto en la deliciosa perversidad. El repertorio que aquí suena, conocido en versiones de Sinatra, Billie Holiday y otros excelsos vocalistas, fue liquidado por, entre otras cosas, la irrupción de Dylan en los años sesenta. Un meteoro que bebía del blues y el country, de las baladas isabelinas y la tradición irlandesa, y sobre todo que escribía sus propias canciones. Triunfaba así el modelo del cantautor airado, y empapado de canción popular, frente al intérprete de un material ajeno tan suntuoso como acaramelado. ¿Y entonces? ¿Qué sentido tiene ponerse a cantar ahora ‘Stardust’ o ‘Sentimental journey’? Bueno. Dylan creció con estas canciones. Sonaban en la radio familiar, en aquellos inviernos caníbales de Minnesota, junto a la Carter Family y Hank Williams. Forman parte de su disco duro. En segundo lugar porque, lejos de limitarse a reproducir de forma cansina las viejas orquestaciones, las ha reimaginado a partir de unos arreglos espartanos, secos. Entre eso y que todavía sigue siendo un genio del fraseo, la cosa funciona.

No cantará como Sinatra, pero esa es precisamente la gracia, y lo que hace que estos discos sean mucho más interesantes que las calculadas jugadas comerciales de Rod Stewart y otros. Ordenados en tres unidades de duración muy medida, apenas 32 minutos cada uno, las rodajas de “Triplicate” funcionan como un tríptico perfectamente estructurado. Aquí hay planteamiento, nudo y desenlace. Conviene llegar al tercer disco, y escucharlos seguidos para aprehender las intenciones de un intérprete que puede vanagloriarse de ser el mejor guionista, claro, pero también un actor formidable. Capaz de transmitir mil y una sensaciones a partir de unas letras en las antípodas de las que él escribe. De fondo, una intuición ya apuntada por otros cronistas. A saber. Puestos a quedar en la historia qué mejor que abrazar el último jalón de música estadounidense que le quedaba por fagocitar. Sea cual sea el género o la modalidad de canción que veneren las futuras generaciones, Bob ya estuvo allí. Además, ja, el letrista laureado va y publica, la misma semana en la que recibe el Nobel de Literatura, tres discos donde no firma una coma. Admira que todavía sepa cómo provocar el estupor de los fieles, a una edad en la que hace tiempo que las canciones ya no se le caen de los bolsillos, y todavía más el magnetismo de sus (pen)últimas acrobacias. Un Dylan menor, pero también jugoso.

Anterior crítica de discos: “Los Deltonos”, de Los Deltonos.

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