DISCOS
«Pocos grupos se mueven con tanta soltura, y sin fronteras, entre el pop, el rock y el indie como Sidecars»
Sidecars
Trece
WARNER, 2022
Texto: JAGOBA ESTÉBANEZ.
Unas experiencias personales en torno al número trece, y el hecho de desafiar a la mala suerte a través de su cardinal predilecto, dan título al nuevo álbum de los madrileños Sidecars, el séptimo de su carrera. Grabado en el mítico estudio catalán La Casamurada y producido de nuevo por Nigel Wilker, en compañía del propio Juancho (voz, compositor y guitarra de la banda), está alcanzando las posiciones más altas en la venta de discos del país.
Todo un éxito en pleno apogeo de una banda que lo está logrando, sin apenas haber variado su fórmula en los dieciséis años que los avalan, confiando en que el tiempo haga justicia y gestando su propio camino de manera escalonada: desde modestos bolos en bares ante decenas de personas, hasta tocar en el Wizink Center durante esta nueva gira. «Tendré que esperar, yo no pienso hacer el trabajo del tiempo, luchar contra el tiempo», escribió Jean Eustache para la cinta La mamá y la puta.
La nueva propuesta musical de los de la Alameda de Osuna es pop rock canalla soportado por una producción excelsa, con arreglos muy cuidados, que alcanza en este ámbito su punto álgido. Letras urbanitas de temática mundana, cuyas historias son adoptadas de manera urgente por los oyentes como propias. Pero si algo caracteriza el estilo de la banda, es la característica voz de Juancho, con sabor a miel, limón y nicotina. Tan bella e inusual que, en una primera escucha, puede incluso resultar histriónica.
La encargada de abrir el repertorio es “El pasaje del terror” donde, a modo de fade-in, una guitarra brillante, seguida de unas tímidas baquetas, nos meten en una pugna con la realidad y la aceptación, optando al desconocimiento por encima de ambos para explotar en la segunda mitad al son de violines y teclados. Estragos de la pandemia. Lo que inicialmente recuerda a “Soldadito marinero”, de Fito & Fitipaldis, es “180 grados”, acertado tema que incita a dar un giro a la rutina, como lo hacía Sean Penn en U-Turn, a bordo de su Ford Mustang en un desierto de Arizona. Agudos y reconfortantes pre estribillos enfatizando las íes, además de una pegadiza estrofa: «Pero no hay nadie al volante/no hay nadie que domine mis nervios…», precede a un tarareo final que, sin duda, será coreado por el público en los directos.
Bajan ligeramente las revoluciones y gana protagonismo el piano en “Caballos salvajes”, pieza sobre el apego y el miedo a dejar de ser correspondido, con un notable pasaje que suena a slide guitar. Con permiso de Leiva y de Pereza, pocos grupos se mueven con tanta soltura, y sin fronteras, entre el pop, el rock y el indie como Sidecars, y claro ejemplo de dicho mapa sonoro son estas tres pistas iniciales.
Turno para teclados psicodélicos y riffs enérgicos con “Atrapado en el tiempo”, que no Groundhog day. Tema ochentero con poso mod, al más puro estilo “Baba O’Riley”, y atisbos de Alan Parsons Project; bizarro cóctel si, además, se le añade un estribillo que evoca a Andrés Calamaro o a Charly García. El resultado final funciona y deja con muy buen sabor de boca, para dar paso a una de las mejores canciones del elepé: “Modo avión”, el paradigma de pop cargado de un sinfín de instrumentos y exquisitos arreglos, con potentes melodías y afiladas guitarras eléctricas, que huele a éxito: «Hay una grieta en el cristal como un arañazo / y el mundo a punto de reventar en mil pedazos». Recuerden esos versos.
“Precipicios” es un amago de vals que suena a norte, a las canciones frías y nostálgicas del Dylan de los noventa e inicios de siglo, para volver a pisar el acelerador con “Ruido de la calle”, rock apremiante y festivo que huele a nacional, con guitarras seductoras a lo Igor Paskual sobre una batería muy marcada. Sigue “Trece”, un medio tiempo con distorsión en las cuerdas apuntando a la urgencia de vivir el presente, a pesar de estar copado de miedos y percepciones sugestionadas; un asunto recurrente a lo largo del álbum.
“Filomena” es una oda al amor fresco y renovado, tema con el nombre del temporal que azuzó la capital de España, culminando con tambores a modo de plegarias como si de una procesión a la virgen del anhelo se tratara. A lo beat’em up, “El monstruo final” es la canción más indie del repertorio, con arreglos que suenan a La Casa Azul y un buen ejemplo de las mágicas frases que salen de las entrañas de Juancho: «Y me entran ganas de empaparnos en químicos, hasta que hagamos patinar los neumáticos». Pone el broche final la rápida y machacona “Volando en círculos”, joya en la que unas rasgadas guitarras eléctricas preceden al estribillo donde predominan los teclados. Corte que perfectamente podría encajar en los últimos álbumes de Deluxe.
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