Trail of flowers, de Sierra Ferrell

Autor:

DISCOS

«La artista de Virginia Occidental renueva la tradición norteamericana con un disco de espíritu folk que envuelve sueños y frustraciones»

 

Sierra Ferrell
Trail of flowers
ROUNDER RECORDS, 2024

 

Texto: MARÍA CANET.

 

La música de raíces norteamericana es un sendero infinito. Bien lo sabe Sierra Ferrell, uno de los nombres más destacados que ha dado el género en los últimos años. De alma nómada (se curtió como música callejera mientras vivía en una autocaravana), Ferrell es una de las artistas que ha liderado una revolución en la música norteamericana junto a nombres como Margo Price, Nikki Lane o Brandi Carlile, que abogan por una renovación de la tradición en lo melódico, pero también en el mensaje al incitar a la acción y a la toma de poder femenino. Tras autoeditar dos sus dos primeros trabajos (no disponibles en plataformas), su particular querencia por los sonidos callejeros y la tradición (bluegrass, folk, swing) quedó plasmada en Long time coming (Rounder Records, 2021), y se reafirma ahora con Trail of flowers (Rounder Records, 2024), su último disco. Artistas consagrados como Dan Auerbach o RayLaMontagne no han escapado al talento de la joven, al colaborar con ella recientemente.

El camino arranca con un murmullo lejano que llega a través de un gramófono y traslada al oyente a tiempos pasados antes de encontrarse con un perfecto hit folk a lo Dolly Parton, “American dreaming”. El tema que abre el elepé concentra las alegrías y los sinsabores de la vida errante del artista: despertares en moteles de carreteras, añoranza, pérdida de vínculos como el precio a pagar por cumplir ese sueño americano. La percusión imita el recorrido de un tren que se aleja de la anhelada estabilidad, mientras el banjo entra en bucle, como la mente, para dar paso a un crescendo que aúna sacrificios y esperanzas. “Dollar bill bar”, es un medio tiempo que trata de convertir el dolor en orgullo; las guitarras y la armónica llevan a un honky tonk de carretera, lugar idóneo para tratar de cerrar la herida que deja el desamor con una Sierra Ferrell que despliega su poderío vocal al emular a las cantantes de jazz de los años veinte, con una voz por momentos compungida.

Los violines endiablados de “Fox hunt” remiten a los Apalaches, una cacería a caballo por verdes praderas o el olor a madera y musgo del bosque,con un estribillo salvajemente aullado y un banjo que enciende la hoguera nocturna. Cortes como “I could drive you crazy” rezuma aroma a taberna irlandesa y a hierba gracias a los coros, o “I’ll come off the mountain”, animado folk de las montañas arropado de nuevo por el fiddle, inciden en la tradición bluegrass. La mandolina, las armonías vocales y el tímido son cubano de la melodía acompañan a las tradicionales cuerdas en “Lighthouse”, cuyo frágil tintineo deja escapar los deseos: «¿puedes ser el faro para mi alma? / ¿puedes ser aquel al que ame tanto?». La artista versiona un clásico de la música de raíces; “Chittlin’ cookin’ time in cheatham county” con reminiscencia jazzística y una armónica blues mientras juega con las palabras y los sonidos e incorpora polvorientos riffs de guitarras.

La vulnerabilidad asoma en “Wish you well”, bella balada folk impregnada de melancolía, donde Ferrell explora su registro más agudo al cantar. Los reproches dejan paso al perdón, al mismo tiempo que los dedos se deslizan por los trastes para repetir una coda de acordes tan bella como dolorosa y el violín se incorpora para apretar, como ese nudo en el estómago fruto de la tristeza y de los recuerdos. El soplo de aire melódico llega con “Money train”, donde destacan las guitarras galopantes y un sutil pedal steel, mientras “Why haven’t you loved me yet” conforma el tema más desenfadado del elepé; un romance a orillas de la playa entre la desidia de las guitarras hawaianas y los coros edulcorados, puro doowop de los cincuenta.

No falta el componente misterioso gracias a “Rosemary”, retrato sombrío de una bruja oculta en los bosques, rasgado a golpe de crujientes arpegios que crean laberintos sonoros que remiten a las calles de Nueva Orleans. La frontera entre bluegrass y folk vuelve a desdibujarse en “No letter”, sincero final donde la artista admite, «he estado sola, he estado triste», como confesión a los pies del fuego nocturno.

A los flancos de ese sendero infinito, crecen flores que emanan de distintas raíces. Flores que Ferrell recoge para crear un ramo sonoro a base folk, bluegrass, soul, surf e incluso pop, atados bajo el cordel de la tradición que desprende un aroma fresco, renovado. Aún queda camino por hacer.

Anterior crítica de discos: Funeral for justice, de Mdou Moctar.

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