Tony Bennett (1926-2023), el genuino crooner

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«Un tipo con un gusto exquisito para embellecer cualquier buena melodía, un vocalista elegante y comedido. Un crooner en toda regla: como en las viejas películas de cine negro».

Ayer, 21 de julio, Tony Bennett fallecía en su ciudad natal, Nueva York, a los 96 años. Hoy, Luis Lapuente le rinde homenaje repasando algunos de los pasos más importantes de su carrera y su legado.

 

Texto: LUIS LAPUENTE.

 

El crítico de jazz Leonard Feather se entrevistó con Miles Davis en 1968 para someterle a uno de sus famosos blinfold tests, en los que el entrevistado tenía que dar su opinión sobre un ramillete de canciones que se le hacían escuchar sin saber nada sobre ellas, ni siquiera quién las interpretaba. Mientras hablaba con Leonard Feather, Miles mostró su adoración por las dulces armonías de pop psicodélico creadas por Jimmy Webb para The Fifth Dimension, mientras le enseñaba a su interlocutor decenas de discos que tenía desparramados por su habitación y que escuchaba a todas horas. Nada de jazz: clásicos del pop y el soul de la época, como The Byrds, Dionne Warwick, Aretha Franklin, James Brown o Tony Bennett.

Anthony Dominick Benedetto nació el 3 de agosto de 1926 en Nueva York, hijo de un comerciante de ultramarinos y una costurera. Desde muy pequeño se sintió atraído por el mundillo de la música, una de las pocas actividades que un negro (en el sur profundo) o un italoamericano (en Nueva York o Nueva Jersey) podían ensayar para escapar de la pobreza. Funcionó, y a la vuelta de la Segunda Guerra Mundial, donde el joven Benedetto combatió en Europa, fue apadrinado por Bob Hope, que le americanizó el nombre y le dio la alternativa como cantante de variedades, lo que allí llamaban crooner.

Bajo el padrinazgo del productor Mitch Miller, fichó por Columbia, hizo caso a la recomendación de alejarse del modelo acuñado (y sublimado) por Sinatra, y se ganó una sólida reputación como intérprete de baladas para todos los públicos, con un pie en el country tradicional y otro en el jazz y Tin Pan Alley. Un tipo con un gusto exquisito para embellecer cualquier buena melodía, un vocalista elegante y comedido. Un crooner en toda regla: como en las viejas películas de cine negro, la figura del crooner es un arquetipo recurrente en el paisaje del pop, una meta para muchos aspirantes a estrellas que buscan su modelo en la figura de Frank Sinatra y de los grandes intérpretes after hours de la historia, desde Nat King Cole y Hoagy Carmichael hasta Ella Fitzgerald y Dinah Washington.

Y en esas estaba cuando, en 1962, Tony Bennett triunfó en un memorable concierto en el Carnegie Hall y grabó la canción que señalaría su canon (“I left my heart in San Francisco”), una pieza sobrenatural luego inmortalizada también por Bobby Womack. Luego, probó suerte en el cine, pero no funcionó. Y fue deslizándose por la misma pendiente que despeñó a quienes no supieron reconocer a tiempo la revolución que cambiaría los parámetros de la música popular, acaudillada por los Beatles, Motown y Bob Dylan.

Con el tiempo, después de haber dado con sus huesos en los casinos de Las Vegas como cualquier vieja gloria sin futuro, Tony Bennett aprendió a trascender su destino, a impregnar con su talento cualquier repertorio, a encarnarse en el modelo del que le habían alejado Mitch Miller, Percy Faith y otros falsos profetas de las tradiciones. Aprendió a reencarnarse en el modelo de cantor de jazz enarbolado una y otra vez por Frank Sinatra y empezó a encontrase con la gloria justo cuando Sinatra empezaba a despedirse de esta vida. Esta vez, no iba a dejar que se escapase su tren. En 1994, Tony Bennett grabó un extraordinario Unplugged con Elvis Costello y k.d. lang; en 1999 compartió cartel en el festival de Glastonbury con los Red Hot Chili Peppers y enseguida se hizo un hueco de excepción en el universo del pop, como el más moderno de los crooners, uno de los intérpretes clásicos más respetados por jóvenes y no tan jóvenes de final del siglo veinte.

Bennett ya había firmado un soberbio trabajo con el pianista Bill Evans (cuyo piano, sí, cantaba, y de qué manera), titulado The Tony Bennett/Bill Evans album (1975), y quién sabe si entusiasmado con aquel modelo, se especializó en firmar discos de duetos espectaculares, como el espléndido Playin’ with my friends: Bennett sings the blues (2001), donde le acompañaron, entre otros, StevieWonder, Diana Krall, Ray Charles y B.B. King; el conmovedor A wonderful world (2002), un hermoso homenaje al cancionero de Louis Armstrong, coprotagonizado por la canadiense k.d. lang; o el notable Duets-Anamerican classic(2006), con Elton John (“Rags to riches”), Sting, John Legend, Michael Bublé,  Bono, Stevie Wonder, Paul McCartney, Diana Krall, Juanes (sí, Juanes, cantando “The shadow of your smile”), Barbra Streisand o Elvis Costello.

Dijo Scott Yanov en un estupendo libro sobre cantantes de jazz (The jazz singers: The ultimate guide) que hay canciones que deberían dejar de interpretarse de puro desgastadas que están por el uso y el abuso. Pues no, erre que erre, ahí van a beber siempre aquellos vocalistas con ansias de abrillantar su currículo, y mejor si se arriman a un grande del género. Y ahí fue Lady Gaga en 2014, cuando se emparejó con Bennett en una primorosa revisión del clásico “Cheek  to cheek” (incluida en el álbum de duetos homónimo) y repitió suerte en 2021, grabando con su admirado amigo Tony, ya diagnosticado de Alzheimer, un último disco titulado Love for sale, que fue, al fin, el testamento artístico de aquel hombre que ya todos sabíamos que encarnaba el modelo del genuino crooner.

Instalado en el pináculo de su gloria artística y de su reconocimiento comercial, Tony Bennett murió en su domicilio de Nueva York el 21 de julio de 2023.

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