Tonky, de Lonnie Holley

Autor:

DISCOS

«Renueva su apuesta por su personal mezcla de blues, soul jazz, hip hop, funk y afrobeat, a menudo con letras recitadas más que cantadas»

 

Lonnie Holley
Tonky
JAGAGUWAR / POPSTOCK!, 2025

 

Texto: XAVIER VALIÑO.

 

Lonnie Holley es algo así como un outsider, un artista sin reconocimiento masivo que debutó como músico a los 62 años. Antes de eso, su fama se basaba principalmente en su actividad como escultor autodidacta, trabajando con materiales encontrados. Su agitada vida (nacido en 1950 en un Alabama racista, en una familia de veintisiete hijos, cambiado por una botella de whisky a los cuatro años, trabajos en el sector del algodón y en turnos de noche, declarado muerto por parálisis muerte cerebral, padre de quince hijos) suena como una fuente infinita de inspiración, aunque todo parece ser que fue ideado por él mismo.

Su nuevo y séptimo disco —uno lo firmaba a medias con Matthew E. White— renueva su apuesta por su personal mezcla de blues, soul jazz, hip hop, funk y afrobeat, a menudo con letras recitadas más que cantadas. No es este un álbum adocenado o hecho para ser degustado en estos tiempos de discos con el sonido al máximo y ganchos en los primeros segundos. Por el contrario, Tonky suena tan crudo que parece como si hubiera teletransportado al oyente a la fuente primigenia de la música, como asistir al nacimiento de un género que habita solo él.

Holley no se ciñe a un único patrón en Tonky, un título que lleva el nombre del apodo que le pusieron en un bar de honky-tonk cuando era niño. A veces opta por la calma (“Strength of a song”) o brinda melodías bellas y vulnerables, como en “Did I do enough?”, junto a Jesca Hoop, o en “Life”, adornada con la arpa de Mary Lattimore. En otras se deja llevar por el blues retorcido (“Kings in the jungle”) o el krautrock futurista (“Slaves in the field”), recordando el dolor que todavía evocan los tiempos de la esclavitud). A sus 75 años, este sacerdote del alma sigue siendo un espíritu puro, libre e inimitable, que exige atención y no hace concesiones, exactamente como los verdaderos artistas. No tiene nada que perder.

Anterior crítica de disco: A.O.E.I.U., de Florence Adooni.

Artículos relacionados