“Lo suyo era componer canciones y tocarlas en directo, sin apelar a la épica de clase trabajadora ni a los estereotipos del rock and roll way of life”
Horas después de confirmarse la muerte de Tom Petty, Carlos Pérez de Ziriza reflexiona sobre la figura del líder de los Hearbreakers.
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Nunca gozó del arrollador carisma de otros músicos canónicos de la música popular del siglo XX, ni cultivó un perfil público propenso a las resonancias míticas, pero no por ello Tom Petty (Gainsville, Florida, 1950) dejó de encarnar algunos de los valores más acendrados de la escritura rock. Lo suyo era componer canciones y tocarlas en directo, sin apelar a la épica de clase trabajadora ni a los estereotipos del rock and roll way of life. Algunas de ellas, como las eternas ‘American girl’ o ‘Free fallin’’ (seguramente las que coronan sus dos mejores fases creativas), abrigaban estupendos relatos en torno al recurrente sueño americano. El mismo que él había protagonizado muy joven, a su manera, cuando decidió romper amarras con su Florida natal para marcharse a la costa Oeste a buscar fortuna, abandonando a esa chica adorable que estaba ‘loca por Elvis’. Sus canciones, su música, esencialmente, eran lo que sustentaba su culto. No su perfil público. Ni siquiera sus excesos con las drogas durante buena parte de los 90 trascendieron hasta que fueron revelados, mucho tiempo después, en la biografía ‘Petty: the biography’ (Henry Holt and Co, 2015), escrita por Warren Zanes, ex guitarrista de The Del Fuegos.
Tom Petty era un músico reverenciado, que nunca pisó España en más de cuarenta años de carrera. Decenas –quizá cientos– de seguidores estaban dispuestos a agenciarse un avión para volar hasta Londres y poder verle en directo, al menos una vez en la vida. Ocurrió en julio pasado, con aquel concierto en Hyde Park. Hace solo unas horas que fue encontrado inconsciente en su casa, víctima de un ataque al corazón, sin tiempo para terminar esa gira que celebraba el 40 aniversario de su primera reunión con los Heartbreakers, la banda formada por el guitarrista Mike Campbell, el teclista Benmont Tench, el bajista Ron Blair y el batería Stan Lynch. Serían sus fieles compañeros de viaje a lo largo de la mayor parte de su carrera (con algunas idas y venidas de personal, como el ingreso del bajista Howie Epstein, fallecido en 2003), incluso en discos en cuya portada no estaban acreditados.
Resumir con carácter de urgencia una carrera tan vasta y proteica como la suya es un empeño tan inabarcable como redundante, en un momento en el que brotan obituarios como setas, pero quizá valga la pena trazar un recorrido que empiece partiendo de las muchas alianzas que gestó con músicos afines o con productores de fuste. Su trabajo junto al tantas veces discutido Jeff Lynne, por ejemplo, concretó la espléndida secuencia de su resurrección creativa y comercial de finales de los ochenta y principios de los noventa: álbumes como – sobre todo – “Full moon fever” (1989) e “Into the great wide open” (1991) se vendieron como rosquillas.
A Lynne le tomó el relevo Rick Rubin, empresario y productor capaz de convertir en oro todo lo que toca, con lo que aquella etapa de bonanza tuvo continuidad desde un prisma más esencialista, en el sobresaliente “Wildflowers” (1994) y en la banda sonora original de la película “She’s the one” (1996), compuesta por descartes de aquellas sesiones. El preludio a aquel repunte había sido su participación en The Traveling Wilburys, la entente junto a Bob Dylan, George Harrison, Jeff Lynne y Roy Orbison, que deparó un “Traveling Wilburys Vol. 1” (1988) y un “Traveling Wilburys Vol. 3” (1990). Más discutibles fueron los injertos sintéticos con los que Dave Stewart había apuntalado “Southern accents” (1985).
El cualquier caso, para entonces Tom Petty ya era prácticamente leyenda. Los culpables fueron sus trabajos de la segunda mitad de los setenta, que tuvieron además la virtud de proyectar su sombra en varias direcciones: marcando el sendero que guiaría a algunos adalides del incipiente power pop (su sintonía compartida con Dwight Twilley expresaba algo más que amistad), funcionando como excepcional émbolo creativo para no resultar – ni mucho menos – un cuerpo extraño en medio de la efervescencia new wave del momento, y delimitando el ancho de vía por el que iban a discurrir los discursos de gran parte de los cantautores rock de los ochenta y noventa. Discos como “Tom Petty & The Heartbreakers” (1976), “You’re gonna get it” (1978) o “Damn The Torpedoes” (1979) así lo atestiguan.
Sin reeditar tales cotas pero tirando de oficio, sin apenas altibajos ni desvíos de su libro de estilo, el Tom Petty del siglo XXI nos había dejado discos tan estimables como “Highway companion” (2006), “Mojo” (2010) o “Hypnotic eye” (2014). Y unos directos antológicos, que quitaban el hipo (si hemos de creer a quienes tuvieron la suerte), y que – desgraciadamente – ya no tendrán continuidad.