COMBUSTIONES
«Desde el principio de la tradición folk, los autores ya recogen los hallazgos de otros para añadirlos a sus propias obras»
A propósito de la polémica en torno a Mariah Carey por el supuesto plagio de su archiconocido “All I want for Christmas is you”, Julio Valdeón replantea el dilema sobre las influencias que los músicos toman de otros. ¿Cuestión de tradición o algo evitable?
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Anda Mariah Carey paseada en los medios por una acusación de plagio. La cantante cursi, insufrible, insospechadamente redimida en alguna película (Precious), aunque no lo suficiente como para comprarnos un disco suyo, ha sido acusada de plagio por un compositor de Nueva Orleans, Andy Stone. Por lo visto firmó, en 1989, una canción, “All I want for Christmas is you”, de idéntico título al pelotazo de Mariah de 1994. Stone pide una indemnización de veinte millones de dólares.
La historia de la música se desvanece como humo si descartamos las copias, reales o inventadas, voluntarias o casuales, los homenajes, los guiños, los traspasos y trasvases, los calcos, los homenajes más o menos velados, los fusilamientos y los saqueos. Desde el principio de la tradición folk, los autores ya recogen los hallazgos de otros para añadirlos a sus propias obras. La Carter Family, que absorbe la tradición de los Apalaches, irriga el cancionero de Woody Guthrie, mientras que uno de sus discípulos, Bob Dylan, sostiene que antes de componer hace gárgaras mentales con las composiciones de AP, Sara y Maybelle. Cuando le preguntaron en Rolling Stone por el particular, respondió airado. Sabe quiénes lo acusan de plagiario: «Las mismas personas que trataron de ponerme el nombre de Judas. Judas, ¡el nombre más odiado de la historia! Si crees que alguna vez te han llamado algo malo, imagínate eso. ¿Y por qué? ¿Por tocar una guitarra eléctrica?».
Pero una cosa es que tenga razón el profesor Sean Wilentz, de Princeton, que tanto y tan brillante ha escrito sobre el monstruo de Duluth, cuando razona que no tiene sentido pasear a Dylan por imbricar a Safo o a Melville en su imaginería blues y country, y otra, muy distinta, que algunos de los músicos a los que alguna vez cogió prestado, generalmente viejos bluesmen, no hubieran agradecido una mención o, mejor, un pellizco de sus opíparos royalties.
Los poetas románticos celebraban la originalidad. Pero como observó el clásico, «toda palabra es un eco y toda idea un plagio». O por decirlo con Eugenio d’Ors: «Lo que no es tradición es plagio». Antes que nosotros, borrachos de ego, pensaron o cantaron lo mismo nuestros abuelos. Lejos de copiar, a la manera de un monje desparramado sobre los códices, el caníbal Picasso ensayó una solución: entrar hasta la garganta, robar y asimilar todo, quedarse con lo aprovechable, reciclarlo y, de propina, asesinar al propietario. En sentido figurado, aunque no tanto.
En cuanto a Mariah, ya digo, da un poco lo mismo: original o no, único o repetido, insólito o no, lo suyo no hay quien lo aguante.
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