LIBROS
«Hay en esta catarata de música y de otros líquidos, pasión y dolor. Y, a pesar de lo que parece apuntar el título, no es un libro sobre música»
Fernando Navarro
Todo lo que importa sucede en las canciones
Pepitas de Calabaza, 2022
Texto: CÉSAR PRIETO.
Seguramente habrán leído ustedes algunas de las crónicas que Fernando Navarro va publicando en El País o en Ruta 66, quizá —al azar— hayan escuchado su voz en programas estrella de Onda Cero o la Cadena Ser. Allá habrán observado su buen hacer: con una querencia evidente por el rock norteamericano y las grandes figuras de los setenta, sabe, sin embargo, hablar con finura de cualquier disco, de cualquier músico y de cualquier concierto. Sus crónicas y sus reseñas dan la impresión de haberse empapado de mucha música —premisa indispensable— y sabe hablar de ella con pasión, volcando el corazón, conociendo donde se cuece la emoción y con talento para expresarlo. A veces con dolor, porque la emoción duele.
Estos condicionantes se pueden observar también en su reciente Todo lo que importa sucede en las canciones. Hay en esta catarata de música y de otros líquidos, pasión y dolor. Y, a pesar de lo que parece apuntar el título, no es un libro sobre música, aunque el encabezado de cada uno de los quince capítulos sea una canción, esa canción se convierte en un trampantojo, en una ilusión que esconde una limpieza de alma. Y las canciones forman parte de su alma.
No es tampoco una banda sonora, un decorado tras el texto que, a grandes rasgos se podría etiquetar como novela —a la manera de don Pío Baroja, un saco donde que cabe todo—. Las canciones están firmemente ancladas a los personajes, que a veces ni siquiera saben de su existencia aunque estén fusionados con ellas. Y los personajes conforman un edificio de cuatro columnas: su madre, su amiga Mar, su hijo Alejandro y su pareja, Rosa. Precisamente el libro gira alrededor de una decisión sobre la que vierte culpas, expectativas que vuelan sobre el vacío y dosis de melancolía. Hay un personaje secundario, la psicóloga a la que acude más por habérselo prometido a Rosa que por convicción. En el fondo, esa psicóloga, que nunca dice nada y que únicamente apunta en un papel, no es otra cosa que un alter ego de Navarro en una terapia que se construye él mismo.
En definitiva, cada capítulo vierte sobre la canción, rodeándola, unas experiencias, unas reflexiones y unas anécdotas. La apertura es bien significativa, como si el destino existiese: la primera vez que acude a la visita de la psicóloga entra, por error, en la clínica de enfrente que trata la disfunción eréctil. A partir de ahí, aparece Elvis, que es un recuerdo de su madre, siempre solícita a impulsar sus vocaciones, y Warren Zevon, una evocación de su muerte en páginas estremecedoras. Roy Orbison es la entrada a su relación con Rosa, “Hey Jude” el nacimiento de su hijo, y Tom Waits la presencia de la figura de su amiga Mar, con la que tiene una relación romántica a la manera del siglo diecinueve: plena, imposible, absoluta y fracasada a la vez. Con los tres primeros personajes y con él, la novela es dura; con Mar, estremecedora.
Es curioso. Otro compañero y amigo de este cronista, Javier Becerra, ha publicado hace bien poco el envés del libro de Navarro: La música no es lo más importante, donde constata que la relación con la música ha dejado de ser natural y se ha vuelto —para algunos melómanos— una patología risible e inmadura, cuando lo que se ha de hacer con ella es disfrutarla. ¿Quién tiene razón? Los dos, no son tesis antitéticas. Se ha de regresar a la relación que uno tenía con la música a los quince años: ha de sorprender, cada canción nueva o descubierta ha de hacer un agujerito en la sensibilidad, ha de ser un juego y a la vez ser tomada como lo más importante, pero únicamente en ese momento en que suena. En todo caso, lean el libro de Navarro, los dos si es posible y saquen conclusiones. Y si no las sacan —yo no lo he hecho—, no se preocupen, son libros sobre sus vidas, y los libros sobre una vida, si están bien escritos, son libros sobre la vida, de esos que a veces no quieren conclusiones.
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