LIBROS
«Poesía intelectual, pero hecha con palabras simples, las más primordialmente humanas, las que llegan al sentimiento»
Javier Gilabert
Todavía el asombro
EDICIONES EL GALLO DE ORO, 2023
Texto: CÉSAR PRIETO.
Javier Gilabert tiene tantos libros de poesía —actividad que combina con su trabajo en la docencia y la colaboración en diversas publicaciones— que hacer un recuento nos llevaría más de la extensión de este artículo. También tiene premios, el libro que les presentamos ha obtenido el Blas de Otero-Angela Figueras de la muy noble villa de Bilbao. Merecidamente, puesto que es un compendio de luminosa dulzura lírica. Se trata de poemas breves, a la manera de los Proverbios y cantares machadianos, pero con una concentración más dorada, la de Juan Ramón Jiménez. Poesía intelectual, pero hecha con palabras simples, las más primordialmente humanas, las que llegan al sentimiento.
Se divide el poemario en cuatro partes de exactamente trece poemas cada una, precedidas de un proemio y cerradas con una coda. Si formalmente las cuatro partes son análogas, en el contenido destacan pequeñas diferencias. La primera sección son los poemas de la mirada, los que descubren «lo bello que se esconde tras las pequeñas cosas». Ahí está todo, nuestras esperanzas, nuestras relaciones; en el fondo, la vida, cómo la tenemos y cómo nos tiene.
En la segunda parte se instalan el sol y la naturaleza. Su nacer, su morir, equivalentes del traspaso humano por el cielo de la vida. El día y la noche ya no son fenómenos atmosféricos, sino que se constituyen en el eterno símbolo, en medio de imágenes elegantes, sorpresivas y brillantes.
La tercera es la más juanramoniana. Sentimientos, alegría y nostalgia se entremezclan para asumir la belleza como un rito religioso. La sección que cierra el poemario es la metapoética. Acoge bellísimas imágenes que revelan cómo se construye el poema. Es puente y es surco en la tierra, es nube. Son las composiciones más machadianas, las de Campos de Castilla, las de la visión del 98, y ofrecen leves recuerdos, quizás inconscientes, a Azorín.
Tras ello, la coda hace recolección de todas las imágenes que han ido apareciendo. Vuelan, ligeras, desde las galerías subterráneas que el autor ha ido abriendo, secretas también, y que debe descubrir el lector. El poema VII de la primera parte, por ejemplo, y el último de la cuarta parte van ligados como la cara y la cruz de una moneda de esplendor. Antes, en el proemio, “Gramática del asombro” ya contaba con las palabras básicas, las que después de iban a expandir para revelar el secreto. Y conviene, tras acabar el libro —que aconsejo no abandonar, dejarlo a mano para que cualquier poema nos acompañe en cualquier momento— volver a leer el prólogo. Allí entenderemos que el tema que nos ha guiado es el asombro frente al mundo —tienen mucho los poemas de Jorge Guillén—, la gratitud y la esperanza. Ese optimismo que no revela el mundo como un lugar maravilloso: apunta, simplemente, que puede llegar a ser maravilloso.
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Anterior crítica de libros: Plegaria para pirómanos, de Eloy Azorín.