OPERACIÓN RESCATE:
“Un ramillete de canciones que en el plano lírico ya se movía en el terreno que ha hecho grande a Stuart Murdoch”
Fernando Ballesteros desempolva de la estantería el debut de los escoceses Belle and Sebastian veintiún años después, para degustar de nuevo un ramillete de canciones en el plano lírico que hicieron grande a Stuart Murdoch.
Belle and Sebastian
“Tigermilk”
ELECTRIC HONEY, 1996
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Todos los discos tienen su historia, por supuesto, pero algunas brillan con luz propia. Y la de “Tigermilk” el debut de Belle and Sebastian, además de hacerlo con especial intensidad, explica bastante de la posterior trayectoria del grupo. Y no solo hablamos del sonido, también del carácter tan especial de los escoceses.
Y es que aquellas diez canciones tienen su origen en el Slow College, en un curso de gestión musical. Allí, los alumnos debían dirigir un sello musical “Electric Honey” y publicar un epé. Stuart Murdoch, el hombre al comando de los Sebastian desde el minuto uno, no tenía ninguna experiencia. Tan solo había dado alguna actuación fugaz con sus primeros embriones de banda, en las que ya había coincidido con gente como el batería Richard Colburn, Stuart David o Stevie Jackson, que también iban a estar en aquellos primeros pasos de Belle and Sebastian.
Lo de Murdoch y compañía siempre ha sido desbordar las expectativas propias, entre otras cosas porque nunca han sido nada ambiciosas. Y con “Tigermilk” ocurrió algo así. Decíamos que el proyecto en aquel curso era grabar un epé, pero tenían más temas y con el tiempo de estudio del que disponían en la beca que era de menos de una semana, terminaron dándole forma a un elepé. Definitivamente aquello fluía.
La sensibilidad a flor de piel de ‘The State I am in’ nos ponía sobre la pista de un trabajo de debut en el que ya encontrábamos algunas de las señas de identidad que han acompañado a los de Glasgow –y a nosotros, claro– todos estos años.
Lo que “Tigermilk” apuntaba de una forma decididamente amateur, se confirmaba de manera rotunda en el redondo “If your feeling sinister” y el galardonado con un Brit Award “The boy with the arab strap”. Sus fans se multiplicaron y allá por la temporada 97–98, eran muchos los que en un mundo sin Internet, ni descargas, ni tantas cosas que parecen que siempre hayan estado ahí, intentaban que “el primo de un amigo de un vecino” que decían que lo tenía, te pudiera hacer una copia, en cinta, claro.
Bueno, eso o pagar el equivalente a 2.000 euros que era la cifra a la que cotizaban aquellos pocos cientos de copias que habían sido editados inicialmente. Menos mal que en 1999, Jeepster terminó con la (gustosa) pesadilla de la búsqueda desesperada y decidió reeditar de una vez por todas el trabajo del que hoy hablamos. Un disco que es pura inocencia. Un ramillete de canciones que en el plano lírico ya se movía en el terreno que ha hecho grande a Stuart Murdoch, esa anti–estrella a la que verás antes comprando calzado silencioso para no molestar a los vecinos cuando llega tarde antes que tirando una televisión por la ventana.
Lógicamente, en ese pop con aires folk y en sus letras también se encontraba el punto de humor ácido tan característico de la banda. Eran textos, en todo caso que ya tenía como destinatario a aquel que estaba muy lejos de ser el más popular de la clase. El sonido se alejaba mucho de todo aquello que gobernaba las listas en la segunda mitad de los noventa. Había mucha sinceridad y cero por ciento de artificio en la propuesta de un grupo cuyas composiciones ya jugaban con vientos e incluso en un tema como ‘Electronic Renaissance’ se aventuraba con una electrónica de andar por casa, un experimento más juguetón que fallido para un grupo que se estaba descubriendo a sií mismo.
Amateurs e inocentes pero detallistas, los arreglos de “Tigermilk” marcan la diferencia y ejercen de lujoso marco para que la voz de Murdoch, delicada, escasa, bonita, cautive con esas historias tan suyas de adolescentes que sufren como ‘Expectations’ o ‘We rule the school’, con el pop vital –escuchen una vez más ‘I could be dreaming’– o con melodías para escuchar con una sonrisa como ‘Your’re just a baby’.
Capítulo aparte para ‘She’s losing it’. Como han vuelto a hacer al menos una decena de veces en los últimos veinte años, Belle and Sebastian se descolgaban con una de esas canciones que se quedan para siempre desde la primera escucha. Una joya que –acabemos hiperbólicos– justifica por sí sola una carrera.
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Anterior Operación rescate: “Realidad virtual de Rock’n’roll” (1992), de Cabaret Pop.