The Stone Roses: Second coming (1994), el disco que llegó tarde

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TREINTA ANIVERSARIO

«El trabajo descolocó a casi todos. Los fanáticos no encontraron mucho de lo que les había convertido en el grupo destinado a reinar y la prensa musical se cargó el disco sin miramientos»

 

Lo tenían todo para seguir disfrutando del podio sonoro del momento, pero ni la suerte, ni la creatividad, ni la actitud jugaron a favor de la banda de Manchester con este segundo disco. Un álbum que generó muchas expectativas entre el público y la crítica, pero que se fueron desinflando por varios motivos. Fernando Ballesteros ahonda en ellos y en su historia.

 

The Stone Roses
Second coming
GEFFEN RECORDS, 1994

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Lo que ocurrió con el segundo advenimiento de los Stone Roses, constata, entre otras cosas, que poco más de cuatro años es toda una vida en la voluble industria musical. El 27 de mayo de 1990, Spike Island fue el escenario desde el que se anunciaba al mundo que la banda de Manchester era la elegida. Aquello fue algo así como la presentación planetaria del grupo que estaba llamado a reinar en los siguientes años. Su primer disco había cosechado los más hiperbólicos elogios, su ciudad natal marcaba la pauta y entre los grupos de aquella generación, ellos eran la punta de lanza. Lo tenían todo y, por encima de cualquier otra consideración, escribían las mejores canciones.

Aquel día lo de menos era el concierto. Sobre las tablas, Ian Brown, John Squire, Reni y Mani, interpretaron todos sus “clásicos recientes” y estrenaron “One love”, su nuevo single, concebido casi como anticipo de lo que tendría que haber sido su segundo disco, un álbum que debería haber llegado en meses, un año a lo sumo. La nueva canción les seguía mostrando inspirados e incorporaba aires, con sabor a Hendrix, a una fórmula que seguía pareciendo sencillamente imbatible. Pero por encima de la actuación, llamó la atención la rueda de prensa con presencia de medios de comunicación de todo el mundo. Los noventa tenían que ser suyos, se había dictado sentencia, todo estaba preparado. La actitud de los chicos, arrogante, segura, casi desafiante,  les daba ese plus con el que transmitían que nada de todo aquello que se estaba gestando les iba a venir grande.

Sin embargo,  a veces los planes no salen bien. Los problemas legales con su sello discográfico lo retrasaron todo. Hubo un momento en el que pareció que el segundo disco de los Roses nunca iba a ver la luz. Eran otros tiempos y tampoco teníamos mucha información de lo que estaba sucediendo, así que, solo quedaba esperar. Y sí, Second coming terminó llegando el 5 de diciembre de 1994. En este momento tocaría hablar de lo que nos ofrecieron en su nueva colección de canciones pero, antes, convendría que hiciésemos una comparación entre la fotografía de aquel día de Spike Island y la que reinaba en el pop en el último mes del 94. Solamente así podremos calibrar lo muchísimo que había cambiado la decoración.

Desde que los chicos desaparecieron del mapa y hasta que pudieron volver, una vez solventados los contratiempos contractuales, bajo el paraguas de Geffen, Nirvana habían desarrollado toda su carrera postpelotazo, y es que cuatro años dan para mucho cuando estás activo. Un día después de que el mundo despidiera a Kurt Cobain con una emotiva ceremonia, Oasis editaban “Supersonic”,  el primer single de una trayectoria que les llevó a ocupar un lugar de privilegio muy parecido al que ellos tendrían que haber disfrutado si los tiempos hubiesen sido los normales. No fue así. Ahora entenderán mejor que en diciembre del 94, los Stone Roses ya no eran lo que el mundo estaba esperando. Aún no nos habían mostrado de lo que eran capaces con su más que difícil segundo disco y ya tenían herederos.

 

Una propuesta muy diferente a la de su primer elepé.

Pero todas estas son circunstancias ajenas a la banda, así que la fotografía no sería completa si no explicamos que también en el cuartel general de los Stone Roses se produjeron muchos cambios durante aquel prolongado silencio. El recuerdo aún muy vivo que teníamos de ellos era el de un grupo que bordaba las canciones y pasaba por su filtro las influencias sesenteras, que aparecían mucho más matizadas que en unos hermanos Gallagher que se hartaron de decir aquellos días que habían retomado la historia en el punto en el que lo habían dejado los de Ian Brown. Aquel grupo que bebía algo de los Beatles y que, a la vez, era capaz de sintetizar toda la influencia que el house y las pistas de baile habían filtrado en la loca y efervescente escena de su ciudad, se presentó ante los fans con un ramillete de canciones que, antes de entrar en su mayor o menor inspiración, poco tenían que ver con las que nos habían comenzado a enamorar  seis años atrás. Y es aquí cuando ponemos la lupa ya directamente sobre Second coming.

De entrada, uno no sabe cómo tomarse el comienzo de la inicial “Breaking into heaven”. Más de cuatro minutos de intro. OK chicos, habíamos esperado más de cuatro años, podíamos aguantar unos minutos más pero ¿era necesario? Una vez la canción comienza a rodar, suena correcta aunque cuesta identificar la magia de los tiempos pasados. John Squire se luce, da la impresión de que todo este tiempo ha estado aprendiendo a tocar aún mejor la guitarra, la base rítmica funciona como un reloj y Brown tira de carisma. Y ¡qué narices! aquella solo era la primera canción.

“Driving south” es un despliegue guitarrero que parece querer dejar claro que aquí, ahora, manda John, que es su evolución a las seis cuerdas la que va a marcar el devenir de la obra y sí, por primera vez, aparece la referencia a Led Zeppelin, un elefante en la habitación del que intentaré no abusar, pero al que será inevitable que volvamos a referirnos. La canción no es ni mucho menos mala y logra hermanar el rock más granítico con el baile. En cierto modo, el tema resume bastante bien lo que encerraba el elepé. Pero nosotros éramos fans, y teníamos tan claros los motivos por los que habíamos caído rendidos ante ellos, que era imposible no identificar esa grandeza una vez que comenzaba a desplegarse “Ten storey love song”. Seis o siete canciones como esa, toda una demostración de pop majestuoso y brillante y se habría zanjado cualquier debate sobra la obra. Pero no, se trataba casi de una excepción. No había muchos más ejemplos de pop pluscuamperfecto en el disco.

“Daybreak” es abiertamente intrascendente, un poquito de funk, la delicia de escuchar a Reni lucirse con las baquetas y no mucho más. Muy poca cosa para ellos. “Your star will shine” muestra su lado acústico y la melodía conquista por momentos, me da la sensación, aún hoy, de que estábamos más preparados para disfrutar de novedades como esta. Una buena inyección de moral para afrontar el resto del disco, antes de toparnos con “Straight to the men”, escrita por el vocalista y que no aporta prácticamente nada al conjunto.

“Begging you” también es francamente novedosa y, sin embargo, resistió mejor el escrutinio de la crítica. Y es que los Stone Roses sonaban ahí como una máquina rockera en medio de una rave o una máquina disco en un club de rock, el caso es que es uno de esos experimentos que merecen la pena. Que por mucho que nos aferremos al pasado también sabemos que hay que evolucionar. Como si quisieran marcar distancias con rapidez y recordarnos de dónde venían, “Tightrope” les vuelve a situar en los caminos del folk con su guiñito góspel incluido. Un tema más que notable para encarar una recta final en la que la referencia zeppeliana volverá a estar muy presente.

A “Good times” le falta el bad times, por lo demás, el espíritu de los de Jimmy Page está presente hasta en el título. Una vez comienza a sonar comprobamos que John está sublime como guitarrista, pero te llegas a preguntar en qué momento, mientras desarrollaba estas ideas, se olvidó de que el cantante de su grupo era Ian Brown, al que canciones como esta le sentaban como un tiro. Ian lo pasa mal para llegar a interpretarla con dignidad  y es una pena porque es muy buena. En “Tears”, directamente, encontramos y, perdón por lo obvio pero es que es lo que hay, el particular “Starway to heaven” de los Roses. Es que recuerda a ella desde el primer segundo hasta el último. Todo aquello era difícil de digerir —aquí podemos entender la fiereza de la crítica—pero se trataba de buenas canciones, quizá demasiado ambiciosas o más bien repletas de una ambición no siempre bien entendida y que asumían un riesgo excesivo.

“How do you sleep?” es una maravilla pop. Tan simple y tan grande a la vez y “Love spreads”, el single adelanto, también resume el espíritu del disco y lo hace con acierto. Un single más que efectivo para cerrar un trabajo que no llega, ni por asomo, al nivel de su célebre debut, ni es tan malo como lo pintaron muchas críticas de la época. En todo caso, no se me caen los anillos. Más allá de que la revisión,  una vez pasados treinta años siempre sea más amable, Second coming no llegó a satisfacer las expectativas de casi nadie.

 

Buena parte de la crítica se cargó el disco sin piedad

Una vez en la calle, el trabajo descolocó a casi todos. Los fanáticos no encontraron mucho de lo que les había convertido en el grupo destinado a reinar, en una especie de huida hacia adelante, se  habían desmarcado  casi del todo de aquellos sonidos. De acuerdo, en ningún caso habría sido fácil igualar la inspiración de sus primeros años. Ya no eran las canciones de su primer álbum, era todo lo que habían grabado. Los singles, “Sally cinnamon”, “Elephant stone”, “Fools gold”, las caras B de aquellos: “Mersey paradise”, “What the world is waiting for”, “Going down”… no es que quisiesen ser adorados, es que era imposible no hacerlo.

Ya lo hemos apuntado, la prensa musical no se anduvo con rodeos y se cargó el disco sin miramientos. Recuerdo reseñas memorables, porque las malas, cuando están bien escritas y con su alta dosis de mala leche, da gusto leerlas. O daba gusto porque eso ya casi no existe. Y ellos tampoco lo pusieron fácil. Orgullosos como eran, se negaron a dar entrevistas promocionales. Algo en la cabeza de estos chicos no había asumido que su situación distaba mucho de ser la que vivían aquel ya lejano día de mayo en  Spike Island. Pronto lo iban a comprobar en sus propias carnes.

Muchos fans de los Roses del curso 89-90 ya estaban a otras y tampoco hubo una legión de rockeros fans de Led Zeppelin cayendo rendidos a su nueva orientación. Se habían colocado en un lugar muy difícil, muy lejano del trono que tenían inicialmente asignado. Los problemas internos hicieron el resto, no habría tercer disco. Primero fue Reni el que se bajó del barco. En 1995, la caja de ritmos humana se marchó del grupo y en abril del año siguiente fue John Squire el que dijo adiós. Slash se ofreció para ocuparse de las seis cuerdas y uno, como fan, ya no sabía si todo aquello era una gran broma que finalmente sería aclarada.

Ian Brown y Mani se empeñaron en sacar adelante el grupo o eso parecía. Tras unas desastrosas actuaciones en Reading y el FIB, ambos decidieron terminar con la agonía. Más tarde, el vocalista, declaró que ofreció aquellos conciertos para escenificar ante el público el tiro de gracia a la banda. A juzgar por lo que cuentan los allí presentes, el disparo fue certero. Si ese era el propósito, misión cumplida.

John montó los Seahorses y editó un trabajo menor, aunque disfrutable. Aquel no era un disco sobresaliente, pero tenía momentos en los que te sorprendías pensando que si hubiese tirado por aquella sencillez y falta de pretensiones en el segundo disco de Stone Roses, el resultado quizá habría estado más cerca de lo que esperábamos de ellos. Ian, por su parte, ha desarrollado una carrera siempre irregular y en la que nunca faltan un par de canciones por entrega que, sin llegar a los tiempos gloriosos, nos hace recordar la grandeza que desprendía en sus inicios. Al otro lado de la balanza se sitúan ciertas presentaciones en directo y algún experimento que hacen que sobrevuele por la sala el fantasma de la vergüenza ajena.

Mani, supo quedarse en la primera división del pop al poner sus fantásticas líneas de bajo al servicio de los Primal Scream de Bobby Gillespie y de Reni apenas hemos tenido noticias durante todos los años en los que los Roses fueron historia.  Aparte de todo esto, y del disco en solitario de John Squire en 2002, terminó sucediendo lo casi siempre inevitable. Stone Roses volvieron a unirse cuando les pusieron sobre la mesa la cantidad de dinero suficiente para que olvidaran los motivos que les habían llevado a dejar de actuar juntos. Quince años después del tiro de gracia, llegaba la resurrección de la que hablaban en una de sus canciones más gloriosas.

 

El esperado regreso y una nueva ruptura

El 18 de octubre de 2011, el grupo anunciaba que volvía con una extensa gira mundial que les trajo a Barcelona y, de nuevo, al FIB. Y no fue flor de un día. Incluso llegaron a grabar dos nuevas canciones en 2016,  de las que evitaremos hablar  por respeto a la leyenda. La segunda vida de los cuatro de Manchester duró un lustro. Si esta historia, la de la gestación de su segundo elepé, nacía en mayo del 90 en Spike Island, el final se escribió el 24 de junio de 2017. Aquella noche, en el Hampden Park de Glasgow, Ian se dirigió al púbico y les pidió que no lamentasen que aquello se acabara, que fuesen felices y celebrasen qué había ocurrido. El mensaje no era excesivamente críptico. Efectivamente, aquel era el último concierto.

La última noticia del mundo Stone Roses pasa por uno de los discos más esperados del año, el que ha unido a uno de sus miembros con un integrante de sus sucesores. La unión de John Squire y Liam Gallagher, ha dado como fruto, un disco anunciado por el ex Oasis como lo mejor que se había grabado desde Revolver. Obviamente no hay para tanto, de hecho, se trata de un álbum tan solo decente. A Squire cuesta verle activo, una vez en la carretera la duda que surge es si, cuando se deshaga esta unión, se producirán dos: la de Liam con su hermano y la de John con sus compañeros de Stone Roses. Probablemente, la respuesta esté en la pasta.

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